15.10.17

Lo que ayer Antonio y yo no dijimos

Yo soy muy de andar por casa, no incurro en carreras, no me agito, no desaprovecho ocasión en la que pueda encontrar alivio. Me consuelo a conciencia, creo que no hay oficio que maneje con más arte que en el de procurarme el placer que, por unas causas o por otras o por todas juntamente, la realidad se obstina en negarme. No es que el mundo se haya conjurado para estropearme la fiesta (más quisiera Paulo Coelho que el mundo obrara adrede, hiriendo por aquí, calmando por allá) sino que el azar en ocasiones trabaja en tu contra. Cualquiera que lea sabrá que no desatino, cualquiera sabe que hay días felices que se malogran por detalles irrelevantes y días infaustos que cobran vida y alzan el vuelo por detalles irrelevantes también. Maneja uno con cuidado los instrumentos que se nos entregaron. No son muchos, no son ni siquiera muy sofisticados, no hubo adiestramiento, no se pasó un examen, ni se tuvo nunca la idea de que se estaba capacitado para su desempeño. En eso somos todos muy iguales, en cuidar de que nada bueno nos falte si está a la mano, si no hay que ir muy lejos para alcanzarlo, si valdrá la pena el gasto que acarrea, pero hay quien se priva y censura, quien no se permite ningún exceso y argumenta que es la salud la que importa y caerá malo si no renuncia o si despreocupadamente incurre un día en una licencia y más adelante en otra, hasta que dejan de ser caprichos atendidos y pasan a convertirse en rutina, en pieza doméstica de uso normalizado. También hay quien no presta atención alguna y se excede y no mira en qué pierde y si de verdad valió la pena. K. sostiene que no hay que pensar demasiado en uno mismo. Él no lo hace, no tiene esa lealtad íntima, no ejerce con fiereza la responsabilidad de estar sano. K. es voluble, K. es un fantasma. Quizá los fantasmas, incluso los volubles, no merecen consideración en estos asuntos, no se les de voto, ni se les exija opinión, pero no tengo a nadie más a mano y traigo sus pareceres, que son a veces un poco también los míos, no tengo intención de eludir esa parte, ni de apartar lo evidente. En eso todos somos fantasmas, volubles o no. Todos damos opinión cuando no se nos pide o no la damos cuando se nos requiere. Nadie tiene a nadie más cerca que a sí mismo. Nadie tiene a nadie más lejos. De ahí el caos, la fiebre. De ahí el vértigo.

Entre cañas y chesters,  charlaba ayer con mi amigo Antonio sobre la imposibilidad de ser felices a tiempo completo. No era esa la conversación, pero de fondo no era otra. No podemos, no sería tampoco ni bueno. Ya no vemos películas de la RKO a las dos de la mañana, sentencié a mis adentros. Este dolor en el costado debe ser la edad, conté en un verso. Pero no es un dolor único, uno tangible, uno mensurable: son mil dolores pequeños, son mil soliviantos suaves. Y ninguno es grave por sí mismo, aunque todos se arrimen para que la pieza flaquee o caiga y acaben venciendo. Es muy complicado todo esto, Antonio.


3 comentarios:

Felipe dijo...

No estuve en esa reunión de amigos, pero me la imagino. Se ponen las cartas sobre la mesa, pero todas las cartas. Yo disfruto esas charlas animadas por las "cañas" y los "chesters", aunque yo no fume, pero he fumado y he fumado mucho, así que la metafísica es una tapa más, querido Emilio. Vivan las charlas sin acabar....

Manuel Rico dijo...

Bravo y dile a K. que no sea tan remilgado
Un abrazo

Anónimo dijo...

Hipnótica escritura, te seduce y hace que sigas leyendo como si no cansase.
Mi enhorabuena, no se leen cosas así en los blogs de ahora.

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