Al modo en que J.K. Rowling se echó a la espalda la noble tarea de meter en cintura lectora al desavisado público infantil y adolescente, abasteciendo de lectores futuros a la literatura seria, adulta, desafectada de encantamientos y demás pólvora fantástica, la señora Costello, también llamada Diana Krall, a la sazón, visitadora de festivales de jazz y niña bonita del prestigioso sello Verve, se está echando a la espalda, no dudo que preciosa, al oyente de jazz sin prejuicios, al también desavisado y ocasional escuchador de jazz, que probablemente incurrirá en el futuro en el pecado (esperemos) de olisquear el trabajo de otras damas del jazz de más tronío y empaque vocal (Betty Carter, Billie Holiday, Sarah Vaughan, Ella Fitzgerald, Dinah Washington, Carmen McRea, Abbey Lincoln, Dianna Reeves...) con las que pueda disfrutar verdaderamente de uno de las artes mayores del siglo XX. No habiendo un solo disco de la señora Costello al que quemar en la pira de los discos malos del jazz, tampoco encuentro ahora ninguno remarcable que colocar en el olimpo de las excelencias.
Quiet nights rebusca en la esencia brasileña, en Antonio Carlos Jobim, en esa sensualidad que se masca en las notas y que ha dado magistrales combos musicales entre el jazz y la samba o entre el jazz y la bossa nova. Pienso en Stan Getz, en Lee Ritenour, en Manhattan Transfer, en Frank Sinatra. Cuenta la Krall en su página que le embrujó Brasil y que el disco es una carta de amor a Elvis Costello, su esposo. ¿Y quiénes somos nosotros para molestarla con una reseña negativa? Porque Quiet nights rezuma oficio por sus ventilados y pasionales poros. El séquito de músicos es formidable; la selección (incluyendo Walk on by del aristocrático Burt Bacharach o How can you mend a broken heart, la lánguida rendición amorosa de los mejores Bee Gees) es portentosa... ¿Dónde, entonces, el desajuste? En su espíritu Rowling, en su potterización, en esa garantía de producto redondo, fantásticamente grabado, de exquisito gusto formal, en la certidumbre de que vamos a tener una experiencia necesaria para que nuestro aprendizaje del jazz no se extravíe en florituras, virtuosismos y otras zarandajas de gourmet.
Ideal para regalar en el día de la madre, justo ahora que mamá Krall ha alumbrado dos mellizos con gafas de pasta como papá, Quiet nights cubre el segmento de disco con pedigree con el que nos aseguramos ese punto de distinción que retrata a la perfección, más que al regalado, a quien gasta los cuartos en la prenda regalada, alegre portada incluída.
En lo demás, jazz funcional, standards ejecutados con absoluto dominio de los recursos estilísticos, pero carentes, ay, de alma. Potter con síncopa.