Duele que el joven engolosinado con Halloween no conozca a Poe e ignore las razones de ese travestismo recién incorporado a su ocio de fin de semana. Sin Poe, sin ese poso de literatura vivida, asimilada, convertida en parte irrenunciable de nuestro vivir diario, Halloween es, en efecto, una celebración profana, un culto infame a los nuertos que supera, en atracción mediática, al antiguo Culto del Día de los Todos Los Santos y Fieles Difuntos. Lleva más que razón los obispos cuando dicen que Halloween no es una fiesta inocente. No está en su ser la inocencia y quizá, habida cuenta del atrezzo y de las intenciones, no deba estarlo. Tiene un trasfondo de ocultismo y es anticristiano.
La costumbre pagana e importada de Halloween (dice la curia) atenta contra costumbres cristianas arraigadas y beneficiosas. Está bien el zarandeo. Que se aprecie la libertad del ciudadano para elegir con qué entretiene su ocio. Que no sólo el paganismo norteamericano es culpable. Hay en la historia de la cristiandad episodios de terror puro y de absoluta falta de inocencia que compiten con la profana visión del mundo que se jalea en estos días de Halloween. Lo de beneficiosas es lo que no me entra del todo. Podrán ser beneficiosas o no. Desconfío de quien de lo suyo proclama sus efectos bondadosos y descarta, por el hecho de no ser de su ala moral, todo lo que se aparte de ese credo.
Agradezco al azar o a la suma de todos los azares que no me entusiasme ni la una ni la otra. Recuerdo a mis muertos en las ocasiones en que es preciso y no necesita mi dolor una fecha signada en el calendario para darles el tributo que les doy en cuanto mi corazón así lo precisa. Entiendo, no obstante, la preocupación de los mandos vaticanos. Se les viene encima una suma teológica inversa. Un volver a las palabras del chamán en la tribu.
Lo que hay en puertas es un realismo mágico patrocinado por McDonald's que más valdría no potenciar en exceso. Luego está el otro bando, el del pecado y la historia del más allá ganado a pulso, con buenas obras y nobles actos, en el más acá que ni ellos mismos (los oradores, digo) se creen, que es otra epifanía orgiástica de metáforas y de encantamientos. Es posible que el truco o trato del tío Sam sea un modo subliminal de entrar en casa y ampliar las fronteras del reino, pero tampoco me creo el reino patrio, la religión mayoritaria en este rincón del cosmos. No tengo yo fe en la derecha del padre y en los arcangélicos coros que tutelarán mi ingreso en la eternidad. Mi reino es de este mundo. Soy un descreído a manos llenas. Soy de The Walking Dead, Padre. Todos esos años de literatura gótica y de cine de serie B han tenido que dejarme huella. Leí a Poe en la edad en que hay que leerlo. Veo Halloween con recogido asombro. Es cierto que no es una costumbre nuestra, pero hay tanto ajeno que está entre lo nuestro, compactado, transustanciado, vertido con empeño para que parezca de su misma naturaleza orgánica, que no me extraña nada. Es más: me encanta este guirigay de la iglesia, preoucupada ella en la desviación de sus fieles. ¿O habla de los que no lo son también?