El cuadro de la fotografía está enmarcado en la fotografía en sí, que es otro cuadro súbitamente sobrevenido. Incorpora a la señora, cuya injerencia mueve el punto de referencia, que puede dejar de estar en el cuadro mismo y alojarse en ella, en el pie derecho levemente levantado, como si estuviese aupándose, izando la vista por afinar la mirada. No afinamos la mirada, no nos esforzamos en ese sencillo acto de reivindicación de la posesión de la realidad. Somos dueños de la realidad, pero no hacemos uso de esa propiedad. Desatiende uno la maravillosa riqueza que se abre delante y a colores se despliega como un atlas, como dijo el cantor, pero podemos educarnos para que lo observado perdure, para que el acto de mirar trascienda o para que - ya acabo - mientras miramos se produzca el milagro de las catedrales, esa sensación de sentirse algo irrelevante, de aceptar que hay cosas prodigiosas y que están ahí para que las abramos y veamos, capa a capa, qué hay dentro, hasta qué punto pueden hacer que nuestra vida, ay, sea más feliz. Igual se trata solo de eso, de que la belleza nos haga más felices. Más inteligentes y más felices. El cuadro de Rubens con la señora adentro es un excelente modo de pensar en ese regalo inadvertido. Rubens aplaudiría.
11.5.24
Rubens con señora
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