En un servicio cutre de garito urbano, imagino que obscenamente abierto por cualquier página junto a una letrina pestilente y testigo de arcadas y largas procesiones de ADN quemado y triste, encontró un amigo un libro de Sánchez Dragó. A partir de ahí la ficción más adrenalítica jalea al atribulado poseedor del hallazgo para que busque otras manifestaciones del talento literario en la inabarcable cartografía de antros que perlan de vicio y perdición las noches de la villa de Madrid.
No siendo una empresa de grato manufacturado ni fácilmente contable a los más cercanos se procuró cierto anonimato y hasta probó a impostar la voz y colocarse un fingido bigote y unas historiadas gafas de sol que, unidas a su deseo de invisibilidad, le facilitaron esa inconsustancial calidad de fantasma. El fantasma libresco agotó cuatro locales (cochambre, neón y aturdimiento mental) aquella simbólica noche de sábado. A medida que su entusiasmo etílico desafiaba la recta y limpia visión de su nuevo oficio, mi amigo creció en confianza. Jamás confió a nadie la naturaleza apocalíptica de su empeño, pero disfrutaba con la posibilidad de elegir a un buen amigo y colarle aventuras épicas de urbanita descolocado.
Al libro de Sánchez Dragó (no me dijo título) le faltaba un compañero: faltaba un socio de travesía para el bueno de Fernando, que no conocía que sus letras habían sido arrumbadas a anaquel tan bajo. Especulaba mi amigo, cuyo nombre no viene al caso, con las sensaciones que le producirían toparse súbitamente con un volumen de Sylvia Plath o de Emily Dickinson o Moby Dick o un Auster o un Roth. Todavía prefigura soluciones dramáticas para soportar esa puñalada estética, pero no le he visto y no sé (viéndole a la cara) si podría soportar esa afrenta moral.
Bajando una línea en el discurso, mi amigo se preguntaba cómo podía alguien dejar un libro allí y no una compresa o un preservativo o una bolsa arrugada de pipas o (mundo extraño éste) una fotografía del Generalísimo (a quien hoy rendimos fantástico homenaje) al que un infante delirante le hubiese pintarrajeado barba y rizos. Aquí es cuando el detective ilustrado que mi amigo lleva dentro abre una bitácora en la que colgará un post a diario: uno por cada libro encontrado. A falta de que la realidad satisfaga sus ensoñaciones blogueras, inventa que encuentra El código da Vinci con un resto de orín borrando el comienzo del capítulo en el que Robert Langdon descubre que es un tipo fantástico al que la vida ha bendecido con los dones de su gracia. Cuando inventar libros no le da arrobo bastante, mi amigo inventa antros. Inventa indisimuladamente la épica absoluta de buscarle sentido a Sánchez Dragó, aunque tal vez en este obstáculo intelectual su vehemencia creativa descubre limitaciones razonables. Seguiré informando del infortunio narrado. En cuanto me lo confíe.
4 comentarios:
Te digo título: "Carta de Jesús al Papa". Es más, en junio, cuando crucé con él cinco frase durante la feria del libro, me dijo textualmente: "Alex, debes leer Carta de Jesús al Papa". No quise decirle que unos años atrás me encontré con aquel libro junto a una revista pornográfica en el servicio de un garito. Cosa que a él le habría encando, estoy seguro. Es un tipo que me atrae mucho, aunque su literatura sea ilegible. Leí (y me costó acabarlo) "Gárgoris y Habidis" durante mi servicio militar. Ahora tengo "Kokoro" a mis espaldas, firmado de su puño y letra y sellado con la imagen de su gato. Fue un regalo de cumpleaños de mi hermana, que me acompañaba aquel día. Un día te cuento qué me le dije y qué me contestó.
¿Qué hacía aquel libro allí? No lo sé. Te puedo decir que tentado estuve de echarle un vistazo de no ser porque el suelo se veía marrón aunque era blanco. El tremendo ego de don Fernándo no se resentería por aquello, seguro. En cualquier caso se fortalecería. He insisto, este hombre me gusta. Más desde el día que le escuché decir que era capaz de meterla blanda (literal).
Por cierto, fantástico posteo, Emilio. Me encantó...
Ese señor llamado Sánchez Dragó me parece el paradigma de la inteligencia pervertida. Y es una pena.
Besos grandes.
Me parece un señor culto al que se le subido la cultura al punto de negarla con sus salidas de guión. En todo caso, un hombre curioso en las letras patrias y un showman portentoso al que le delata, menos mal, su amor libresco. El post, Álex, es, en parte, suyo, claro.
Isabel, me alegro mucho de volverte a ver por estas tierras de dígitos y posteos. Me alegro sinceramente de que regreses a la rutina. Anímate. Muchos besos.
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