Más que una película
, Infiltrados es un regreso, una restitución de la confianza retirada.
Gangs of New York era un espectáculo tan grandilocuente como artificioso sobre los inicios de una ciudad y el nacimiento de sus clanes.
El aviador era un tour de force dramático, un biopic, una hagiografía desnatada del glamour de una época y de un personaje. Infiltrados es una cinta cosida con los retales de todo el cine anterior del maestro italo-americano, pero los retales son suyos y en esta ocasión ha hecho de sastre primoroso con entrega, con vuelos muy altos y el resultado es asombroso.
No estamos ante la obra maestra que fue
Uno de los nuestros, que hablaba de la misma sustancia, pero es la mejor cinta, a mi entender, de este soso y enclenque año cinematográfico. Brilla por su manejo del tiempo: el arranque enfebrecido con
Gimme Shelter de los
Rolling Stones principia ya por donde van a ir los abundantes tiros: cine brioso, cine con texto, cine hipnótico. Brilla también porque
Scorsese es un contador de historias fabuloso: lo ha sido siempre. Lo que le importa es que los acontecimientos que conforman el texto literario sean lo más nítidamente explicitados al espectador y éste no se vea arrojado a una montaña rusa de historias secundarios que nada aportan al relato en sí, una trilogía hongkonesa sobre las mafias que arrasó en Asia.
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Para que esto resplandezca, Scorsese no abusa de la banda sonora: se limita a ir dejando caer canciones sin que éstas se subordinen en exceso a las imágenes como había hecho en
Casino o en la ya citada Uno de los nuestros o como hace magistralmente
Tarantino. Llama de forma poderosa la atención un tema irlandés atacado por una banda de hardcore metal que suena dos o tres veces en la parte central de la película. La atención primordial del director es partir de una zona cero de los sentimientos, así lo refirió en las ruedas de prensa que vimos por televisión. Esa zona cero de la emoción permite una épica metafísica, un desconcertante ejercicio de renuncia absoluta a cualquier referencia religiosa. Dios no existe. No está. Abandonó a todos y ahora los mire desde arriba, extremadamente atento a las desavenencias de todos esos tipos que su caprichosa mano arrojó al mundo.
Scorsese está obsesionado por la violencia en la condición humana. La violencia física y también el grado cada vez más complejo de violencia semántica. Todas sus películas ( ésta en u
n grado muy alto ) se configuran como vehículos de investigación de esa obsesión. El final ( que no será aquí desvelado ) lo deja todo en su sitio y retoma la frase con la que se abre este guignol fantástico de la verdad y de la impostura. "Antes", cuenta una voz en off al comienzo del film, "teníamos la Iglesia, que era una forma de tenernos a nosotros". Y ahora sólo campa a sus anchas la Mafia con su Dios doméstico, con su demiurgo pequeñito, que es un Jack Nicholson hecho un cabronazo perfecto, histriónico, sobrealimentado de ego, hiperbólico, pero convincente y amedrantador. El suegro perfecto.
No cerraré este opinión sin mencionar a
Leonardo di Caprio, un actor enorme que ha sido ya reconocido por directores como
Spielberg o Scorsese, que lo requieren sin cesar. Dolerá ver en adelante esas carpetas pegadas al pecho de las adolescentes de Instituto que exhibían, coquetas y ladinas, la cara de Leonardo cuando era el rey del mundo. Ahora tienen a
Orlando Bloom.
¿ se rendirán los académicos de Hollywood al maestro esta vez ? ¿ le dejarán fuera ? Insondable es la alfombra roja.