22.6.09

Vicios estabulados


Es posible que el cine nos haga mejores personas. También hay quien no ha puesto un pie en una sala ni ha perdido dos horas frente a la televisión viendo alguna de Fritz Lang y medra en humanidad con desperpajo. Yo, al menos, en parte, soy como soy por las horas que gasté en miles de películas. Heredé de mi padre, un cinéfilo a la antigua que no admite el cine de ahora, la muy sana costumbre de ir anotando en una libreta las películas vistas. A diferencia de él, que no tenía tiempo de consignar otro dato que no fuese el título o la sala en que la vio (entenderán que entonces no había televisión), yo me excedo a mi manera y reseño el director y alguna que otra cosita frívola como el título en su idioma original o el género en el que se adscribe. Empecé el año en que me casé, lo cual no deja de ser un dato meramente anecdótico porque antes de ese festivo día ya me había metido entre ojo y memoria unas cuantas cintas, pero quiso el azar, cuyas leyes no entendemos y mejor es que no sepamos, que desde ese año (1.992) yo haya manuscrito esos títulos vistos hasta, a día de hoy, hasta ayer que vi o reví la última (El pequeño Lord, John Cronwell, 1.936) la cifra pasa holgadamente de dos mil. Debo estar perdiendo en calidad humana porque la lista no exhibe la vigorosa musculatura de antes. Nada de lo que preocuparme. Ninguna de las buenas cosas que reporta una película, una de las que se quedan dentro, digo, se pierden definitivamente y al regreso, cuando uno recupera el tono cinéfilo y necesita las raciones habituales de vicio, la felicidad es absoluta. Se tiene la plenitud perdida, se oxigenan los pulmones del alma, que no están en el pecho y se tiene conciencia exacta de que vivir, aparte de cumplir una serie de trámites burocráticos, sociales o laborales, entraña también pequeños palacios de amor puro, de acceso inmediato, que no requieren entrenamiento y ni siquiera exigen contraprestaciones dificílmente pagables. Y eso lo da el cine. Anoche, viendo esta peliculita inglesa de rancio afecto adolescente, pensé en todo eso y me acosté con la certidumbre de que ya va siendo hora de que vuelva a meterme más generosas dosis de fotogramas. Estoy alimentando poco mi lista. Me estoy acostumbrando a ese infame acto de abandono sentimental. Con los libros quise abrir un diario parecido, pero flaqueé, me perdí, escribí un inventario flacucho, desatendido, que desmerecía del alto propósito que lo jaleaba. La vida es larga y tal vez todavía esté a tiempo de abrir un nomenclátor fiable. Y lo de mejor persona es un exceso. No llego a tanto, pero caso de alcance ese clímax sentimental absoluto será, en buena medida, por este séptimo nobilísimo arte.

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2 comentarios:

Isabel Huete dijo...

Anotar las pelis vistas no podría hacerlo yo ni harta de vino... A veces me he comprado un cuaderno para escribir notas sobre los acontecimientos más interesantes que me han pasado y todos han acabado en la basura, amarillas las hojas de aburrimiento. Al final me pregunté: ¿para qué? Dime tu "para qué" porque estoy segura que las razones será muchas y sopesadas, a ver si me convences... :)
Besotes, cinéfilo.

Alex dijo...

No sé la cantidad de película que debo haber visto, Emilio. Te conté, no hace muchos días, que deben rondar las 4.000. Elevada cifra que dice poco en favor de mi vida social y que no convierte mi opinión en docta comparada con la de quien ha visto menos de cien. La ingeniería inútil que llamo yo. Puentes que llevan a la nada, como el visionario de "Fitzcarraldo", empeñado en construir un palacio de la ópera en medio de la jungla. Ver película no te supone un beneficio material, pero sí espiritual, y eso es lo que importa, que los puentes sigan conduciendo a la nada. Hablar de cine, música o literatura es el más gozoso modo de perder el tiempo.

Por cierto, Cronwell fue uno de mis artesanos favoritos. Se amoldaba a cualquier tipo de proyecto y de reparto. "El Pequeño Lord" es un buen ejemplo de su habilidad para contar historias. Los años que han pasado (73) y sigue siendo fresca.

Cuídese mucho y sobrevive a las alergias y a los éxamenes finales, tarea nada fácil.

La gris línea recta

  Igual que hay únicamente paisajes de los que advertimos su belleza en una película o ciudades que nos hechizan cuando nos las cuentan otro...