8.1.12

Enviciado de tanto, sabedor de tan poco



Mi epifanía de hoy consiste en darme cuenta por fin de que soy un intoxicado cultural, una especie de yonki que cayó de cabeza en un campo de amapolas y vive libando de aquí y de allí, sorteando los tiempos muertos, encontrando placer en un variado y bizarro mundo de pétalos. Esta mañana, mientras leía a John Connolly (El camino blanco, RBA) escuchaba a The Jayhawks y mi cabeza quería leer a Philip Roth y escuchar a Brahms. Pensé en cómo funcionan las afinidades electivas. Connolly casa con Jayhawks y Roth con Brahms. No sé qué música escuchar cuando releo a Borges (porque ya no es posible leer a Borges) ni tampoco la que conviene cuando regreso a Kafka. Hay autores que piden silencio y otros que no existen salvo que escoltes la lectura con una apropiada banda sonora. Pasa lo mismo con los paseos por mi pueblo. Ya no concibo andar (si es que voy solo) sin llevar enchufado mi iPod. Hoy he disfrutado (mucho) con Grace, el disco de Jeff Buckley. Ayer, en un paseo muy breve, escuché algunas piezas de John Coltrane, pero apagué el aparato porque me estaban sacando de quicio. Manipulé la ruedecita del invento de Jobs y encontré:
a) Los conciertos de Brandeburgo de Bach
b) The dream of the blue turtles de Sting
c) Un recopilatorio casero de Nacha Pop
d) Old friends, triple antológico de Simon & Garfunkel
e) Varios podcasts de La rosa de los vientos (Onda Cero) y Espacio en blanco (RNE)
Omití el quebranto barroco de Bach (no eran horas, no estaba tampoco de humor) y busqué la frescura de las primeras canciones de Antonio Vega. Regresé a casa con la sensación de haber cometido algún tropelía conmigo mismo. Me dolía (me duele todavía) no recrearme en algo con suficiente paciencia. Escuchaba a Nacha Pop y pensaba en Radio Futura. El campo de amapolas es tan grande que estoy pensando seriamente en quedarme en una parcela y olvidarme del resto. Como si de pronto te dedicas a leer literaturas germánicas medievales y olvidas la novela negra de Hammett o la poesía de Kavafis. Como si renuncias al bebop para refugiarte un mes entero en madrigales. Tuve un amigo que consagraba una semana completa a empaparse de Góngora. Preciso, metódico, iba de las Soledades, tan escandalosas ellas, a los romances, de menos punch, sin que se le viese afectado por la monótona inyección de retruécanos, octavas y cíclopes. Luego volvía a la realidad (Góngora es un inframundo, no lo duden) como quien cambia de autobús en el centro de la ciudad. Admiraba yo esa facilidad suya para concentrarse en algo y esquivar las varias tentaciones que lo cercaban. Conste que nunca he intentado nada parecido, pero es cierto que hay días en los que solo escucho jazz o solo leo poesía. Supongo que al amable lector le pasará parecida cosa.

Hay días en los que no es posible la hospitalidad cultural y vivo uno tan a gusto en esa indigencia falsa en la que lo tienes todo a mano y no sabes a qué entregarte. Pones en el DVD una película francesa de Claude Chabrol, pero algo te dice que no es la mejor opción. Que hace un siglo que no ves nada de Truffaut. Entre Chabrol y Truffaut me quedo siempre con Truffaut, pero uno se cansa de no salir nunca de los mismos vicios. Será me hago viejo. De hecho me hago viejo. Fue Hegel el que escribió que los tiempos no siempre van hacia adelante. En ocasiones no se mueven. En otras van hacia atrás. La idea primaria de la ocurrencia de Hegel es que el futuro no tiene futuro o que el pasado, a pesar de lo gris y de lo malo que pudo ser, puede volver y quedarse. Yo estoy fuera del tiempo. No vivo el presente y cuando miro al pasado me siento hechizado por el futuro. Vivo sin vivir en mí. Muero porque no muero. En ese plan. Cualquiera diría que estoy en mi semana mística. Tienes ganas de ponerte victoriano con un buen tocho de Jane Austen y se te cruza en la estantería un volumen de cuentos de Lovecraft. Será que tenemos tanto y nos aturde esa abundancia que no asimilamos. Enviciado de tanto, sabedor de tan poco.

Se malogra uno con estas frivolidades burguesas. No acaba de darse cuenta de que hay una vida y de que corre más de lo que le pedimos. Que faltan horas para abastecerse de afectos y de letras, de ritmos y de metáforas, de luz y de sombra. Que el día cierra su paseo triunfal y se pone la cabeza a hacer balance de lo bueno y de lo malo que nos ha pasado en su transcurso y hay ocasiones en que no se saca nada en claro. De lo rápido que va todo. De lo frenético del contrato que hemos firmado. Así que más vale (me digo a mí mismo, ahora que nadie está pendiente) disfrutar de lo que vaya buenamente cayendo en nuestras manos. Soledades de Góngora o scats de la señora Fitzgerald. Todo se acuna adentro y alimenta como debe la ociosa alma. De momento sigo con las aventuras de Charlie Parker en Alabama. Los fantasmas le persiguen, pero mi detective favorito corre más rápido.


3 comentarios:

Rafa dijo...

Leo lo que puedo, escucho lo que puedo, me agobio lo que puedo. Tú haces todo eso y lo haces acelerado, compañero. Mesúrate, es mi consejo. Dosifica el talento, el deseo de saber, la inquietud por conocer, que se ve todo mejor desde esa distancia. Será una época, no pienso otra cosa, pero a lo mejor se está quedando ud. con el personal y lo hace todo despacito, y es una invención el personaje de "agobiado". En cualquier caso, una menta poleo y un abrazo. Todo en el mismo "pack". Saludos.

R.M. dijo...

Austen, Lovecraft, Truffaut, Borges, Fitzgerald, Chabrol. Me quedo en este equipo de primera división. Un saludo.

Isabel Huete dijo...

Te envidio (sanamente, por supuesto).

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.