5.4.09

Obama no lleva megáfono...


Nixon fue rehén de un megáfono. El reglamento del político novel precisa de la amplificación acústica para que el mensaje llegue nítido y alcance la lejanía en la que las masas suelen apostarse de vez en cuando. Se ponen lejos por mera cuestión física (hay mucha gente, no quepo) o se ponen lejos por recelo o por no exhibir en demasía la filiación política. Yo nunca he ido a un mítin, pero he oído algunos en televisión y (salvo algunos detalles extraídos de la experiencia topográfica pura y dura) tengo muy claro qué se busca en ese baño de palabras a la vera de un púlpito desde donde el adoctrinador arenga o desde donde el arengador adoctrina. Da lo mismo. Lo importante es el megáfono. En la foto Nixon esgrime uno de un tamaño sencillamente imprudente, pero gracias a esas dimensiones hiperbólicas consiguió pisar la Casa Blanca. Si hubiese tenido uno dentro de esa noble edificio tal vez no hubiese salido con la cara agachada, escoltado por la infamia camino de la soledad del que todo lo ha perdido. El megáfono con el que Obama ha venido a Europa no es un megáfono clásico: es un micrófono inalámbrico del tamaño de una pulga de Ohio. Y las masas se arremolinan para memorizar los textos que declama. Hoy he visto a ZP y a Obama en televisión y he pensado en el valor que tienen al no conocerse de nada y bailar ya juntos delante de las cámaras y prometerse amistad duradera y quién sabe si alguna especie de amor internacional que haría palidecer las bravatas galantes de los marineros de la copla de Quintero, León y Quiroga.
Dijo Rajoy que sería presidente del Gobierno si lograba hablar con cada uno de sus posibles votantes: que ahí, en esa cercanía, lograría el triunfo. Y no sólo Rajoy o ZP: cualquier político que disponga de esa anomalía electoral que consiste en convencer puerta a puerta, en dar la cara sin ambages en la calle, en la realidad microscópica de un país, no en la macrorealidad, en la impostada sucesión de noticias que, bien hilvanadas, ensambladas con tino, dan una nación, ganaría las elecciones. El votante es un crédulo que se deja convencer con los verbos sencillos, con los gestos, con la hipótesis de que nadie va a engañarle. De ahí la importancia del megáfono. Por eso Obama, en lugar de megáfono, trae un botón pequeñito con una tecnología de Silicon Valley que hace llegar su voz a todos los altavoces del mundo. Hay un altavoz en cada casa. De eso se trata, al cabo: de que el discurso llegue a todos los hogares y así esté asegurado el perdón universal y sobrevuele ese nuevo depósito de confianza para continuar la brecha comenzada y entre todos ellos puedan salvar al mundo.

3 comentarios:

Alex dijo...

Yo sí he ido a mitines. A varios, cuando era niño y adolescente. Te contaré, con detalle, un par de ellos el jueves cuando hablemos. Creo que te gustarán las anécdotas.

Creo en Obama, sigo creyendo. En sus primeros días se le sobrio y dialogante. Falta lo peor, claro, la carga que le supondrá el paso del tiempo con tanta responsabilidad sobre sí, pero confío en él y ya sabes, Emilio, que soy un descreído en cuestiones políticas. Una infancia y una adolescencia situada en la extrema izquierda (alguna paliza incluida) me llevó a la nada. No he votado nunca, de hecho.

Eché en falta un posteo sobre la aparición televisiva de Rajoy el pasado lunes. Me habría gustadao leerla. Se le vió sobrio y atemperado. Él es soso, eso siempre, pero hay cosas que no tienen solución y sosos prodigiosos como Woodrow Wilson. Una cosa le debo reconocer: el tener bemoles para plantar cara al sector ultra-reaccionario de su partido. Al menos algo.

Cuídeseme y dele una oportunidad (o tres) a Obama. La merece.

Emilio dijo...

No me han faltado oportunidades, pero me aterran las masas en las que no participo. Por eso no va a la iglesia y por eso adoro ver en directo un buen espectáculo de rock. Date cuenta qué frívolo y blasfemo es lo que digo, pero la política tiene un punto de masoquismo, de entrega ciega, de fe bruta en lo que acaba siempre alejando de uno mismo. Y no creo en los políticos, Obama incluído. Me parece que de entre todos tal vez éste haya proyectado un más convincente grumo de elocuencia. Grumo, poso, adherencia final en el tránsito de los pensamientos. Lo de Rajoy lo vi enterito pero no me provocó (zarandeó) lo suficiente. Lo vi sobrio, sí: capaz de sortear un ejército de disciplinados y de indisciplinados, pero le faltaba un hervor de calidez. No era cercano: era una especie de autómata al que han programado muy bien o un humano que ha automatizado hasta niveles profesionales lo que conviene a su discurso y a su candidatura. Pero Rajoy se está perdiendo, Álex: es como el buen opositor que se tira opositando años y años y no le llega el temario que ha aprendido en el examen.
El Jueves Santo, y posteriores, (
estoy de viaje y no voy a estar disponible al teléfono, pero ya buscaremos hueco. Pensé llamarte esta tarde, pero mira la hora que es (8 menos algo cuando escribo esto) y ya me preparo para salir. Parezco un ministrillo con una agenda gorda e imporatnte. Cuídeseme mucho, señor amigo y no se atragante (jeje) de santos. ¿Cómo es la semana santa madrileña?

Alex dijo...

No te preocupes, ya habrá otra ocasión, Emilio.

La Semana Santa madrileña es similar (aunque menos oscura) a la castellana vieja. Devoción contenida (nada que ver con tu tierra), silencio, sobriedad y colores fríos.

Pásalo bien en tu viaje, Emilio. Es posible que yo tampoco esté localizable desde el jueves. No sé, veremos.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.