27.5.10

Still walking: Nada pasa, sucede todo...


I
Hay familias que subsisten a base de recuerdos, personas a las que vagamente las emparentemos por el fracasado olor de una sangre compartida. Sólo esa ceremonia química les une. Luego hay poco o incluso no hay nada: se besan porque se besaron antes y se aman (o lo más parecido a amarse) porque se amaron alguna vez. Familias comidas por los demonios de la rutina, por los demonios de la carne, por los demonios de la tristeza, por todos esos demonios que van robando colores y dejan el paisaje gris.
II
Comparado al cine americano, he visto poco cine. Algunas películas italianas con mujeres ampulosas que van por calles en blanco y negro. Algunas checas con trenes rigurosamente vigilados. Películas españolas de pubis al sol, maquis en los montes y folclóricas aceleradas. Películas británicas en las que la servidumbre se expresa con más estilo y profundidad lingüística que el grueso de los universitarios que lampan por pillar curro en la España del recorte. He visto tanto cine americano que siempre veo el cine que no lo es con cierta simpatía. Se siente uno hijo de John Ford más que hermano de Roberto Rossellini. De eso tiene la culpa la bendita 2 de Televisión Española, en sus años gloriosos; de eso tiene la culpa la industria, que es una maquinaria perversa e infame y busca, por encima de casi cualquier otra consideración, una clientela fiel, un público uniformado, un usuario previsible al que intoxicar con luces de colores y con palabras de azúcar blando. Por eso el cine japonés tiene, ya de salida, ganada una parte de mi corazón cinéfilo. Por salirme de la rutina. Por abrir más los ojos. Por evitar la metástasis. Por el disfrute.
III
Luego el cine japonés o el húngaro o el israelí o el iraní se queda prendado de sí mismo, se mira al espejo de las bondades y oye cómo la comunidad cinéfila internacional les dora la píldora y les cuenta, a golpe de premio, lo maravillosos que son y lo atrevidamente que se alejan del patrón occidental, del voraz apetito de los ránkings de Hollywood y de todo eso que nosotros buscamos cuando nos sentamos en el vacío perfecto de una sala de cine y nos entregamos al vértigo sublime de la ficción. Se quieren y se gustan de tal modo que en ocasiones se repiten, sacrifican, se exponen a perderse en sus propias virtudes y hacer de la excelencia un cliché. Nada de eso sucede en Still walking, una película fantástica que me hizo pensar (nuevamente) en el cine como una experiencia de satisfacción extrema.
IV
Hay un desafecto de las cosas en Still walking que fascina, un desapego interesado, un mirar sin involucrarse, un estar sin fijar las emociones en lo mirado. Still walking sucede morosamente, deslumbra con quietud, se adensa conforme avanza hasta que de pronto nos sentimos absolutamente prendados de lo contado, conscientes de estar asistiendo (qué pocas veces pasa esto en el cine reciented) a una proyección excelente, en la que todo fluye con mimo, en la que la realidad es un objeto lírico, aunque en esa realidad haya venganza (aquí la hay, la que se ejerce subrepticiamente, la que gobierna la trama entera del film) y haya una rutina de las cosas.
V
Still walking es un viaje al interior del alma de sus protagonistas al modo en el que el cirujano practica su oficio en la mesa quirúrgica, sin pensar, sin verter una pizca de aprecio sobre el objeto intervenido, sin que existan parámetros sentimentales en las punciones, en la sanación del cuerpo enfermo. En este caso es la familia la circunstancia que hay que sanar. Familia sobre la que planea el amor, el resentimiento, el dolor por el hijo que ya no está, y a la que Kore-Eda le impone cierto vacío lingüístico. Las palabras a veces no sirven para nada: sirve el gesto, la compostura física, el discurso pausado, la contención. Honrar el primogénito muerto desemboca en un desacomplejado bosquejo de culpas y de reproches, de secretos y de afectos que, puesto en manos de algún artesano a la europea, podría haber deparado un relato victoriano, costumbrista, integrado en una especie de corpus narrativo más academicista.
VI
Still walking es una prodigiosa historia sin historia, un complejo mecanismo de compensaciones y de rendiciones en donde nada parece suceder y en donde (milagrosamente) está Shakespeare entero, está la vida entera, encerrada en unos pasajes emocionales íntegros, de una pureza inusual.

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3 comentarios:

Peter Pank dijo...

Emilio cada dia lo haces mejor. Gracias amigo. Por cierto no sé dónde he leído que eres cordobés. Yo también lo soy aunque llevo veintitantos años viviendo en Galicia.

Un saludo.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Soy cordobés del Sector Sur, a la vera misma del río. Hace ya la tira que no vivo en Córdoba capital, pero vuelvo siempre que puedo. ¿Qué tal Galicia, sr. Pank? A propósito, sr. Pank, ¿hay algún nombre y algún apellido detrás del Sr. Pank? Un abrazo, amigo. Nos leemos...

babel dijo...

Hay algo en común: casi todo lo importante se cuece en la cocina, nunca mejor dicho, aquí y en Japón. Impagables los diágolos que tiene Still Walking en ese escenario, para mí lo mejor.

Saludos ;)

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