Lo que trae de cabeza a las multinacionales del entretenimiento made in USA es dar con la fórmula mágica que lleva de la mano a padres y a niños a la cola del cine y salgan luego todos ufanos del espectáculo, alegres como panderetas en una feria de pueblo.
Hasta Shrek, a mi entender, nadie dio con pócima semejante. Walt Disney abrió brecha. Nadie discute la valía de las películas del mago del cartoon, su corrección cromática, su taller de futuros genios, pero no ha habido escaso consenso intergeneracional y cuando sale el padre alegre, el niño se ha aburrido. O viceversa. Es muy díficil armonizar vicios.
Ahora se estila esto: el cocktail multifamiliar, el gazpacho doméstico. Esto de la caperucita roja es un revoltijo inteligente de ingredientes varios, todos los cuales están destinados a contentar a un sector de la tribu, que acoquina sin metafísica los cuartos para entretener la tarde de los domingos. Y si llueve, mejor todavía.
¿ Qué encontramos en esta nueva entrega de cine de niños que pueden ver adultos ? Está Freud, claro. Y el deconstructivismo de Derrida, si queremos incomodar al intelectual que, a regañadientes, acude al cine para regocijo de su prole, pero en el fondo, es una película de animación, y bien hecha, claro está. Muy bien hecha, añadiría, aunque se echa en falta una sensatez dramática y no se perdona el alambicado puzzle de personalidades trucadas. Gags hay los justos, y algunos ya los habíamos oído antes, pero no recordamos en qué película.
Todo así, artificial y frío, sin contentar en exceso a nadie, pero gustando en lo estrictamente necesario a todos. Y hay algo de humor. Y hasta su pizca de sexo, convenientemente aligerado de espesura para que entre sin excesos en el equipaje doméstico.
Los directivos de Miramax han dado en la diana: han reescrito la épica de los cuentos de antaño con aderezos modernos. Cabe la posibilidad de que un día acabemos empachados de tanta modernidad y queramos que nuestros hijos vean en pantalla la Caperucita original, el lobo original, los Tres cerditos de antes.
Para la crítica severísima que algunos gastan, La increíble pero cierta historia de Caperucita roja será un empalagoso experimento, una absoluta boutade no apta para puristas, pero yo insisto ( y últimamente tengo este concepto bastante claro ) que el cine es, ante todo, entretenimiento.
Como no está el olmo para pedirle peras, quede éste en entretenimiento light, pero nuestra inquietud cinéfila no se alimenta con lobos y con abuelitas: prefiere drogas más duras, mucho más adictivas, perlas de Orson Welles con textos de Shakespeare, interpretaciones soberbias de Max Von Sydow en películas suecas de los sesenta, robos en hipódromos filmados por Kubrick, botellas que no tienen vino y que Hitchcock usaba para revivir el filón de la guerra fría y el resurgir nazi.... En fin, lleve usted a sus hijos a este Frankenstein multicultural, dígales que cuando sean mayores, el cine les hará felices y que esa felicidad les hará, también, más inteligentes, más libres. Caso de que el amable lector no tenga progenie a la que sentar en butaca, vea Alatriste, que todavía está en cartel. Euros más aprovechados: es que es más larga. Ah, el protagonista habla raro. Los personajes de Perrault, no.
Y siempre está el dvd para las noches más tristes. Se me ocurre Blade Runner para tener sueños replicantes.