Los adoradores del laicismo, ese gremio de izquierdosos de sobaco ilustrado con textos blasfemos y panfletos en el disco duro contra los salmos y contra la beatitud de la sociedad en estos tiempos de manga ancha, esos ignorantes de cerebro mal iluminado, han encontrado en la tal Maravillas, la monja santa que Bono no pudo elevar al nomenclátor histórico del parlamento, un motivo de chanza y de jerigonza semántica para tabernas y reuniones de sábados alrededor del scrubble mental del Estado del Bienestar. Tienen en estas frivolidades los laicistas de profesión (entre los que a veces me incluyo y a los que a veces repudio) un argumento para amenizar el aburrido plan de trabajo de sus desquiciadas vidas. A ver cómo si no podríamos entender que vivan en el pecado de no creer y encima tengan la desfachatez monumental de vociferar su descreimiento como un acto de fe al que no renuncian así les manden un destacamento de monjitas de clausura que los convenzan. Llegará un día en que nos riamos de estas veleidades de la feliz democracia que tenemos. Veremos que no pasa nada porque una monja (tenga el meritaje que tenga) contribuya a la iconografía de notables del Congreso de los Diputados. Aceptaremos que tampoco la tal Maravillas tiene en su currículum más galones que otros que, muertos, enterrados, olvidados, hicieron lo que esta insigne dama, aunque no llevaran el uniforme cristiano.
Dice Juan Manuel de Prada hoy en su columna del ABC algo razonable: podemos olvidar que la Santa Maravillas de Jesús es una religiosa y sencillamente admitir que, en su oficio, hizo cosas memorables que merecen el recuerdo y la distinción. Apologetas de la fe y reivindicantes de la pasión más pura del alma, la que se rocía de verdades evangélicas y no se deja embaucar por los aires ateos del zapaterismo en boga, se pondrán en fila para boicotear esta afrenta a la verdad simple de las cosas. El Estado, al que el párroco argentino Leonardo Castellani, que ahora precisamente De Prada apadrina en las letras españolas, no es un instrumento de la espiritualidad ni se debe a subterfugios más o menos milenarios de la moral tradicionalmente aceptada. El Estado, a pesar de muchos, se emplea en menesteres de más hondura. La fe siempre encontró en la política cierto aliado interesado, pero hete aquí que el relativismo todo lo enfanga y hemos descubierto que creer o no creer no es cosa importante (en absoluto) para que un país funcione. Es más: tal vez el excesivo compadreo entre el fervor y la administración de lo público sea recriminable y merezca observación juiciosa y, al final, separación de bienes.
"Laicismo consiste en la sustitución de Dios por el Estado, al cual se trasfieren los atributos divinos de Aquél, incluido el poder absoluto sobre las almas", escribe Castellani en su libro. Y cuanto parece que debamos salir huyendo de la máxima, yo me la pido. Puestos a elegir entre un filiación y otra, prefiero la estatal. Al menos, la manejan hombres y mujeres, congresistas excépticos...
5 comentarios:
Bono ha sido consecuente con sus creencias. Creo recordar que fue el único ministro de la primera hornada con ZP en el poder que juró sobre una bíblia honrar su cargo. Personalmente prefiero que se evite cualquier mención a cualquier persona (de cualquier ideología) en el congreso. Una placa no hace daño pero pica y a veces no se tienen manos para rascar.
Lo de la beata Maravillas es sin duda un hecho para reflexionar largo y tendido, y así lo debió de entender Bono en sus ratos de ocio y siendo más papista que el Papa pues nada que se decidió por situarse en su mundo.
Y como los demás estamos también en el nuestro, pues nada que yo también prefiero al Estado laico, y también a la política laica, siquiera porque es capaz de evolucionar y adaptarse mejor a los tiempos que nos tocan vivir.
Es sr. Bono, que se muere por salir en los medios y que no es nada tonto, sabía de sobra que esa decisión traería polémica y le permitiría disfrutar unos días de protagonismo en todos los medios. Y como somos un país cateto en las apreciaciones de las cosas y nos encanta pillarnos las neuronas en tontunas como ésta que no provocan más que jocosidad, pues se ha abierto una polémica ridícula, más aún que la propuesta.
Más divertido aún si cabe es darse cuenta de que hay gente (demasiada) que cree que el Estado laico es aquel en el que todo cabe, en el que lo mismo da poner una estampita en el Congreso que una farola en la calle.
Pazguatería a granel y barullo. Penita, pena.
Besos.
Álex, Bono es consecuente, pero también se le ve proclive a esos juegos de flashes, a salir en la foto, bien enmarcado, con su peluca nueva, con su rimbombancia fonética y su prosa de cervantino socialista... No obstante, una placa (biendices) no hace daño, pero puede picar... Y cómo se rascan!!!! Muy bueno....
Conrado, somos dos. Laicos a gusto mejor que laicos sin saber para qué sirve el experimento...
Isabel, lo laico tiene también sus trampas, sus vicios, su pequeña historia de placeres demasiado humanos, demasiado parecidos a lo que lo laico critica o de lo que voluntariamente se aparta...
Me pido una ración doble de laicidad sin curillas que la condimenten. Me pido Estado Laico, por favor. Me lo pido doble y luego me lo pasan por la tarjeta. Todo esto de la modernidad me parece lo más razonable que ha pasado en la sociedad desde que descubrieron que la tierra no es redonda y que a Dios lo inventaron unos pocos aburridos con ganas de montar una empresa de puta madre, una de las mejores, si no la más MEJOR...... Saluditos desde Córdoba.... Pedro
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