5.5.18

Una dádiva



En cuanto haga acopio de fuerza, salgo a andar. Tengo el ánimo receptivo, tiene el día esa voluntad sólo suya de contar conmigo. Parece que fuese su vasta extensión propiedad mía y algo me impulsara a apropiarme enteramente de él. Luego volvería a casa con ese deber cumplido y la certeza de que podría ser el primero de muchos o la llave que abriera otros. Y sin embargo, no lo hago, no lo hago y lo cuento, que es una forma de convencerme y encontrar un refugio alternativo, un búnker privado o una casa confortable en la que residir. La escritura es un paseo de afuera a adentro. Escribir es confirmarse y conformarse uno. La vida concurre sin que se la invite, irrumpe sola, no hay manera de aplazarla o cancelarla. Está disponible, no se arredra, no deja de florecer, ocupa a su antojadizo capricho toda la extensión de nuestros sentidos. Incluso podemos cerrar los ojos y apreciar su pujanza, percibir esa voluptuosa firmeza, entender que la casa no es el texto, ni la luz ni las sombras de afuera, sino todo juntamente, con su vértigo y con su fiebre, con la cruda evidencia de su declinar lento, con la majestuosa belleza de su declive. Mientras sucede, todo lo suyo nos concierne, nada es ajeno. Sólo hay que mirar la luz filtrándose entre las hojas de los árboles. Ahora tengo la luz y tengo los árboles. Están aquí mientras escribo. El sol lee y yo lo leo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una foto preciosa y un texto precioso, Emilio. La vida es lo que tenemos al alcance de la mano pero es también lo que no conocemos, y así andamos o así nos quedamos quietos. No tienes que preocuparte si andas poco. Andas en tu cabeza, el cuerpo seguro que te lo agradece también. Llegarán días andarines, como dice uno que tengo aquí a mi lado.
Tomás.

Pintar las ideas, soñar el humo

  Soñé anoche con la cabeza calva de Foucault elevándose entre las otras cabezas en una muchedumbre a las puertas de una especie de estadio ...