5.10.17

Los malos, los estúpidos, los insensibles


Conforme adquiere uno sitio en el mundo, él muta, vira, se hace otro tal vez por hacer que yo pierda esa firme voluntad de permanencia o de seguridad. Todo es de una fragilidad que, a la larga, intimida y aturde. Cuento con los recursos aprendidos, pero pierden validez, no sirven para el uso noble y legítimo para los que los encomendamos. Andan los días enfermos, aquejados de ese vértigo, comidos por esa fiebre. Sólo hay que prestar la atención necesaria, observar con entomológico esmero qué obstáculos se empecinan en impedirnos entender qué hacemos aquí, de qué manera seguir estando sin que lamentemos la estancia. Es un mundo bueno, no tengo duda en eso. Somos nosotros quienes malogramos la concordia, los que lastimamos la armonía. El mal pugna por vencer siempre. Al bien tenemos que animarlo, no avanza a solas, no prospera sin que lo jaleemos. Siempre funcionó así. El mal de ahora es invisible. No alcanzo a comprender en qué fallamos. Los unos tan poco sensibles y los otros tan empecinados, todos tan ciegos o tan torpes o ciegos y torpes juntamente. Como no tengo manera de aclararme, me limito a declarar mi incompetencia en estos asuntos. Me manejo bien en los íntimos, tengo las competencias precisas para llegar al finiquito del día con la conciencia limpia y el ánimo más o menos indemne, pero me asusta que haya ahí afuera alguien que posea la capacidad de, aun sin conocerme, dañarme, hacer que peligre mi felicidad tan trabajada, la de los muy amados míos, la de los ajenos que no conozco y comparten conmigo el mismo anhelo de vida. Existen todos ellos, están puliendo su oficio, se cuidan de que no se les descubra, obran arteramente, sólo buscan que yo no tenga la seguridad y el confort que persigo. Hay entre ellos y yo una guerra larvada, no visible, pero igual de cruenta y dramática en el fondo. No siendo soldado ni enarbolando ninguna bandera de ningún bando, me pregunto si no será guerra, sino otra cosa, si será simplemente vivir y todo emana (feliz o penosamente) de esa circunstancia ineludible. Me abruma esta dolorosa suma de pequeños combates en los que involuntariamente participo. Me arrojan a ellos, me exponen para que tome partido o para que exhiba qué lugar del mundo he escogido, cuando no deseo en ocasiones posicionarme en ninguno, no delatarme, no exponer mi voz, ni airearla, aunque por otro lado siento cada vez más nítidamente cuál es el lado en el que no estoy. Sé lo que no me gusta, no tengo claro qué sí. Estoy contra el mal, contra la estupidez y contra la insensibilidad, pero esas tres cosas son la misma cosa. El mal se viste de estupidez y de insensibilidad. Los malos son estúpidos y son insensibles. Nadie está a salvo de no ser alguna de esas cosas (malo, estúpido o insensible) en algún tramo de su existencia o en muchos, a saber. Cada vez que me intereso por las noticias, en cada doméstica ocasión en la que decido enterarme de lo que está pasando, razono que será la última o que interesaría que fuese de verdad la última, pero están hablando de mí. En cada una de esas noticias deprimentes que escucho estoy yo o están todos los que son como yo, los que observan con timidez el curso ilegible de los acontecimientos. Se rompe el mundo y yo estoy en mitad de la fractura. Se hace añicos y yo estoy en todos los pedazos. 

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