Conforme al triste parte de noticias que alumbran las agencias a mayor gloria del desencanto y de la tristeza, parece que la sacralización urbi et orbi del señor Barack Hussein Obama es la noticia del siglo XXI. Una del tipo que neutraliza todas las demás o las convierte en cosa baladí. No parece que el abordaje del demócrata a los mandos de la nave del mundo rebaje el miedo de la clase media y de la más baja todavía a llegar a fin de mes sin quebrantos en la cuenta de ahorros o jaqueca hipotecaria a mitad de la noche. El tal Obama, que viene a enmedar las tropelías del infame Bush, trae un recetario de prodigios que, a la luz de los focos, en mitad de un pabellón reventón de parroquianos de su verbo, suena fantástico. Tiene el hombre hasta una fonética reconocible a la manera de los antiguos charlatanes de feria que embaucaban al personal con chascarrillos de aldea y relatos mágicos donde siempre triunfaba el bien y el príncipe rescataba a la princesa del torreón encantado. Ahora no es (tal vez) momento de ponernos pesimistas, aunque el hábito nos predispone a dejarnos caer en la pesadumbre y pintar negro donde la luz cae en cascadas de luz hipnótica. Visto en la prensa, en esas fotos perfectas que ocupan las portadas, el tal Obama se maneja mejor en la iconografía del pop que en los presumiblemente grises y poco glamurosos despachos en que la burocracia y la alta política entran en plomiza coyunda para conducir este calamitoso mundo.
Mejor que ocupe el Despacho Oval el tal Obama, al que no se le conoce desviación moral relevante, que McCain, honorable prisionero de guerra y, a lo leído, hombre íntegro y trabajador, distanciado de su incapaz predecesor, que no se va a preocupar en exceso si su alegre comandita de votantes arrambla con la teoría de la evolución de Darwin y montan a las puertas de la Casa Blanca un manifiesto pro-creacionista con dibujos a carboncillo de Adán y Eva. Caso aparte, y ya definitivamente a salvo nuestra integridad en materia estética o ideológica, es que hubiésemos tenido que soportar cuatro años a la tal Palin, una profesional del desconcierto, que igual empuña un rifle y habla sandeces de Trivial Pursuit a propósito de la geopolítica que se queda en trance frente a un crucifijo y declama versículos del Antiguo Testamento. Lo trágico es que un parte de la ciudadanía yankee haya reflexionado sobre la conveniencia de que semejante ejemplar de cazurra mediática pudiera coliderar la gestión de un país como los Estados Unidos y, como bonus track, el gobierno de buena parte del resto del mundo, por no decir el planeta entero. Su incompetencia es digna de un gag de los hermanos Marx y, a pesar de todo, ha habido una monstruosa cifra de adeptos a su causa. En esto de que alguien pueda votar a quien le plazca con su voto no hay objeción alguna. En el fondo, ese libérrimo albedrio es el pilar fundacional sobre el que se edifica la democracia entera, pero hay extremos en los que uno sospecha que el votante está untado o carece (a fuerza de manipulación o de simple y llano desconocimiento) de la capacidad de razonar el alcance de un acto tan aparentemente simple como depositar una papeleta dentro de una urna. No hace falta (o sí, hace falta) retroceder en la Historia para encontrar cómo tiranos notables accedieron al poder por estricta comparecencia del pueblo.
Anoche me acosté con la convicción de que nada, en el fondo, cambiaría hoy en el mundo después de que una parte mayoritaria del pueblo americano diese su confianza al tal Obama. No entran en mis alcances que un sencillo hombre (por mucho que se haga acompañar por excelentes asesores y competentes obreros de su causa, que debe ser por fuerza la nuestra) pueda modificar en demasía este mundo embravecido, conflictivo hasta el desmayo, emponzoñado y victimista, que se deja engañar por mucho profeta de verbo fácil y maneras pomposas y que luego únicamente recita la misma vieja balada triste de siempre. El tal Obama, a lo visto, a lo oído, se merece un tiempo prudente de pruebas y de gestos para que las convicciones que no logramos quitarnos del sueño no sean confirmadas por los titulares de prensa. Suele pasar.
1 comentario:
Lo de antes, Emilio. Que... HASTA EN LA SOPA TENEMOS OBAMA, Señooooor... Laurita.
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