23.10.12

Dios es inalámbrico, yo soy inalámbrico


Se me ocurren muchas razones para que la tribu se congracie con la divinidad y la adore. Ninguna de esas razones apela a la razón ni se construye acudiendo a ella y pidiéndole auxilio. A los dioses se les invoca comunitariamente. Se extiende más vivamente el sentimiento de unidad con lo divino si tenemos a la vera a otro que actúe como espectador y como actor de la trama. Se va trenzando un hilo invisible, se va tejiendo una red de metáforas. Las catedrales antiguas, a su modo, servían de puente entre el hombre y su Dios. No poseyendo ninguna de esas razones, careciendo de la promiscuidad espiritual que advierto en gente a la que aprecio o a la que estimo amigos, no estaré sentado alrededor del Gran Ojo de Dios. No sé qué me pierdo al negarlo, pero no me preocupa el vacío. A los ojos de los próceres de la Iglesia seré un descarriado, uno de esos que corrompen el buen funcionamiento de la moral y que agitan a los demás, incitándoles a no dejarse llevar por el éter de la fe. Solo hay que observar con cuidado los titulares y luego enfangarse en el discurso excluyente de los jerarcas de la Conferencia Episcopal. Me incluyen en una historia en la que no he pedido entrar. Dan por hecho que es mi historia, creen que no hay otra, sostienen que ninguna de mis tribulaciones rivaliza en dignidad y en ardor espiritual con las suyas, me instalan en el limbo de los descreídos, cuando la verdad es que uno cree de cierta forma, pero no en absoluto la que ellos predican. Tampoco sé si a los ojos de mi conciencia obro con inteligencia. A la fe la mueve el corazón en el deslumbrante modo en que maquina sus cuitas el enamoramiento. Asunto tan serio como la fe no puede ser vendido como la mercancía que algunos pretenden. No hace mucho un obispo del ramo, Munilla, ofrecía la idea de que el mal que asola el mundo (la sociedad española más en concreto) provenía infelizmente de esa falta de valores cristianos de la ciudadanía, del ateísmo feroz de la juventud, más finamente expresado. Echa en hombros como los míos la causa del caos. En otra declaración de principios sanadores, pretendían misionar España, evangelizar los asentamientos paganos, en fin, conducir la palabra de Dios allá por donde no precisan su presencia. Y no ve uno mal en ese periplo pedagógico. Lo inaceptable es ese afán descalificador que exhiben cuando hablan de la masa laica. Lo que no entra en cabeza razonable es que pretendan con ese empeño admirable que aceptemos el error de nuestras vidas y las emboquemos hacia la luz de la religión. Errado andaré, perdido sin norte, pero feliz en mi laberinto. Ufano de mi causa, adepto de mis vicios, igual a los otros, a quienes declaman su fe en endecasílabos y la pregonan (bien que hacen en enseñar lo muy suyo) en las plazas y en los cafés. Y el día en que mi alma desee hincar la rodilla y escuchar la llamada de la fe, seguro que habrá quien me asiste y conduzca, quien allane mi camino hacia la salvación y me asegure (ay) un puesto en el coro celestial de los elegidos. Y si no es así, a pudrirme en la tierra, a regresar al vacío total de donde provengo. Amén.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Soy creyente, y practico menos de lo que debiera la asistencia al culto, pero admito algo de lo que dices... Sobre todo el empeño, el afán, sí, de traer a la iglesia a toda la población, sin excepciones. Entiendo la fe como ese enamoramiento que citas. No se puede obligar a amar. Discrepo en el fondo, porque creo, porque veo a Dios en lo que hago, pero acepto como hombre razonable, que creo que soy, mucho de lo expones.

Rafael Marín Cruz

Anónimo dijo...

Tú a lo tuyo, Emilio.
Eres un conjurado, pero del otro lado.
Qué exposición más limpia.


Juan A.-

Matilde dijo...

Empiezo el martes paganamente, qué ilusión más laica. Gracias.

Carlos Ballesteros dijo...

En cierto modo, pensando en todo lo que escribes, estoy de acuerdo. La Iglesia, la única y la verdadera, hace caja con su ideario. Caja no económica, entiéndase. Caja espiritual, mejor. Y busca siempre adeptos, almas que acepten el mensaje de _Dios y la palabra de Dios. No siempre usan el mejor de los métodos. No siempre están ahí arriba, en la mejor de las condiciones, y estos tiempos no son los mejores tiempos para la fe ni para otros asuntos, pero no podemos olvidar, o por lo menos yo no quiero olvidar, que la fe es el alimento del espíritu. Quien no la tiene, vive feliz, faltaría más, pero vive más feliz el que la posee, se tiene por una persona más rica y vive en una felicidad mayor. Se me dirá lo contrario, discreparán al hilo de este comentario, pero he vivido esta experiencia así y así lo transmitoo.
Buen texto, de cualquier manera.

Un creyenbte razonable.

Anónimo dijo...

A propósito, acaco s tener conocimiento de que el retrablo de la catedral de sevilla está hecho con 20 toneladas de oro. ¿Será cierto ?

Anónimo dijo...

Ya sabes, amigo Emilio, que siendo creyente y practicando la fe, soy capaz de coincidir contigo cuando llevas razón, y en esta ocasión la llevas, a pesar de escribir sobre la iglesia desde tu carencia de "promiscuidad espiritual".
Puedo suscribir también los comentarios de Carlos y de Rafael, muy acertados.
Y el día que quieras "escuchar la llamada de la fe" Cristo va a estar esperándote, con los brazos abiertos, sin agobiarte, ni presionarte.
Mientras tanto, aquí, un amigo que no te juzga.
Pedro.

Sergio DS dijo...

¿Negar a la Iglesia es negar a Dios?, no lo creo, sospecho que existe mucho creyente que no comulga con cierto adoctrinamiento servil que se aleja de los mensajes verdaderos y de fondo, lo he podido percibir incluso en muchos párrocos, donde su vocación y mensaje de fe sí es verdadero.

Anónimo dijo...

Yo te lo allanaré, ciego siervo. Eres un artista de la palabra, cabrón.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Me sigue fascinando el diálogo que se produce en un lugar frío. Este lo es. No debe serlo. Uno hace lo que puede para entablar un diálogo con quienes leen. Tengo buenos amigos ahí detrás. Y eso me gusta mucho. Gracias Sergio, Pedro (amigo Pedro), Carlos, Rafael, Juan...

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.