26.12.20

El muerto


El cuerpo ensimismado y testamentario. Un plano corto. La cámara se desentiende del muerto y abarca un cielo de plomo. Luego The End. E inevitablemente pienso en la similitud entre las tramas vistas (muchas), en las intersecciones, en los renglones previsibles, en todas esas imágenes quemadas por el uso y que, según quien filme, según qué cuente, nos parecen rutinarias o maravillosas. El cine negro es un prodigio casi siempre. Es como el blues: tiene un patrón, tiene una cadencia, tiene incluso una letra disciplinada, escasamente extraviable, pero en la periferia reside el asombro, toda la gloriosa precisión con la que el narrador hurga en el alma de sus criaturas y las expone tal cual son, verosímiles, crueles, fascinantes. 

El blues y el cine negro comparten una mecánica sintáctica, una fonética del dolor. Ya saben: I lost my little girl, Got a pain within my heart, The devil took my soul y en ese plan. Y el ajusticiado , el protagonista, se retuerce en el suelo. Está amaneciendo en la ciudad. Siempre amanece en la ciudad cuando termina la película. Es el reinicio lento de una nueva trama. Lo de la bruma es un extra agradecible. El cine negro y el blues me han salvado de muchas noches de insomnio, sobre todo en verano; me han enseñado a vivir pensando en que los días, a su modo, escenifican una historia previsible, rutinaria, pero prodigiosa siempre.

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