Da el ánimo a veces indicios de flaqueza y el atento desaliento se apresta a hacer serio acto de presencia y no sabe uno cómo gobernar esa mudanza.
31.3.21
30.3.21
Dietario 89
Conviene perseverar y estoy por decir que sin excesos ni entusiasmo. Perseverar en algo con humilde vocación de bucle o de tímida ancla, pero perseverar es también perder lo de afuera, desocupar el rastro, la periferia, la travesía de la variación y su apresto de milagro y es precisamente en la mudanza en donde se halla la dicha y el asombro primordial con ella.
29.3.21
Dietario 88
Querer ir siempre más allá sin deseo alguno de querer ir más adentro.
28.3.21
Narrar, aleccionar
Leído hoy que aleccionar es mucho más fácil que narrar, da igual qué contexto rodee al aserto. Cuando se narra se da por sentado que no será una la capa a abrir, sino muchas. Aleccionar, sin embargo, se limita a cuestionar un modo de pensar y elevar con rango de dogma a otro, que suele ser parcial y también pobre. Estamos cansados de que se nos aleccione. Ah, narrar, qué placer más grande entrar en ese dictado de cosas, en ese recado de vida. Lo otro, la cosa moral que conviene a unos y molesta a otros, no pasa de juego de intereses. El que se dedica a dar un cariz (subyugando otro, cercenándolo) no pasa de clérigo civil. La vida es narración pura. Se coarta con la mirada puesta en un beneficio. El hecho supremo de contar no tiene doblez. Teniendo una infinita paleta de dobleces, no obliga a que se incline la intención a uno solo. En estos tiempos de zozobra, abundan unos y faltan otros. Así vamos.
Dietario 87
Dante dejó escrito para su Beatriz que el amor mueve el sol y también las estrellas. Incluso Paulo Coelho tendrá su modo de entender la razón primera de las cosas, la que hace que todo pugne por ocupar un espacio en el cosmos y conspire para que la luz triunfe y la armonía engulla al caos. Sólo hay que fijarse en algo tan sencillo como el hecho de que dos personas se casen. Hay quien lo hace todavía, da igual la manera en que se refrende y dónde. La sencillez proviene del hecho de que compartan sus vidas. En esencia es ésa la prueba que asienta la existencia del amor, la de que dos personas decidan que el resto de sus existencias van a estar juntas y de que todo lo que suceda les sucederá a los dos. Este no va a ser el texto en que se detallen las bondades o la maldad del matrimonio. Tiene lo que tiene la vida: el mismo peso de felicidad y de tragedia, idéntica porción de belleza y de fealdad. Este es el texto en el que el autor se maravilla de la consistencia del amor cuando acaba de nacer. No creo que haya nada más firme que esa voluntad de fascinarse por el otro y de hacer que todo gire bajo el hechizo de esa manifestación pura de dependencia. El enamoramiento, al modo en que sucede la fe, carece de un protocolo, no es posible adiestrarlo, no se puede administrar, ni forzar. Va a su antojadiza bola y no valen estudios sesudos ni ecuaciones. El amor y la fe son tal vez los dos hechos incontestables de la locura del alma humana. Nos enamoramos o sentimos la llamada de la fe sin que podamos verter argumento alguno que justifique ambas decantaciones del espíritu. Recuerdo una canción de Sting que habla de un matrimonio secreto. Lo son todos, en cierto modo. Funcionan en privado. Existe uno público, el de la pareja que funda un hogar y sale a la calle del brazo y compra en el súper el viernes o lleva a los niños al médico cuando enferman. Luego está el íntimo, el privado, el matrimonio secreto. De ése hay una literatura riquísima. Sucede puertas adentro, respira corazón adentro, en la intimidad maravillosa o atroz del salón de la casa, donde no hay música de Brahms ni valen las conspiraciones de Coelho o las ocurrencias cosmológicas de Dante. No importa qué tipo de pareja sea ni qué tipo de familia construya. Lo que me parece extraordinario de verdad es que perduren en el tiempo y se amen cuando la vejez les hace flaquear y empiezan a dolor todos los huesos, los huesos del cuerpo y los del alma juntamente. Es de una ternura asombrosa la visión de la pareja de ancianos cogidos del brazo, paseando o yendo de compras o regresando de casa de los hijos, que acaban de casarse tal vez o les han anunciado que ya no es posible ir más lejos y separan sus vidas y empiezan de nuevo. El amor es no empezar de nuevo o quizá empezar de nuevo diariamente, pero sin cambiar el decorado del tránsito. Da igual que la fotografía del casamiento sea de un gris que da pánico y las chimeneas vomiten el humo de las tripas infernales de las máquinas o que el novio, por impericia del fotógrafo o por una pericia absoluta, no se vea del todo y esté tapado por el volumen de la novia, que mira las flores y piensa probablemente en qué hará con ellas o en si la tela del traje, tan mimada, acabará estropeada por lo abrupto o lo sucio del terreno. No importa, se dirá en sus adentros. El sol se mueve por lo que hago y a su par, en danza, las estrellas. El amor es el que escribe todas las páginas memorables. Las otras, las que no merecen elogio, no hacen que el sol brille en el cielo y la luna vigile el acecho de la oscuridad en la noche. Ahí es cuando acuden los días huecos y el corazón envejece.
27.3.21
Dietario 86
Hace un rato, al abrir la ventana, clareando el día, la luz era, entera ella, pájaro.
La mejor compañía es la de las palabras. Basta tener la consideración que merecen y andar siempre enamoriscado con ellas. En el momento en que no las cuestionas, cuando no las arrullas, ni les acaricias el lomo cuando se te acercan, todo se viene abajo. Hay días en que no te responden. Por más que solicitas que te auxilien, no acuden, parece que te la tienen guardada y se reservan el derecho de asistir. Ayer no las tuve a mano cuando quise. Me dejaron tirado, se puede decir. No hubo manera, de verdad que no la hubo, de que respondieran a mi llamada.
En la gran literatura rusa los trenes descarrilan en lo más hondo del hondo invierno. Coges una novela rusa y se hielan las manos. Notas el frío escalarte el brazo como una malla de agujas. A veces no sales de él. Estás de invitado con la familia rusa de la trama. Los ves de lejos, asistes a la representación de su tragedia y buscas con ansia alguna chimenea en las páginas para arrimar un poco de calor a tus manos.
Leer es contar con otro que te cuente a ti.
26.3.21
100 canciones / 1 / Bruce Springsteen / The river
Era una de esas canciones viriles y melancólicas de Bruce Springsteen de náufragos en la ciudad y novias de dieciocho años en asientos traseros de Cadillacs prestados. El río, que siempre es de Heráclito, dejaba en las orillas su manso inventario de prodigios cotidianos, su temblor íntimo, su himno perfecto. A lo lejos parpadeaban las calles y Mary dijo que estaba embarazada. No hubo flores en la boda. Ni viaje a moteles junto al mar. Ni siquiera el novio llevó un buen traje, pero el río siempre vuelve, los llama, les invita a que aparquen el Cadillac (que era de segunda ompodterior mano) y vean las estrellas de New Jersey por los cristales empañados de sudor y de promesas.
Dietario 85
A hablar se da uno sin pensar a veces, no cae en la cuenta de lo dicho, procede con entera ignorancia de que alguien escucha o de que todo lo que se pronuncie puede ser más tarde usado en su contra, pero también hay quien escucha a ciegas, quien no cae en la cuenta de lo oído.
25.3.21
Dietario 84
Hay gente que no va a ningún sitio y tampoco parece que vengan de ninguno, gente que alienta la idea de que están incrustados en un paisaje o de que siempre estuvieron ahí. Ningún gesto delata lo que sienten. Se desconoce, al mirarlos, si anhelan escapar o están encantados del lugar que les tocó en suerte. Esta misma ocurrencia podría aplicarse a quienes no paran de moverse. Da lo mismo que ayer desayunasen en Londres y hoy almuercen en Atenas. El movimiento no es una cosa enteramente física. Hay gente que recorre distancias enormes y no experimenta viaje alguno. Por otro lado, es razonable que exista gente que no haya movido un pie y tampoco haya dejado de ir y de venir. No todo es topográfico, no todo es cartografía. Siempre aprecié los libros de viajes. Está uno en las selvas tropicales sin que tenga que vacunarse o puede andar las calles de cualquier barrio marginal de Los Ángeles sin temor a que lo tomen por un negro o por un paria y le descerrajen dos tiros. Es mejor el riesgo, ya lo sé. Lo ideal es combinar el viaje interior y el otro, el que hace sudar al cuerpo, el que deja huellas en la cara. El alma es otra cosa. Al alma, si se la adiestra bien, se la puede sacar de paseo sin tener que salir siquiera a la calle, no digo ya coger un avión y plantarse en la otra parte del mundo. El otro día me preguntaron sobre dónde iba a ir cuando me tocase disfrutar las vacaciones. No tengo nada elegido todavía, dije. Me da igual el sitio, añadí, un poco diciendo la verdad y otro poco no. Últimamente nos hemos acostumbrado a no ir a ningún lado. Nos restringen, nos restringimos. Asuntos de estos nuevos tiempos. Un verano en el que recorrimos cinco mil kilómetros en coche no disfruté más que otro en el que estuvimos un mes entero en un piso en primera línea de playa. Recuerdo que todos los días eran un viaje. Volvía por la noche con la sensación de plenitud, de haber visto más cosas de las que podía procesar, de haber sentido más de lo que podría entender, pero las sensaciones no entran en el catálogo de lo comprendido. Leer es la única actividad en la que puedes desgajarte de tu residencia física (por decirlo adornadamente) e ir lejos. Siempre hay un regreso. Que sea duro o placentero o incómodo depende de lo mucho o de lo poco que te empleaste en la lectura. Hay libros de los que no sales nunca. Estás incrustados en ellos. Hay vidas de las que no puedes salirte. Eres lo que eres y no hay regreso o fuga o constatación de que es posible regresar o fugarte. Se nos ha concedido un cuerpo y se nos ha colocado en un paisaje. Yo soy Emilio Calvo de Mora Villar y vivo en Lucena. Uno vive en sitios a los que no pertenece y los cree de algún modo suyos por delegación festiva. Se lo ha pasado muy bien en ellos. Ha echado raíces, se dice así. Tiene amigos. Conoce algunos bares, alguna librería. No se plantea salir de ellos, salvo que haya una causa que lo aliente. Hay días en que no voy a ningún sitio y días en que no parezco venir de ninguno. Son los días de tránsito, los días grises en los que los más allegados te dicen si estás bien, te dicen tienes mala cara, te dicen te pasa algo. No siempre tienes contestación. Estoy pasando un bache, un revés, un agujero, un no sé qué me pasa que ni yo mismo me entiendo, cantaba Aute. Luego están los días de las expediciones, los días grandes en que sales de tu casa o sales de ti mismo. Esos son los mejores. Vas a un sitio en el que nunca has estado. Da igual que sea un libro o una calle. Da lo mismo que ya lo hayas leído o que ya la hayas paseado, pero tienes la sensación de que es la primera vez. Vivimos añorando las primeras veces y están siempre a mano. Se entra en un libro como se entra en un cuerpo. Has entrado ahí cientos de veces, sabes qué hacer y tienes memoria física de lo que esa entrega produce, pero hay veces en que no recuerdas nada y crees que se te ha concedido la oportunidad de olvidar y de volver a sentir limpia y primerizamente. Como si el mundo acabase de empezar y te tocara ser el dios rudimentario y caprichoso que tuviese que fecundarlo todo. La azafata de la foto está pidiendo que alguien la rescate y le diga he venido a buscarte, vamos a Estocolmo, vamos a Atenas, seguro que no has estado nunca. Gente que ha estado un par de veces en París o van por tercera vez a Budapest. Yo, en Tokyo, he estado una vez...o ninguna.
24.3.21
Dietario 83
Contra la voluntad de perdurar está la de no contener deseo alguno de que nada se alargue más de lo preciso. He leído mucha poesía que abraza estas dos ideas. La poesía feliz de Angel Crespo, feliz en un sentido poético, por supuesto. La deprimida, encerrada en la idea de no trascender, que hizo Luis Cernuda en su etapa posterior a la Guerra Civil Española. Fuera de la poesía, he encontrado gente que anhela pasar desapercibida y otros que, a poco que se les incita, hacen valer su firme convicción de que han venido a este mundo para hacerse oír y dejar huella. Gente rotunda cuando manifiesta su voluntad exhibicionista, hecha a ser observada o juzgada o rechazada o admirada. También la otra, la que hace las cosas sin que se detecte el orgullo que les produce hacerlas bien y advertir que los demás lo saben. Imagino que de todos se puede extraer una enseñanza. Se aprende a diario, se enseña a diario. No sabemos a quiénes les damos algo o los que nos lo dan. Apreciar entonces con mayor placer la posibilidad de no ser visto. Hay días de una mansedumbre muy tierna. Ves lo que te rodea como si no te incumbiera, aunque actúes y te ofrezcas y todo parezca igual que siempre. Como el principio de incertidumbre de Heisenberg que le gustaba tanto a una amiga mía. Todo lo que tocamos se corrompe o se ennoblece. Depende de qué mirada apliquemos. Ni siquiera es algo en lo que intervenga la voluntad. Lo arruinamos o lo embellecemos como si nos guiara la mano el azar. No tengo tiempo para escribir como querría de todas estas cosas. Dejo notas, fragmentos, líneas a las que volver. Escribo a saltos. Dejo notas. Escaramuzas. A veces querría estar todo el día ocupado en escribir; otras, por más que me agrade, miro con interés la posibilidad de dedicar el tiempo a otras cosas a las que desatiendo. No se puede estar en dos sitios a la vez. Yo, en ocasiones, ni en uno solo. Seguimos aprendiendo.
23.3.21
Dios
Dietario 82
Hay cosas de las que uno nunca habla. Se las reserva, las salva de la exposición pública, no permite que se maleen en la charla o que se expandan sin que ya se pueda manejar su impacto. Tiene de ellas la secreta impresión de que quizá no deban ser manifestadas o de que el hecho de custodiarlas de ese modo tan severo hará que perduren. Si alguien las aborda o la conversación propicia que se aireen y se duda de que convenga guardarlas más tiempo, mejor las calla, hace el esfuerzo que sea necesario, pero las oculta, las ahonda más, deja que se impregnen por ahí abajo y las considera a salvo del tiempo, absolutamente irreducibles, perfectas en su soledad interior. Todos tenemos algo que esconder, a todos nos satisface tener algo que nadie conoce, como si ese trozo de vida nos hiciera únicos, diferentes a los demás, por completo individuales y, por supuesto, hermosos y épicos. A escondidas, con el esmero, con arrobo y mimo, ejercer un vicio del que nadie sabe nada y conforme pase el tiempo darse uno cuenta de que ese vicio es una parte de otro mayor por fuerza. Vivir tal vez.
22.3.21
21.3.21
En el Día de la Poesía + Poema
(hoy)
Hay que contar el mundo, no se le pude dar la espalda, creer que no es cosa nuestra; quizá de ahí proviene la literatura, el bendito manejo de las palabras, que son el instrumento con el que podemos descerrajar el rigor de lo real, esa cárcel a la que no se le puede arrebatar un solo barrote, ni un muro siquiera. No hay modo más eficaz que la poesía. Quienes no la leen no podrán asentir, no se les puede pedir que asientan y concedan esa licencia a partir de la cual todo lo demás concurre sin fricciones, limpia y eficazmente. Cuanta más poesía se lee, más alejado está uno de lo que anhela, pero la paradoja consiste en que, en el caso de no leerla, no hay manera de rozar el significado de la realidad, el modo en que la realidad nos arrastra y nos ciega. Porque lo real es un engañoso, no se puede prever, siempre produce asombro. Lo único que le pido al año venidero es que mi capacidad de asombrarme no mengüe. También que haya mucha poesía, no ya la que uno lee o de cuando en cuando, menos de lo que quisiera, le da por escribir. Me pregunto qué mundo tendríamos si la poesía se le incrustara de verdad, si cualquier contingencia estuviese impregnada de poesía. De pronto pensé hoy en qué deseo para el año que empieza mañana y esa palabra ocupó toda mi atención. No es el verso, ni es la rima, ni la trama que las palabras concitan: es el ánimo que la impulsa, el hechizo que la poesía produce, esa transgresión sublime, inasible a veces, que explica el mundo como únicamente ella puede explicarlo, pero no va a ser verdad, será un año en el que la poesía no será relevante, nunca lo fue, a pesar de todo. Pensamos sin metáforas, actuamos sin ellas. No nos arrebata la belleza, son otras cosas las que nos interesan.
(ayer)
En la celebración de la poesía está la celebración del amor. No hay que anteponer nada al amor. Él está por encima de todas las demás consideraciones, pero una de sus herramientas más hermosas es la poesía. De hecho, la poesía lo impregna todo, hace suya cualquier circunstancia, no se arredra ante ningún obstáculo y subsiste a su maravilloso modo, a pesar del arrimo de trabas que la entorpecen y hasta la apartan. No son buenos tiempos para la lírica, menos estos que ahora vivimos, pero no los ha habido mejores. Es el tiempo en que hay más poetas que lectores de poesía. No es malo que así sea. El poeta escribe para sí mismo, cosa que no hace el que hace novelas o cuentos. Una vez ha hecho el poema, el poeta lo arroja el mundo, por si alguien lo acoge y entra dentro. En la poesía se entra, también en el amor. Es una cuestión física. Ambas disciplinas requieren de esa voluntad orgánica. Que celebremos en estos días de zozobra el día mundial de la poesía es conveniente, a pesar de que la poesía siga siendo un bien menor, una sustancia sentimental, un producto que vende poco. No se hace caja de ella y hoy en día a todo se le saca provecho monetario. Los poetas no bajan la guardia. Conozco a muchos, he tomado cervezas con ellos y no hemos hablado ni una palabra de poesía. Incluso prefiero a los poetas que no evidencian su oficio, ni a la primera citan a Baudelaire o a Luis Cernuda. Se descubre que son poetas sin mucho esfuerzo. No es preciso que hayan escrito poemas, ni que tengan libros publicados. Ni siquiera es necesario que declamen de memoria los versos fundamentales, todos tenemos algunos en la cabeza. Es poeta el que es sensible. Lo de la sensibilidad es condición sin la que no habría poesía, ni poetas. En cierta ocasión, vi cómo lloraba alguien de quien no tenía yo noticia de que leyese poesía, por más que la conociera. Es más, recuerdo que confesaba no tener la poesía entre sus (muchos) hábitos poéticos. Lloró sin consuelo. Siempre hay un poema que nos abre en canal, como si fuésemos animales en una mesa de despiece. Es un acto salvaje esa penetración, aunque las palabras acudan con mansedumbre y se cuelen con dulzura. La poesía es vaselina que mengua la brusca fornicación de las horas. Una vez acogidas y templadas, escuchadas con mimo y guardadas, ya no se pierden, son nuestras las palabras, forman parte de nuestra condición humana más íntima, hacen que vivir sea más gozoso. Quien lo probó, lo sabe.
Dietario 80
Puede uno levantarse bien temprano, procurando no hacer ruido, fatigando la casa con sigilo, prepararse un café, abrir un libro de poesía de Kavafis y leer unos cuantos poemas junto a la ventana, viendo cómo abre el día, observando cómo la luz prospera y el ruido de la calle hace que vibren, con timidez, con rubor también, los cristales o pensar en el amor de juventud: pensar en su cara, confirmar que ninguno de sus trazos se ha extinguido, obligarse a repetir los gestos que hacía y fantasear con la posibilidad de que un día se nos cruce en una acera o haga cola en el banco y nos salude, lo cual (bien pensado) arruinaría la novela de su recuerdo y nos enfrentaría a la realidad, que suele ser (casi siempre) inferior a la idea de realidad que nuestra voluntad ha ido esculpiendo en la memoria o abrazar de pronto el calvinismo en la intimidad, un tipo de calvinismo modesto, en fines de semana, de modo invariable y obstinado, y caer durante los días de corriente en un laicismo convencido o cantar en la ducha, sin alardear de vozarrón, pero entonando con esmero alguna canción meliflua de los setenta en un italiano aceptable o escuchar indie pop en un viejo walkman que ayer rescatamos en una de esas limpiezas de trastero que tanta falta hacen de vez en cuando. Una de esas cosas he hecho yo hoy y creo que satisfactoriamente.
20.3.21
19.3.21
Dietario 78
No se apremia uno por medrar, no se obceca, no lo considera en esencia un norte sobre el que conducirse. Ni antes, cuando tal vez convenía o estaba bien visto, ni ahora, cuando la edad nos da otra manera de ver las cosas y el peso que hacemos de ellas no es tan severo, ni tan rígido. En todo caso, confiamos en el azar, en que el azar nos abra un camino y nos censure a su secreta manera otro, le dejamos al azar la escritura de ese proyecto de vida. Las veces en que se alcanza un logro relevante no es por obra exclusiva del talento o del trabajo, pensamos. El azar intercede, el azar se involucra. Y cuando fallamos, cuando no alcanzamos esa cima, pensamos que no lo desbarató nuestro escaso talento o el ineficaz trabajo, el poco constante, sino que fue el azar. Vivimos felizmente delegando todo a esa criatura falible, voluble, maravillosa a veces y lamentable y triste otras. Lo que acabo de escribir es el azar el que lo ha pensado, lo que estás leyendo es el azar el que te lo ha contado. De no ser así, cómo entender entonces que sean unas y no otras las palabras, que encajen como lo hacen, que se censuren a veces y no irrumpan alocada o ciegamente, dejando al que las dejó en una posición de evidencia, alocada y ciega también.
18.3.21
Dietario 77
Se tiene a veces la idea de que estamos a la deriva y no hay rumbo ni brújula. También la de que no sabemos mucho de lo que nos aguarda, aunque se barrunten trazos y se vislumbren horizontes. Hay días en que se aclara todo un poco y días en que es lo turbio lo que dicta el color y dibuja el ánimo. En la incertidumbre, uno avanza, dice las palabras con las que prosigue y prospera y vaticina a sus adentros una felicidad en ciernes, tenida antes, considerada propia al modo en que también es propiedad la tristeza o el desamparo. Vendrán días de una dulzura que ahora no se advierte (será la rutina o el cansancio), consentirá la voluntad que parezcan de otros los pesares, no nuestros, ocurrirán los prodigios y nos mirarán a la cara y tendremos propiedad sobre ellos. En la espera de esa epifanía agradece uno que anochezca. Tal que anoche. Parece que el mundo sigue ejecutando su terca coreografía, aunque lo oscuro lo preserve y no haya las mismas certezas que cuando todo lo ocupa el día. Se va la luz y el frío (el poco que queda, ya principia la primavera) cobra un peaje llevadero. Son las palabras las que impiden que todo sucumba, ellas le dan cuerda al mundo. Escribo para que todo empiece nuevamente. Me cuento las cosas y las pienso mientras las leo. Ni siquiera tengo la certeza de que sea yo quien las escribe. Amanece, que no es poco, contaba la película. La irrupción de esa luz trae una invitación a que la festejemos, aunque sea un festejo íntimo, sin la alharaca de los compartidos. Hoy es un jueves del que han dejado dicho que la curva (en la pandemia) se ha hecho meseta. Nos están agrandando el vocabulario. Es mejor que el de antes. Usamos palabras de las que no teníamos esas acepciones. Curva. Meseta. Pandemia. También está uno cansado ya de esta retahíla diaria de números y de miserias. Tampoco se puede hacer mucho contra eso, salvo salir a la calle con mascarilla y no incordiar al prójimo pasándose las instrucciones sanitarias por donde más ordinario uso se encuentre. Habrá quien todavía, a estas alturas, niegue y recele y crea que todo es una orquestación de los gobiernos en la sombra. Conspiración. Maquinaciones de los malvados invisibles. Como en las películas de Fu-Manchú. Qué tiempos. En fin. Que vaya bien el día.
17.3.21
Conciencia, sombras, fantasmas, Dios
Si no tienes tu fantasma, reclámalo, pide que te lo envíen, no pares hasta que lo tengas en casa y los dos tengáis idea de cómo es el otro. Hay gente que no tiene un fantasma propio y recurre a fantasmas prestados. Un fantasma prestado puede llevarte la contraria, hacer que equivoques el camino. Los fantasmas en propiedad no fallan jamás. Basta con tenerlos a mano, con cuidar de que estén en los momentos importantes. Si no sabes a dónde acudir, déjate llevar, no te preocupe que tarde, al final lo tendrás y ya no podrás renunciar a él. Algunos a los fantasmas les llaman sombras. Con mucha más delicadeza, quienes han recibido una educación religiosa, dicen que son ángeles y hay quien va más arriba y sostiene que es Dios y que le escucha y atiende. Nacemos con el anhelo de Dios y caminamos con su certeza o sin ella, pero nadie puede asegurar que el camino se haga en soledad o en compañía. Los descreídos, pero con pequeñas briznas de creencias por ahí, en algún fondo de alambique y sótano, dicen que es la voz de la conciencia. Se supone que todos tenemos una, pero sólo hay que salir a la calle y comprobar que esa aseveración no es enteramente cierta. Hay quien no la tiene, se ve a las claras, sólo hace falta una breve exposición. La gente sin conciencia o sin sombra o sin fantasmas o sin Dios tiene una vida de menor calidad que los que disponen de ella, da igual cómo se las llame. Conciencia, sombras, fantasma, Dios. El nombre es lo de menos. Todos los nombres carecen de importancia. A veces no es fácil reclamar un fantasma, desear con toda tu alma (el alma es otro apósito frágil, una incomodidad si no tienes las ideas claras) tener el tuyo, presumir de él, tener su abrazo y su comprensión, sentir que cuenta contigo y no podrías vivir sin sus atenciones.
Dietario 75
Esta noche sedúceme con el summertime and the living is easy, lo he dicho muchas veces. No vengas con Kafka bajo el brazo. Kafka da migraña.
El crudo invierno en la tundra siberiana debe imprimir carácter.
No sé ni quiero saber dónde está la patria, señor administrador de fincas.
El Bowie de los setenta, el del glam y el del glamour, el de las arañas de Marte, ha venido a mi fiesta. Ha dicho algo que no hemos entendido y hemos sentido una congoja en el pecho, un nudo en la misma garganta.
16.3.21
Dietario 74
La noche fabrica embelecos. Loca, la noche conquista quimeras. Ebria, sin amante que la escuche ni la siembre, la noche es un ansia de vida reposada, una guía de amor sin truncar del todo, un vértice secreto de semilla buscando un cuerpo, de palabras buscando un texto. Oh, noche de Lope de Vega; ah, la noche de mi herido San Juan, tú siempre, noche trasunto de mis días, gran noche levantada hacia mi alma, izada hacia mi alma, convertida en alimento de mi alma, yo te abrazo desde la cárcel de mi alma, sin esperanza de entrar de verdad en la tuya, privado de ese goce, empujado a la sombra, guardián suyo, secreto suyo.
14.3.21
Dietario 73
Los mejores años de nuestra vida son los de la herrumbre y la metáfora, los años confiados a la ternura, los años de los abrazos en los bares. Hoy me he enterado de que uno al que le tenía cariño va a convertirse en un banco. Ah cuántos abrazos he dado en los bares, qué nostalgia de algunos.
Tengo fe en en el futuro, no hay mejor religión que la que todo lo fía al futuro o al azar o a la conjunción de los astros. La religión es una ecuación cuya incógnita es el tiempo
13.3.21
Dietario 72
Camarada Fernando Oliva, un día acabaremos viéndonos en la cubierta blanco y negro del Potemkin. Un acceso de sentimentalismo nos arruinará todas las conversaciones preparadas. Las mías en un cuadernito rojo, las tuyas en uno arcoiris. Tiraremos los cuadernitos al mar de Barents. Brindaremos con vodka del bueno una vez, varias veces. Escribiremos una novela de cinco minutos cuando estemos bien ebrios, la leeremos en ruso, camarada Fernando Oliva, la leeremos en ruso.
12.3.21
Dietario 71
No atino a encontrar razones, quizá la falta de tiempo o tal vez no haya tenido quién me inicie, una mano inductora, un espíritu generoso, suele haberlos en ocasiones. Ellos te llevan de la mano, te abren puertas que en otro caso estarían cerradas o ni siquiera tendría forma de puerta, ni por asomo podríamos encontrarles la función de crasa y cabal puerta, pero no acaba de entrarme la mecánica cuántica y la fascinación inicial no avanza ni se posee herramienta que la inicie y luego afine.
11.3.21
Dietario 70
Hay palabras de una dulzura tan inmediata que las hacemos nuestras, aunque no tengamos idea de lo que significan. Acude una especie de instinto semántico que nos predispone a adoptarlas y hacer de ellas algo nuestro. El hecho de que se nos revele su contenido puede incluso no atenuar la valía de su primera propiedad al modo en que descubrir faltas en la persona en la que amorosamente nuestra atención primeriza no la aparta y proseguimos con ciega devoción ese afecto que le hemos dedicado. Las palabras anticipan un significado del que en ocasiones carecen. Poseen ese apresto fonético único y conquistan al que las escucha a pesar de que más adelante podamos censurarlas. Su grandilocuencia no es sólo melódica (sí, las palabras tienen una melodía interior) sino también poética. No cuadran algunas, una vez que las hemos abierto en canal, ofrecida toda su maquinaria narrativa. Por eso las palabras hermosas hacen que sintamos una punzada de adhesión al escucharlas. Pueden estar emboscadas en otras, apenas visibles, pero inmediatamente que afloran destronan a las otras y se arrogan la responsabilidad del mensaje. Porque las palabras seducen. El mismo verbo que he usado (aflorar) suscita una atención a la que no alcanzarían otras. Las palabras afloran, salvan la mediocridad y se invisten de belleza. Qué hace que una sea más valorada que otra de manera unánime es algo que no podemos comprender. La misma poesía surge de esa incertidumbre, la de no saber, la de tantear (otro verbo que interrumpe la mediocridad de las palabras que lo escoltan dentro del texto en el que se inscriba) y la de seducir. Nos gusta lo que nos sorprende. Afuera de esa epifanía, en su derredor cartesiano, mensurable, todo se conduce con absoluta grisura. Es asombro lo que de pronto agita el corazón y abre los ojos. Todo lo que nos concierne se expresa a través suyo. La literatura. El amor. La vida. Hay dulzura y hay inocencia en él. Hoy mismo he tenido ya mi ración de asombro y el día a punto de ofrecerse (es temprano, no han pasado muchas cosas aún) invita a él con insistencia.
10.3.21
Dietario 69
Uno siempre tiene una visión contaminada de sí mismo. Dicen que para amar a los demás hay que empezar por procurarse ese amor en primera persona. No tengo en eso duda alguna. Me quise ya de pequeño y ahí ando, sin estruendo declarado, concediéndome los placeres que puedo (tengo pocos, por muchos que tenga) y cuidando de que nada malo ni nada de lo que pueda arrepentirme me pase. No sé si me conozco porque las cosas van cambiando y lo que ahora se ataja y se domina mañana es una sustancia huidiza a la que apenas sabemos dar nombre. A pesar de todo este lecho de fragilidad con el que sirvo mi persona sé bastante de mí y sé algo de los demás. La paradoja con la que me he levantado esta mañana es que no conozco casi nada al yo que escribe. Al que fabula. El que cae por aquí y teclea por la mañana tras el café. De ése no tengo información fiable. Incluso sospecho que es otro y que ahora mismo no tengo claro quién de los dos está a la vista, pero suele pasar que pierde mi parte rutinaria, la que va al pan y sale de paseo, la que se viste para ir al trabajo o guarda las cosas de la compra en la alacena. Gana el capitán Ahab a la caza de su bestia blanca. Gana el letraherido, el enviciado de historias, el que expresa a veces su sencillo deseo de no dejar de escribir nunca o, en ocasiones, considerar la posibilidad de dejar de hacerlo. La cabeza ociosa liba donde no debe. La idea de escribir un texto al día hasta que concluya el año sigue firme con algún día impertinente en que he deseado también con firmeza zanjar ese anhelo absurdo de acudir rutinariamente y consignar el qué.
9.3.21
7.3.21
Dietario 66
Los años felices de no saber, los años en los que nada nos incumbe en demasía
Esta noche no quiero a Kafka, ni a Kavafis, no me deis discursos con mensaje, esta noche dadme sólo dixielandNo haberse llamado Peter Pan ni contemplar Londres en grácil vuelo, no haberse embelesado viendo el camisón vaporoso de Wendy, no haber ido al País de Nunca Jamás en un sueño adolescente.
Tengo un monólogo interior que se lo quiero contar a Joyce.
6.3.21
Dietario 65
Algunos gondoleros no cobran a los poetas laureados ni a las muchachas con el virgo intacto. les enseñan Venecia con versos alejandrinos, cantan a lo Aznavour con los ojos brillosos por el inminente llanto. al anochecer se juntan en las tabernas de los barrios más humildes y beben Spritz desconsoladamente.
Borges debía ser un aburrido de mucho cuidado con dos copas de más. Lovecraft incluso sobrio.
La alegría de la huerta, en términos literarios, es Bukowski.
5.3.21
Dietario 64
Gustav Meyrin escribió Der Golem, un librito expresionista. Ahí habla de la vida, habla de su anverso, el mito del regresado, la leyenda del recompuesto. Todos los pájaros de Praga hacen sus defecaciones matutinas en la cabeza de su criatura.
El verdadero nombre de Dios carece de morfemas de género, carece de morfemas de número.
Nunca he estado en Chinatown ni en la calle Bourbon, no he escuchado a Brahms en Trieste ni me han besado en la periferia de una de esas ciudades industriales de la cuenca del Rin, no he sido instruido en las bondades de las hierbas aromáticas ni se me ha confiado el secreto numen con el que respira el cosmos.
La alcoba de Agatha Christie tiene un muerto debajo de la cama.
Algunas familias se reúnen alrededor de la mesa y se dicen las verdades en orden alfabético.
4.3.21
Diario de Campaña / Venturas y desventuras de un docente en tiempos de coronavirus
Estaba el consuelo de escribir y a su cuenta se recompuso el ánimo caído, pero he aquí al inquieto profesor de Filosofía Ramón Besonías decidido a desoír la tradición del contar en prosa y acudir al decir dibujado por lo que el diario que rindió carece de sintaxis, aunque sus personajes (más de los que ahora podría recordar, muchos más de los que se suelen recluir en muchas novelas) platiquen y hasta peroren, se angustien, amen, lloren y, llegado el caso, se alborocen y agradezcan la más pequeñas de las evidencias de alegría con las que el azar antojadizamente les entregue. Son esos personajes (cientos tal vez) los que llevan a cuestas la trama de la historia del narrador Ramón y ponen palabras a su perplejidad. Porque este diario de campaña (con sus venturas y con sus desventuras, con su arrimo de humor y su carga de tristeza) es una especie de confesión consensuada por todos los que padecimos (no hay un verbo que cuadre mejor) aquellos meses oscuros en los que creímos asistir a la demolición de un modo de vida y, en cierto modo, fue cierto que asistimos y, de hecho, excusadme la reiteración, continuamos en él.
Puesto Ramón a domar a la bestia incivil que se había colado en su rutina, el bicho cruel, ya me entienden, miró con detenimiento la contingencia en cuyo primer hemistiquio estaba la asenso ciego (está bien, qué le vamos a hacer, habrá que conformarse) y en otro, mucho más creativo, estaba el disenso lúdico (tengo que hacer algo, no puedo flaquear) y se puso manos a la obra. ¡Y qué obra! De resultas de todo ello, se conminó a compartir sus reflexiones con quienes se asomaban a su pequeña casa en las redes. El diario que fue poco a poco confeccionando era cualquier cosa menos un soliloquio. Es el diálogo el que conduce sus ocurrencias. Pues son eso: pequeñas divagaciones, grandes a veces. Hay un destello inicial que prende una luz que el lector no puede contener y se extiende. Él mismo se arroga el papel de demiurgo, quién mejor, pero no es una visión unívoca, no hay un discurso planificado. Ni siquiera una suerte de desahogo visceral o poético. Diario de campaña es muchas cosas, pero sobre todo es un manifiesto de vida o un inventario de luces. Si las sombras se ciernen, hay que apartarlas con lo que se tiene más a mano. El hacedor de esta ambiciosa recreación del caos (no era otra cosa, a veces pienso que no es otra cosa aún) convino que sugerir con garabatos iba a ser la herramienta idónea.
No se confundan: cada garabato tiene un mensaje. De cada uno de ellos podemos extraer un texto. Otro error podría ser que se creyese (a poco que se pasen las páginas) que es de educación de lo que se habla. Sí, el conflicto entre educación y confinamiento ocupa una considerable parte de la trama, pero bajo esa apariencia circula el mundo y su febril discurrir sin gobierno. No se arredren si no dominan la morralla léxica o no están al día con el Classroom, el Meet, el Zoom, el informe PISA, Gsuite, los indicadores, el aprobado general o el currículum. Sólo precisan que se avituallen de sentido común: él os guiará por los garabatos y os hará viajar por el tiempo (eso he tenido yo, una deliciosa y también a veces triste sensación de regreso al pasado) con la didáctica convicción (seguro que ese detalle está premeditado) de que algo se saque en claro de todo este sindiós que hemos vivido. El cronista tiene esa función: la de relatar sin que se descuide la pedagogía.
La escuela es el paisaje de fondo, pero la escuela es la vida. La habilidad de Ramón consiste en que su libro exulte vida. Shakespeare (él nos lo recuerda) dejó escrito que el pasado es sólo un prólogo, de ahí que el diario no esté acabado: lo prosigue cada uno una vez que ha llegado a la última página. Tal vez ahí comience el verdadero libro, del que el autor sólo ha esbozado un gigantesco (heroico también) introito. En una página hay que parar, por supuesto. La docencia, quien la probó lo sabe, no tiene horarios, aunque afuera así se crea. Enseñar no termina nunca. Lo de que aprender tampoco no iba ni a ponerlo, pero quede escrito, por si acaso. Valdrá este diario para que el hipotético lector que llegue a él con inocencia (alguno habrá, ojalá) amarre unas cuantas ideas sobre la titánica labor de los maestros en lo más crudo del crudo invierno, permitidme que vuelva a Shakespeare. Hicimos que existiese escuela cuando no había confianza en ella. Hicimos que el caos de quienes nos legislan no hiciese sangre, con lo fácil que podría haber sido eso. El diario es un alegre (en el fondo es alegre) recordatorio de que no sólo hubo maestros envalentonados frente a aquella emergencia educativa, sino padres y alumnos y quienes, sin ejercer de una cosa o de otra, entendían que la vida tenía que continuar y que la escuela (cualquier escuela, cualquier lugar en donde se enseñe y se aprenda, ese camino de ida y vuelta) era el lugar más delicado de todos.
Quien escribe esto no puede dejar de pensar en el amigo y en la felicidad que le rebosa cada vez que coge sus bártulos y dibuja. Debe procurarle el mismo alivio que otros obtienen escribiendo, pintando o haciendo tortitas, pero hay algo maravilloso en su método: es divertido. El diario de campaña es un libro divertido. No sé si también triste. No hay diversión que no tenga una tragedia en ciernes. O viceversa. En los días en que lo he leído (y visto, son dos verbos los que debo usar) he sentido una emoción que creía apartada, si no olvidada: la de lo duro que fue aquello. Fuimos náufragos. Éramos islas, pero ah, voluntad de las voluntades, vocación de las vocaciones: creemos en la Educación, en su mudanza continua, en su valor permanente. Debiera ser leído (o visto) este libro como una declaración hermosa de amor a la Educación. También un alegato contra los fanatismos o contra la ignorancia o contra la hipocresía o contra cualquier circunstancia que la mine o la doblegue o la convierta en un juguete de los políticos, que son (al cabo) los que la visten y la desnudan y la sacan de paseo o la confinan (perdonad el verbo) en unos de esos sótanos de los ministerios en donde se amontonan archivos enormes con millones de páginas en las que hay miles de leyes. Y algunas tan huecas y algunas absurdas.
Animo a que el lector sensible (iba a escribir generoso) se haga con este libro. No porque lo publique un amigo, que también, sino porque hace más transitable (y más ameno y más limpio) el camino que va de la oscuridad hacia la luz. Sí, dejadme que os explique: hay libros que tienen mucha letra menuda y son grandilocuentes y hablan sobre la terrible pandemia que padecemos y cómo afectó (afecta todavía) a la escuela, permitid que me centre en ella. Libros bien escritos, hondos, con fuste. Bien. Hay lecturas que te pueden cambiar la vida, eso ya lo sabemos, pero esta humilde criatura tiene la misma ambición que esas proezas del intelecto literario y, a diferencia de muchas de ellas, llega adentro, se cuela. Su objetivo (escribe Ramón) es dejar constancia, no olvidar la incertidumbre y el desasosiego (a menudo agravados por la indecisión política), pero tampoco la resiliencia de docentes y estudiantes, condenados a seguir comunicándose pese a todo. Porque se trata de eso, qué se creían: seguir hablando, no dejar de conversar, promover la discusión (sana, por favor) y acabar con la certeza (a veces frágil) de que ha valido la pena cambiar de opinión o que otro, a fuerza de escuchar, renuncie a la suya y nos la dé. No porque sea nuestra, sino porque fue más elocuente o razonada que la propia.
Adenda: Otro mérito añadido (ya acabo) es el dibujo en sí mismo. Qué bien dibuja mi amigo Ramón.
Adenda 2: Y qué pertinentes sus cavilaciones. Algunas (muchas, la mayoría) parecen que uno las ha vivido en carnes (ay) propias.
3.3.21
Dietario 62
El caballo se cuestiona el porqué del galope. Dios no instruye a todas sus criaturas en la mecánica de la metafísica, pero algunas se declaran insumisas y miran con estupor el cielo y lloran en silencio cuando la noche los deja solos con sus pensamientos.
Recordar es también una patria.
Subí a un risco alto, vi arriba declinar el día, la noche prosperando, el aire puro, el verbo limpio.
Una entrevista
Una entrevista. No sé si soy el que hace las preguntas o quien responde.
¿Qué brebajes le tonifican?
Los vicios del pensamiento. Puede añadir los del amor.
¿Cuáles son los vicios del pensamiento?
Los que lo predisponen al asombro y a la fascinación sana.
¿Cuáles son los vicios del amor?
Los mismos.
¿Para qué sirve el asombro?
Para que el corazón lata con un sentido o para ser deslumbrado por la realidad, que a veces se entenebrece.
¿Hacia qué se debe sentir fascinación?
Hacia la belleza y hacia la inteligencia, da igual el orden, incluso justamente ambas. Escriba también hacia el amor.
¿Hay algo más importante que la belleza y la inteligencia?
No, no lo hay. Corrija: tal vez el amor.
¿No cita a la fe?
Depende de a qué fe nos refiramos.
¿Carece usted de fe?
No. Tengo fe en el asombro, en la belleza y en la inteligencia. Añada en el amor.
¿Y fe en la palabra de Dios?
Soy pagano en asuntos del alma. Todo lo que concierne al alma debe prescindir de metafísica.
Eso es un contrasentido.
Uno maravilloso, por cierto.
¿No hay más allá?
Siento que debo atender sólo a la evidencia. En lo evidente, el más allá es una metáfora, un desear quedarnos, un querer no irnos.
¿No siente usted que para no creer en el más allá no deja de escribir sobre ello?
Absolutamente.
En otro orden de cosas, ¿la literatura es un instrumento o un fin?
Ambas cosas. Es herramienta y es objeto de esa herramienta. No sabría ahora hacer prevalecer uno sobre otro.
¿Lee un escritor de modo distinto a quien lee y no escribe?
No he tenido nunca oportunidad de razonar esa pregunta.
¿A qué no renunciaría?
Probablemente a la imaginación. Ella es la que lo acoge todo.
Diga un método infalible para ser feliz.
No aburrirse. No pensar en el logro de algo sino disfrutar del trayecto que lo anima.
2.3.21
Dietario 61
El escritor carece de pudor. El escritor arroja a sus personajes a las vías kareninas del tren.
La abeja industriosa navega el terrón de azúcar
El amor alisa con los años las turgencias. El amor demora con los años las urgencias.
El mar en Venecia es ateo: sumerge iglesias, oxida las caras de los santos en las avenidas de agua.
1.3.21
Dietario 60
Estuvo ya desabrida y fea la tarde incluso antes de que arreciara la lluvia, no muy insistente, y luego cerrara el cielo en tormenta, tampoco tenaz, pero aún así, de vuelta los dos a casa, apurando el paso por si definitivamente cayese un diluvio, sentí nuevas las calles. Lo fueron de un modo ostentoso. Escribo ahora para que esa elocuencia repentina no se me olvide, pero tampoco registrarla hará que regrese.
Tener una virtud es una desavenencia con uno mismo. Por más que nos haga mejores personas no contribuye a que seamos más felices. Es atributo suyo cierta abundancia en el alma, pero no arrima festejos al cuerpo.
Unas Sonus Faber
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