29.6.09

En ocasiones veo ángeles...


Hay personas extremadamente sensibles que alcanzan la plenitud estética observando una puesta de sol o escuchando un aria de Verdi. Yo mismo he entrado en esa catarsis prodigiosa y he salido por mi propio pie, aturdido, enfermo, débil. La belleza comparte con el amor esa rara vocación succionadora. El enamorado, al caer en el trance galante, pierde nervio, flaquea, renuncia al foso con cocodrilos y altas almenas vigilantes desde donde antes oteaba la realidad. El enamorado, si verdaderamente lo está, es un tipo vulnerable. La literatura lleva algunos milenios dibujando personajes convictos de esta causa. Incluso alguno de los personajes más celebrados de esa alta literatura de la que hablamos (y también la baja y la intermedia puestos a tirar de inventario) son razonablemente individuos a los que el amor ha robado el tino, ha poseído vampíricamente y (por último) ha convertido en guiñapos, en títeres, en sombra de lo que fueron antes de que la cicuta del amor los intoxicara irreversiblemente. Y la belleza se alía a estos pensamientos y allá donde el lector entendió que hablábamos de amor diga ahora que es la belleza la que mueve los hilos de la trama. De hecho el amor es una forma de belleza que no se conjuga bajo las artes de ninguna disciplina. Está por encima de la pintura y de la literatura, no obedece a los cánones de la arquitectura ni de la escultura, desoye los avisos de la música y a su modo abraza todas estas nobles formas de lo artístico y se expande como una estrella de mil puntas que escondiera trazas de todas. Al modo en que funciona el amor o la belleza debería también funcionar la fe. Hablé con un amigo que la fe es una especie de deslumbramiento, de repentina traducción de un término precioso al que no dábamos significado. Él concluía que no se puede estabular ese hallazgo. No hay forma alguna de que lo conduzcamos hacia adentro por mucho que abramos cauce y pidamos que entre con todo el fervor del que dispongamos. No podemos evaluar ese impacto emocional. No podemos gobernar lo que la razón no entiende. No podemos (ya por último) llevar la fe a las escuelas, sacarla de los templos igual que no podemos obligar al que gobierna y crea las leyes y las hace cumplir que rija su mandato bajo la óptica de la moral, que es un asunto enteramente regido por deslumbramientos y por convicciones tal vez demasiado íntimas. Y así vamos unos y otros, enamorándonos, oyendo arias de Verdi, rezando (quien lo haga) y perdiendo y ganando a cada nuevo día. Yo, que a veces tengo la sensibilidad levantisca y pagana, estoy hoy receptivo. Tal vez esta tarde vea ángeles y me azoten con su verbo como quería el santo Juan de la Cruz. Y si no es así y llego a la cama esta noche con la misma desobediencia mística que de costumbre, me enfangaré en lecturas blasfemas para olvidar esta tentativa de creyente recién iluminado. No caerán tantas brevas. Seguiré perdido, en tinieblas, lejos de la luz, en esta oscuridad tan portentosa, sin que los ángeles susurren en mi oído las palabras exactas que perturben ya de una vez mi ferrea concha de incrédulo.

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28.6.09

Al cero

Debe haber mil razones para que un tipo se rasure al cero contra la opinión de todos los que le rodean. Ahora no se me ocurre ninguna y me miro al espejo y compruebo que a lo mejor todos tienen razón. Como tampoco me veo bien con pelo, desoigo lo que dicen y esbozo una sonrisa entre tristona y mecánica que confirma lo contento que estoy conmigo mismo y lo estupendamente que me llevo con mis vicios. El último, a raíz de un concierto de blues del que escribí unos posts más abajo, es escuchar blues a tutiplén. Hoy han caído, como a lo tonto, Robert Johnson (del que también he dejado una entrada a título devocionario) Muddy Waters, es decir los maestros, y Eric Clapton en su versión terrestre, sin el divismo que en ocasiones se coloca como indumentaria popular. Llevarse uno bien con sus vicios no sé si es una buena táctica para no aburrise en exceso. Soy de la opinión de que escribir es el vicio mayor y el de más difícil cura. Le conté el otro día a alguien, a pie de escenario, entre un tema y otro a cargo de Edu Manazas, que escribo con idéntica disciplina al pianista que mueve dedos por el teclado buscando desentumercerlos, encontrar la clave perdida, merodear la belleza sin entrar directamente en ella. De vez en cuando este extravío semántico da una línea salvable, pero todo lo demás (lo que echamos a los perros) es lo que vale en mi biografía. El tiempo entregado a contarme el mundo. Me rasuré al cero y miré el espejo y me vi desgraciado del todo. La misma cara de siempre, pero contada de otra forma. Las caras de las personas cuentan historias y mañana la mía tiene una nueva. Será eso (tal vez) lo que me mueve. He encontrado la razón por la que no les he hecho caso a los que se obstinaron en censurarme. Emilio, estate quieto. Que mañana vas a hacer el tonto. Pues eso. Y no cuelgo foto porque entonces todos los que tengáis el detalle de leer estas minucias vais a terminar dándoles también la razón.

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Aireando huesos

27.6.09

Blues en Lucena (one more time)


Hacía tiempo que no oía blues en directo. Ya no digo blues bueno o el blues que suelo oir casi a diario. Tal vez esa abstinencia hizo que anoche disfrutara muchísimo con el cartel que el festival de blues de mi pueblo programaba. Es que mi pueblo se hermana con el delta del Mississippi una vez al año por lo menos y el patio de armas del Castillo se asemeja (ya verán ustedes cómo lo hacen pero deben entender que me mueve la emoción pura y en ese trance la óptica de las cosas no se deja manejar por la razón) a uno de esos antros infectados de nicotina, oliendo a bourbon, unidos por un túnel metafísico (no puede ser de otra manera) con el cielo o con el infierno, pero desde luego nada que se parezca al mundano discurrir de las horas en la tierra. Contento de cerveza, de finas ruedas de secreto ibérico embuchado (gentileza de los hermanos Linares) y de tabaquito a discreción, asistimos anoche a una ceremonia sencillamente extraordinaria. Sí, ya sé que como no veo mucho blues en directo quizá esté dejándome llevar por la emoción pura ésa de la que hablaba. Pues no tengo interés alguno en rebatir esas torceduras lingüísticas. Estuvecon amigos (muchos) y oímos (mi mujer y yo) blues antológico. Edu Manazas y la Whiskey Train. Sax Gordon y su banda. Y ahora no entro en buscarle tres pies al gato (tripodología) y describir qué hicieron y cómo. Simplemente hubo blues, gotitas de jazz soplado con muchísimo talento y una tripa de secreto ibérico embuchado que fue repartida como la hostia de la comunión por todos los feligreses allí hermanados.

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26.6.09

Michael Jackson, el rey de los tejados de Londres





Hay muertes ajenas que conmueven más que otras. No confío en que ésta en particular modifique lo que pienso sobre el finado. Contribuyó a modificar mi pereza a considerar el pop como un noble arte. Creo firmemente en que Thriller es una obra maestra a la altura de cualquier clásico de más pronta y duradera evocación. Su bizarra vida privada, la poco fiable travesía de sus vicios, exime de filiaciones excesivas al fan pasivo. Cuesta, no obstante, entrar en la extravagancia, en esa infame ristra de perversiones peterpanescas coladas durante años y que terminaron por sustituir (lastimosamente) la relevancia de su trabajo, la impecable concatenación de hits, la masiva atención a sus videoclips y la serena certeza de que, rey o no del pop, Michael Jackson era un virtusoso de lo suyo, un iluminado, una especie de vástago rítmico de Walt Disney, el hermano yankee de Peter Pan o el moderno principe de las finanzas, patrocinado por Coca-Cola y la MTV. Da igual que luego las desviaciones morales, la querencia insana por todo lo que representase lozanía, juventud e inocencia (los niños, ay) convirtiera su admirable posición de icono del mercado de la música en un despreciable (en ocasiones) muñeco de la farándula más retorcida, del morbo y también de la megalomanía, de la excentricidad...Por encima de toda la hagiografía (que la hay y la habrá en mayor medida y hasta límites ahora escandalosamente insoportables) está Miles Davis haciendo Human nature o el nervio loco con el que arranca Wanna be startin' something, una de mis canciones preferidas. Yo confío en no olvidar jamás mi infancia en Córdoba, juntando unas pesetas para poder ir a Fuentes Guerra y comprar Off the wall en cinta de cassette. Qué tiempos. Ya la ha perdido.


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23.6.09

Terminator Salvation: Una insana costra de óxido en alta definición...


En cierto sentido, Terminator Salvation supera las expectativas que crea la emisión de una cuarta parte de toda franquicia. Y aun superando esas espectativas, defrauda. McG entiende que la saga necesita un revisado que, en modo alguno, empañe la labor acometida por Cameron en las dos primeras entregas. Obvia casi por completo la trama de la tercera, a pesar de que los guionistas de ésa sean los encargados de tirar de la cuarta, y decide colocar sus piezas en un paisaje muchas veces insinuado en la sustancia narrativa de todas ellas. Las supera porque no esconde su operística vocación de paradigma del cine de acción y, al tiempo, plantea un discurso pasajeramente profundo sobre el alcance del progreso y de cómo el apocalipsis de extendida tradición cristiana podría prescindir de arcángeles y de anticristos y sencillamente provenir de la maraña hipertrofiada del cerebro humano. ¿Sumamos ínfulas de matafísica y musculación infográfica y tenemos una buena película? No, me temo. Terminator Salvation se despeña en lo narrativo: todo es previsiblemente sencillo, nada emociona, los diferentes hilos de la narración jamás consiguen un clímax. La parte de cuento, que debiera guiarlo todo, se abisma en la parte visual, y ahí es en donde podemos rebajar el enfado de fans de las dos primeras entregas y considerar que algo salvable queda.
Terminator Salvation se desembaraza de toda elocuencia: su hondura es eventual; su construcción plástica de ese apocalipsis satisface al observador neutro y al que tiene en su cabeza un mapa exacto del caos que viene después del exceso, pero aturde a quien inclina su voyeurismo apocalíptico, su querencia al sci-fi mastodóntico de Hollywood, al sostenimiento de una historia, y aquí (esto es lo verdaderamente doloroso) la hay a ratos, según vuele el óxido cósmico por el plató o por la cabeza de este Michael Bay sensible (si es que eso puede ser posible) que ha querido, más que redondear un producto palomitero, limar las asperezas fonéticas que su alegre nombre (Mac Yi) amasa en su no muy extensa carrera.
Fría como un sueño de Asimov, excesivamente confiada a la contundencia plástica, Terminator Salvation tiene un desarrollo confuso y un desajuste absoluto entre el libreto de diálogos de los actores, que tampoco dan equilibrio dramático a unos personajes vacíos y poco emotivos, y la pantagruélica concatenación de imágenes de impacto que perla todo el metraje y en la que fundamenta toda posible afinidad a su propuesta.
TS es un blockbuster formidable: un pelotazo en taquilla y un éxito asegurado en las estanterías de los videoclubs. Será (imagino) la descarga más importante de junio y será una referencia absoluta en ediciones blu-ray. A mí, en particular, amante del fantástico, me ha parecido un añadido que, sin entrar en la inconveniencia, tampoco renueva el género ni eleva las ya altas cotas de las dos primeras entregas.

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22.6.09

Vicios estabulados


Es posible que el cine nos haga mejores personas. También hay quien no ha puesto un pie en una sala ni ha perdido dos horas frente a la televisión viendo alguna de Fritz Lang y medra en humanidad con desperpajo. Yo, al menos, en parte, soy como soy por las horas que gasté en miles de películas. Heredé de mi padre, un cinéfilo a la antigua que no admite el cine de ahora, la muy sana costumbre de ir anotando en una libreta las películas vistas. A diferencia de él, que no tenía tiempo de consignar otro dato que no fuese el título o la sala en que la vio (entenderán que entonces no había televisión), yo me excedo a mi manera y reseño el director y alguna que otra cosita frívola como el título en su idioma original o el género en el que se adscribe. Empecé el año en que me casé, lo cual no deja de ser un dato meramente anecdótico porque antes de ese festivo día ya me había metido entre ojo y memoria unas cuantas cintas, pero quiso el azar, cuyas leyes no entendemos y mejor es que no sepamos, que desde ese año (1.992) yo haya manuscrito esos títulos vistos hasta, a día de hoy, hasta ayer que vi o reví la última (El pequeño Lord, John Cronwell, 1.936) la cifra pasa holgadamente de dos mil. Debo estar perdiendo en calidad humana porque la lista no exhibe la vigorosa musculatura de antes. Nada de lo que preocuparme. Ninguna de las buenas cosas que reporta una película, una de las que se quedan dentro, digo, se pierden definitivamente y al regreso, cuando uno recupera el tono cinéfilo y necesita las raciones habituales de vicio, la felicidad es absoluta. Se tiene la plenitud perdida, se oxigenan los pulmones del alma, que no están en el pecho y se tiene conciencia exacta de que vivir, aparte de cumplir una serie de trámites burocráticos, sociales o laborales, entraña también pequeños palacios de amor puro, de acceso inmediato, que no requieren entrenamiento y ni siquiera exigen contraprestaciones dificílmente pagables. Y eso lo da el cine. Anoche, viendo esta peliculita inglesa de rancio afecto adolescente, pensé en todo eso y me acosté con la certidumbre de que ya va siendo hora de que vuelva a meterme más generosas dosis de fotogramas. Estoy alimentando poco mi lista. Me estoy acostumbrando a ese infame acto de abandono sentimental. Con los libros quise abrir un diario parecido, pero flaqueé, me perdí, escribí un inventario flacucho, desatendido, que desmerecía del alto propósito que lo jaleaba. La vida es larga y tal vez todavía esté a tiempo de abrir un nomenclátor fiable. Y lo de mejor persona es un exceso. No llego a tanto, pero caso de alcance ese clímax sentimental absoluto será, en buena medida, por este séptimo nobilísimo arte.

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21.6.09

Teatro de aquí



Bello, es decir, Sergio Maíllo, entusiasta del teatro, me dijo anoche, en su colegio, en una fiesta de fin de curso, que buscara en Youtube su último trabajo. Yo me limito a concederme el gusto de colgarlo en mi página. Se lo merece. Picando, se accede a las demás partes de esta pequeña (y estupenda) obra de Alfonso Zurro.

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20.6.09

Un cálido fluido

Yo camino entre tinieblas y sombras de muerte: lo dice el Cardenal Ricard María Carles en unas reflexiones que La Razón le regala a título sentimental. Hace tiempo que las tinieblas me acompañan. Bien vistas, observadas con bisturí óptico, no son tan terribles. Lo de la muerte, que suena a tragedia, no me intimida. Hasta la fecha, ninguna de esas alarmas apocalípticas me han hecho pensar que estoy a tiempo de salvarme si abrazo la fe y me dejo que mi alma sea evangelizada. Estoy bien así. De hecho estoy estupendamente en este limbo de anarquía teológica en el que he convertido mi travesía por este mundo. Cuando me muera no iré al cielo, pero tampoco me aguarda ningún infierno. Me perderé en las sombras y procuraré dejar en los míos, en los que me quieren, algo de lo que sienta orgullosos. Poca cosa, no crean. No tiene mi vida aristas sublimes ni tiene mi trasiego diario nada que sobresalga. Quizá porque el azar no me obsequió con la fe. Ya lo ha dicho el Cardenal Carles: Emilio Calvo de Mora camina entre tinieblas y sombras de muerte. No lo ha dicho así, pero como si lo hubiera hecho. E insisto en lo contado: es un paseo de tan grato y lírico paisaje que me pregunto a diario en qué consistirá el otro, el que no veo, el que sucede afuera de mí, en la fe, en la creencia de un mundo a la derecha de un Padre, vivífico, divino y eterno. Me cansa en ocasiones este mundo como para firmar el ingreso en otro del que no tengo la certeza de que sea mucho mejor. Creo, como Borges, que la Religión es una rama de la Literatura Fantástica, pero siempre está el asombro abierto y cualquier día dejo las tinieblas en las que parece que ando y me sorprende la fe en medio del camino. No espero ese día. No entra en mis cálculos la reconversión. Se está muy bien en la disidencia. Como mi amigo Antonio Linares, me produce cierta urticaria mental perderme en estos devaneos místicos. Él lo expresa de otra manera, pero es que Antonio, al que quiero mucho, tiene un sentido del humor laico de cojones. Camino en tinieblas, pero no me impiden ser feliz. Estoy muy a gusto en la inopia moral, en ese territorio vago y perdido en el que uno no precisa de todos esos aditamentos celestiales. Cada día, escuchénme, màs, pero como dice mi amigo Rafa Roldán, siempre está uno a tiempo de involucrarse, de caer, de sentir ese abrazo, de mirar de frente la luz y sentirse parte de su cálido fluido.


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13.6.09

Yo era un tonto y al ver cómo trabajaba Florentino Pérez me convertí en dos tontos


En el principio no fue el Verbo. Antes que la palabra aposentara su maquinaria mitológica y la carne fluyese bíblicamente, antes de que Darwin encontrara agujeros en la teocracia del mundo y mucho antes de que CR7 hiciera temblar los cimientos mismos de la economía planetaria, antes de todo eso, ya estaban en el casting de esta historia los virus, las bacterias, los bichitos invisibles de los que salió todo. El mecanismo no lo entiendo porque yo soy de letras y la mecánica de fluidos, la cosa cuántica y el ADN me resultan materia abstracta al punto de que me parecen, más que contenidos de la Ciencia Moderna, argumentos de la Ciencia Ficción. De hecho cada día me siento más incómodo en la realidad y me encuentro más a mis anchas en la ficción, en ese territorio en el que Florentino Pérez, el Obama Blanco a decir de algún contertulio radiofónico con buenos reflejos semánticos, sería un personaje menos soberbio o nada soberbio y, por supuesto, no tendría esa labia de funcionario eficiente, hecho a manejar caudales y a repartir beneficios como el que sale a la puerta de casa y barre el polvo nocturno, entiéndame bien, y charla con las vecinas sobre los trastornos que dan los hijos. Pero hoy todo lo veo bajo merengue: veo el mundo convertido en un objeto comprable, vendible, alquilable, reformable. CR7 o CR9 es el icono absoluto. Vamos a escribirlo ahora de otra manera antes de que me venza el sueño (ha sido un día completo como pocos en muchos aspectos): al principio no fue el Verbo ni el Verbo devino Carne. Digamos que en esos arranques titubeantes de lo ya única y muy disciplinadamente orgánico lo que triunfó fue el glamour, la fascinación por lo ajeno, por lo que se nos vende como excelso. Y en aquel mundo unicelular, bicelular, pluricelular, en fin, multicelular para contento mío y finiquito del post, habría (no lo duden ni un instante) bacterias atléticas, mediáticas, destinadas a conquistar el mundo. Caso contrario difícilmente el mundo habría evolucionado para llegar a ser lo que hoy es. Ya saben: Pérez trayéndose a Kaká y a CR7 o nueve a la disciplina blanca. Eso de la disciplina, aplicado a un equipo de fútbol, siempre me llamó la atención.
No desvariemos: como me encanta flipar con el envés de las palabras, que dan cuartelillo para alumbrar argumentos peregrinos fascinantes, estoy pensando en ese instante primordial en el que una definida y marcadamente ya trascendente pareja de bacterias o de virus o de entidades vitales se miran, coquetean, se acercan, se tocan, se sienten cómodos en el magreo místico y dan como resultado final el instante primero. Todo muy pillado con pinzas. Porque esta paleoescritura de bloguero muy tocado a nivel cerebral viene por el glorioso fichake de Cristiano y por la clarividencia financiera y por el desparpajo mediático del señor Pérez. Suena sencillo: Señor Pérez. Díganlo bajito. Pronuncien: Señor Pérez. Repitan. Nada más sencillo. Hay otros Pérez en su planta del bloque o en la Asociación de Padres y Madres del Colegio en el que su hijo o su hija estudian la vida en cómodos fascículos coleccionables. Afuera la realidad se retuerce y a cada minuto que pasa el retorcimiento es más visible y menos nos molesta. Noventa y cuatro millones de euros es el número del día. Al principio no fue el Verbo: fue otra cosa. Y todavía está por ver el lugar al que nos dirigimos. Yo, tan falto de fe, iré al infierno. Y allí, driblando a todos los delanteros ingleses crápulas, estará CR7, que le de la fortuna muchos años de jolgorio celular. Porque lo de hoy no tiene que ser bueno. Algo pecaminoso se esconde en esa cifra monstruosa. O yo sigo ciego y no veo con claridad los driblings del mercado. Buenas noches.

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7.6.09

Murakamiando



Gente fiable y de recto proceder lector me recomienda que empiece ya de una vez a leer a Murakami así que hoy compré en edición de bolsillo, es decir, barata, por si la gente fiable deja de serlo y me salen ranas los recomendadores habituales, Tokio blues (Norwegian wood). Me gusta más la edición original, de Tusquests, que es la busco y coloco en el editor. Es una de esas portadas que no te permiten dejar de pensar en ella durante mucho tiempo. Por lo menos hasta que empiezas la trama.
Tomo esta noche el libro al cobijo de mi voracidad lectora y encomiendo al azar y a la conjunción de las estrellas que la prosa del tal Murakami me aturda. Necesito últimamente (por circunstancias estrictamente personales) literatura que me aturda. La vida es lo que es y los libros pueden ser otra cosa. Siempre encontré en los libros cosas que sólo se pueden encontrar en los libros.

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4.6.09

Slogans


No vengas a rezar a mi escuela y yo no iré a pensar a tu iglesia. El famoso slogan ateo americano, al que todavía no he podido atribuir autor, tiene lo que todos los slogans: musculatura narrativa. Los que se manejan en el márketing saben que el lenguaje es una toxina que circula por el cerebro con más rapidez que cualquier veneno. Los ciudadanos que en verdad se preocupan por el discurso que viene detrás de los slogans saben también que, en el fondo, la separación Iglesia-Estado es un asunto espinoso al que todavía no se le ha dedicado el tiempo suficiente. La única razón por la que subsisten crucifijos, vírgenes y demás software cristiano en edificios públicos es por la monumental inercia de la costumbre. Habiendo en los dos bandos en litigio talibanes de verbo florido siempre vamos a tener discusiones de barra de bar, manifestaciones en las calles y titulares enfebrecidos para amenizar el café de la mañana. Pero el criterio racional, el verdadero empeño en zanjar con civismo y conciliación el problema de la religión en un país aconfesional, se despeña en los slogans: ahí se abisma en la floritura del verbo, en la eficiencia de una frase rimbombante que sirva para colocar en un pasquín o en una pancarta. Además, ¿qué tiene que ver la política con la religión del que la desempeña? Muy frívolamente escrito, ¿ podría un funcionario exhibir en su ventanilla de atención al público algún símbolo que represente, pongo por caso, su filiación masónica, su adscripción a un club de golf o su pertencia a una asociación de agnósticos?
Todavía está muy cercano el autobús ateo y, a lo visto, vendrán más slogans y nos perderemos la posibilidad de centrarnos en lo que de verdad nos interesa a todos, que me imagino que es convivir en paz y que la trifulca de la religión, de tan bochornoso y hasta vergonzante recuerdo en los anales de la Historia, no continúe siendo un motivo de separación. Tal vez por eso, por la imposibilidad de que en asuntos de fe nos pongamos más o menos de acuerdo, los símbolos religiosos deberían exhibirse en ámbitos estrictamente privados. El monopolio de la moral no está en ninguno de esos bandos: cada uno profesa la suya y mal vamos si nos obstinamos en censurar la catadura ética de quienes no comparten lo que pensamos. Todo lo demás es ganas de seguir haciendo slogans. Seguro que los que defienden la vigencia de todo la iconografía cristiana en los centros públicos tienen también los suyos. Mientras que todo quede en sintaxis y el Estado haga su trabajo...

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3.6.09

Have you ever seen the rain?


Atticus Finch: hoy he pensado en Atticus Finch al menos un par de veces. La primera fue al ver a ZP en televisión, entrevistado en Telecinco. Juro que desconozco qué retorcido mecanismo de asociación lo extrajo del fondo de catálogo que todos llevamos dentro. En el mío está Atticus Finch, por supuesto. Me lo imagino tangible, real, no como el personaje del film: lo veo retirado, enfebrecido de libros, contemplando el caos y evitando entrevistas. Como una especie de Salinger. Más absurdo todavía (Finch, ZP, ese hilo narrativo) fue escuchar a la Creedence Clearwater Revival y pensar que ésa sería la música que oiría el señor Finch en el muy también absurdo caso de que un personaje de un libro o una película (To kill a mockingbird) pudiese preferir esta o aquella música.

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2.6.09

Una poética

Yo creo que los poetas eluden entender la realidad. Manifiestan incógnitas, abren zanjas a las que caer, ofrecen extravíos. Como Kavafis en su célebre poema, ocultan los atajos, exhiben los caminos más largos. La travesía del poeta tiene una vocación de pérdida. El lector de poesía es un aventurero: sale al campo abierto sin brújula y sin arnés: es un valiente al que le interesa más perderse y buscar afanosamente una salida que ir siempre bien guiado y divisar salidas al enigma.
Probablemente la poesía nos aproxima más que ningún otro género literario a la vida. Hay una educación sentimental a la que la poesía, la alta, la limpia, la que más tozudamente nos hurga dentro, contribuye con más certero ahinco que la novela. Las tramas novelescas emulan a la realidad de alguna forma la duplican, la escudriñan, la abre a la busca de un significado válido que zanje las incertidumbres de vivir, pero a la poesía no le interesa recrear la vida: lo que el hace es acometer el juego de intrigarla, sacrificando el cálido cobijo de la razón en beneficio del caos, de la pérdida, de la herida abierta por la que el lector muere y renace en un mismo verso.
Y es verdad que los poetas renuncian a entender la vida: se pierden en la boscosa impostura del verbo, se alistan en el ejército de esa oscuridad de la que nacen después todas las luces posibles. Yo, poeta a tiempo parcial, en fin, poeta manumitido de la poesía por circunstancias muy especiales, no entiendo la realidad. No la entiendo en absoluto. Se me escapa. Se fuga a cada vano intento de aproximarla.
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1.6.09

El mundo según mi blog

Con los años uno adquiere verdadera destreza en el noble arte de la pereza. Se adiestra en construir un mundo a medida suya en el que cada objeto cumple con pasmosa eficacia la función que le hemos asignado. La realidad se convierte entonces en una especie de novela cuya trama está cabalmente configurada para que nada incomode a esa felicidad tan meticulosamente confeccionada. El extremo del que todo lo adapta a ese relajado vicio consiste en encapsular su existencia y someterlo todo a la tiránica influencia de la pereza. A diferencia del perezoso sin fundamento, que lánguidamente se despereza en la abúlica siesta de quien deja volar imbécilmente el tiempo, o del perezoso decimonónico, que se encerraba entre libros, arrobado en la contemplación de su propia vagancia, el perezoso contemporáneo es el Gran Emperador de Sí Mismo, un dios absoluto a cuyo antojadizo beneficio han contribuido graciosamente algunos milenios de progreso tecnológico. Digamos que sólo precisa el suficiente ancho de banda y un cierto desparpajo en lo económico. Las miserias laborales, las decepciones del corazón, las fracturas del alma y el tal vez natural desafecto hacia lo más acendradamente humano son extensiones argumentales de la novela en ciernes. Toda esta anorexia social está calculada en los balances financieros de las grandes multinacionales. El convaleciente ignora el alcance de su dolencia. Esta literatura de lo cotidiano carece, sin embargo, de épica. Tampoco exhibe una sintaxis cuidada ni la semántica es alta y noble y expresa la belleza sencilla de las cosas. Nos venden cifras que se ajustan a las necesidades que vamos teniendo: nos venden discos duros de muchos gigas, nos venden conexiones turbo y pantallas cuya definición rivaliza con sus pulgadas. Fuera de esos números, nada. El cero. La ausencia de contenidos. El vacío. Vivimos en un mundo virtual que consiente la proximidad del real por inercia, por la dinámica de los siglos, pero que nadie se llame a engaño: estamos entrando a pasos más que agigantados a un mundo nuevo. La novedad se aprehende pronto: se la examina, se asimila, se incorpora a nuestros hábitos y la hacemos nuestra. Parece que llevamos toda la vida manejando estos nuevos instrumentos. Tengo últimamente más amigos en la Red, con los que en ocasiones me comunico con más frecuencia que con aquéllos que conozco desde hace años, con los que he vivido experiencia reales, tangibles: amigos de mentira que se erigen más verdaderos que los auténticos, así que vamos a tener que redefinir qué es verdad y qué no. Hasta igual conviene renunciar a la verdad y abrazarnos completamente al universo impostado, en el que es posible discutir sobre Kafka con un internauta navarro que entró en tu página buscando una reseña sobre el último disco de Leonard Cohen o hacer amigos por la común adhesión al rock progresivo de los setenta. Pero al final, a pesar de la fricción, muy por encima de los nexos, está el vacío, el vacío completo de no saber qué hay detrás. Entonces qué más da que sea mentira.

La gris línea recta

  Igual que hay únicamente paisajes de los que advertimos su belleza en una película o ciudades que nos hechizan cuando nos las cuentan otro...