A mi amigo Francisco Machuca
El infierno en el que creo está en Melville, en Ahab, en la ballena blanca.
Está en Conrad cuando dibuja un río y hace que la oscuridad lo atraviese.
En la mentida inocencia de Perrault y de los hermanos Grimm.
En el hombre sin atributos de Musil.
En la primera mañana del mundo para Gregor Samsa.
En el Maelström de la cabeza.
En las ensoñaciones de William Blake.
En la oscuridad de las catedrales.
En los festejos bastardos de la carne.
En el cine negro de la RKO.
En la memoria infinita de Funés.
En el club de los suicidas de Stevenson.
En las resacas de Bukowski.
En el barril de amontillado de Poe.
En la vida cartesiana y triste de Benjamin.
En Derry cuando llueve en 1958.
En el festín de los lobos.
En la cara oculta de la luna.
En la infamia del desquiciado Hyde.
En Mann con asma baviera.
En Beatriz perdida en un círculo concéntrico.
En Morel inventándose una isla.
En el desquicio sin rimar de Leopoldo María Panero.
En el rey del que Shakespeare hizo un dios.
En Dios permitiendo el caos, la miseria,
permitiendo a Shakespeare.
En la crónica del submundo de Orfeo.
En Ripley tomando café en una terraza de Florencia.
En Maquiavelo y Montesquieu, hablando morosamente.
En la soledad de Peter Pan.
En Walter White en una caravana en mitad del desierto.
En las cartas que escribió Bram Stoker
En los dioses primigenios que pueblan las calles de Providence.
En la oreja tirada al césped en Blue velvet.
En el trago de veneno que se aplicó Rimbaud.
En las carreteras secundarias por las que Humbert Humbert huye con su Lolita.
En Pessoa, que reemplazó a Dios, escogiendo al Hombre.
En el veneno en la boca del muerto.
En la carne débil, en su fiebre insalubre.
En el desquicio de Panero antes de que se lo llevasen todos los demonios de la ginebra.
En la absenta a la que se encomendaba Baudelaire.
En todas las derrotas.
En todos los naufragios.
En todas las oraciones.
Está en Conrad cuando dibuja un río y hace que la oscuridad lo atraviese.
En la mentida inocencia de Perrault y de los hermanos Grimm.
En el hombre sin atributos de Musil.
En la primera mañana del mundo para Gregor Samsa.
En el Maelström de la cabeza.
En las ensoñaciones de William Blake.
En la oscuridad de las catedrales.
En los festejos bastardos de la carne.
En el cine negro de la RKO.
En la memoria infinita de Funés.
En el club de los suicidas de Stevenson.
En las resacas de Bukowski.
En el barril de amontillado de Poe.
En la vida cartesiana y triste de Benjamin.
En Derry cuando llueve en 1958.
En el festín de los lobos.
En la cara oculta de la luna.
En la infamia del desquiciado Hyde.
En Mann con asma baviera.
En Beatriz perdida en un círculo concéntrico.
En Morel inventándose una isla.
En el desquicio sin rimar de Leopoldo María Panero.
En el rey del que Shakespeare hizo un dios.
En Dios permitiendo el caos, la miseria,
permitiendo a Shakespeare.
En la crónica del submundo de Orfeo.
En Ripley tomando café en una terraza de Florencia.
En Maquiavelo y Montesquieu, hablando morosamente.
En la soledad de Peter Pan.
En Walter White en una caravana en mitad del desierto.
En las cartas que escribió Bram Stoker
En los dioses primigenios que pueblan las calles de Providence.
En la oreja tirada al césped en Blue velvet.
En el trago de veneno que se aplicó Rimbaud.
En las carreteras secundarias por las que Humbert Humbert huye con su Lolita.
En Pessoa, que reemplazó a Dios, escogiendo al Hombre.
En el veneno en la boca del muerto.
En la carne débil, en su fiebre insalubre.
En el desquicio de Panero antes de que se lo llevasen todos los demonios de la ginebra.
En la absenta a la que se encomendaba Baudelaire.
En todas las derrotas.
En todos los naufragios.
En todas las oraciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario