20.10.17

La ignorancia, el desvarío, el desencanto y la revelación

No sé si es una temeridad ignorar y esmerarse en que nada te afecte ni te sacuda e ir por el trasiego de los días únicamente ocupado en las cosas sencillas y en las difíciles que se cruzan, pero no las ajenas, no las que incumben de lejos y parece que no tuvieran nada que ver con uno. No se sabe nunca a qué atenerse, se desconoce qué senda es la correcta, si la tomada o la aplazada o la censurada, las que se ofrecen y nos invitan a que las transitemos o las que acuden sin que las llamemos y se interponen en las otras y nos hacen recorrerlas como si fuesen cosa nuestra o como si anduviese ahí adentro algo que nos perteneciera y a lo que aspiráramos, secreta o manifiestamente. Por no saber, no sé si es una temeridad estar al día, comprender que todo lo que sucede le sucede a uno también, por deferencia del azar o por incumbencia ineludible. El escrutinio de la realidad es boscoso, es traicionero, es ciego, no sabe nada y no se espera que sepa.

Tampoco se sabe bien en qué bando se está. En ocasiones se cree en lo que postula alguno y, en otras, no le satisface eso y se escora a otro. No es normal que sigamos pensando lo mismo, no entra que el modo de entender el mundo sea el mismo. Ni siquiera ese mundo que anhelamos entender es el mismo mundo, ni los mismos son quienes lo administran ni quienes son administrados, los que escriben las leyes y los que las leen. No se sabe dónde estamos, pero se tiene una certeza rotunda sobre donde no queremos estar. Esa percepción íntima planea inalterablemente, se afianza, crece, ahonda. La ignorancia es una más de las casas en las que nos refugiamos cuando cunde el desencanto. Porque todo consiste en apartarlo, en hacer que nada nos desencante, ni nos derrote, para que avancemos y sintamos que todo tiene sentido. Como aquello que escribió de esta o de parecida manera Mark Twain: hay dos fechas fundamentales en nuestra existencia; una es la de nuestro nacimiento y otra la del día en que por fin descubrimos el porqué de esa irrupción, la naturaleza y la vocación de ese prodigio. Por otro lado, es legítimo el dolor, el despropósito mismo del dolor. No es que curta o que instruya sólo. El dolor acompaña, hace que la visión de su ausencia sea más íntima, obedezca a pasiones más humanas. Ahora vamos al viernes. Empieza a imponerse el frío, se echa una manta a la cama, se cierran las ventanas y se colocan las prendas de otoño en el armario.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Precioso blog. Sorprendente capacidad.
Me gusta. Seguiré ojeador de sus escritos
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