9.2.11

Más cornadas da el hambre



La política, incluso cuando se aplica con rigor y suscita el beneplácito ciudadano, es una mercancía. Una mercancía grosera. Me ha sobrevenido esta mañana de miércoles un acceso de desconfianza en la política, en el objeto político considerado como un bien público al que accedemos como usuarios. No habiendo creído nunca en exceso en ella, hoy he decidido creer menos. El idílico dejar de creer no cuadra en mi manera de pensar, pero hay tiempo para que los políticos (éstos de ahora, los que vengan) me animen y termine ahí, en el nihilismo absoluto, en el descorazonamiento.
Me he desprendido del yo crédulo. La incredulidad es un arma en estos tiempos de zozobra. Te dan menos palos. Quizá ninguno. Los descreídos en materia religiosa tenemos más facilidad para descreer de lo meramente político. Tal vez porque la política, en esencia, es una liturgia, un ofrecimiento de bienestar. La golosina de la salvación de alma la gestionan los políticos en plan terreno, sin la incómoda presencia del etéreo espíritu. Es más difícil gobernar el cuerpo que el alma. Duelen más los bolsillos que el amor propio. O dicho de otro manera: más cornadas da el hambre.


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo llevo incrédulo desde tiempos de Aznar y ZP no me ha hecho cambiar. Rajoy, no entra en mis cálculos. De todas maneras es mejor creer algo, por lo que venga. Ojalá sea bueno, digo yo.


Rafa

Ramón Besonías dijo...

Je, je... "Me ha sobrevenido esta mañana de miércoles un acceso de desconfianza en la política". Tu emoción es popular y no reducida precisamente a los miércoles. La política, cuando se ejerce en democracia, genera doble recelo: el que ya de por sí suscitan los poderes y la autoridad, y por otro el que unos señores nos representen y del trato salgan grietas por todos lados.

España nunca ha sido un buen amigo de los poderes, pero somos un poco hipócritas con esta afección. Despotricamos, pero cedemos; ladramos, pero nos asentamos en la pasiva contemplación del correr de los días. Por eso quizá somos un país literario. Nuestra indignación verbal es prolija. Las revoluciones se las dejamos a los audaces.

Buen día, Emilio.

Joselu dijo...

Es curioso porque los políticos intentan agradarnos, adaptarse a nosotros, halagarnos... El político parece luchar por el bien común, por la mejora de la sociedad. Supongamos esta premisa y la de que su participación en la política es altruista. Sin embargo, en ese intento de satisfacer a la mayoría han de tomar decisiones difíciles que perjudican a unos y a otros. Cuando somos nosotros los perjudicados la cosa ya no nos gusta. Pero somos capaces de la no beligerancia cuando todo va viento en popa. Yo no oí en ninguna conversación ninguna queja por el tema del ladrillo durante los años que duró. La gente hacía sus pequeños negocios vendiendo pisos por ocho cuando lo había comprado por dos o cuatro, los bancos daba hipotecas fácilmente, la gente empezó a viajar por el mundo, los muchachos dejaban los estudios porque tenían trabajo inmediatamente, los ayuntamientos recaudaban un montón de impuestos, los notarios se forraban, los concesionarios se ponían las botas. Todos vivíamos en el mejor de los mundos. Supongo que los políticos tanto del PP como los de PSOE no se atrevieron a amargar la fiesta y propusieron enfriar la economía. Nos hubiéramos tirado a la yugular. Quiero decir que hicieron algo que nos agradaba a todos (o a la mayoría) y no lo cuestionamos. Yo no lo recuerdo en absoluto. Ahora toca decir cosas muy distintas y no nos gustan, pensamos que los políticos nos decepcionan cuando ellos necesitan ser queridos, admirados por nosotros o por la historia. Buena parte del mal de la cuestión política viene por esa constante de querer agradar. Así se abrieron aeropuertos ruinosos, se inauguraron centros de arte contemporáneo vacíos, se crearon universidades en todas las provincias por absurdo que fuera, se programaron líneas de alta velocidad a sitios dudosamente rentables... Y ahora no les queremos. Pobres.

Mycroft dijo...

Una sola y sencilla pregunta. desde la posición más crítica al sistema posible.

Si no se entra en la arena política, si se critica desde la barrera, si no se propone, si no se pone el intelecto al servicio de la governanza del país...

¿No se es tan culpable, no se pierde autoridad para condenar en bloque a todo militante, a todo implicado, no se hace, en el fondo, charreta inane de bar intentando arreglar el mundo, pero sin mover un puñetero dedo?

Emilio Calvo de Mora dijo...

Haces bien, Rafa. Se vive bien en la incredulidad. Hace fuertes.

Era irónico, Ramón. Hoy estoy de un inocente subido.

Se venden, los compramos, los alquilamos, más bien, Joselu. Están ahí para eso. Y hay quien se salva de la quema, pero la idea (hoy) es esta decepción. No sé mañana. Igual, supongo. No sé nada. Haces un breve, no tan breve, análisis muy certero de qué tenemos y por qué lo tenemos. Gracias, Joselu.

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