Hay jueces que oyen voces dentro de su cabeza que les distraen del oficio por el que se les paga. Oír voces cuando no las hay no es síntoma de nada y sucede a casi todo el mundo. Lo raro, tal vez, sea no oírlas. Yo mismo me divierto cantidad analizando la textura fonética de las mías o considerando en firme la posibilidad de hacerles caso o, cuando se me envalentonan y discrepan de lo que pienso, hacerles frente y ser firme en la batalla.
Puede pasar que tú seas un tipo de una moralidad recta y de un comportamiento cívico y que las voces te pidan que expolies una sucursal del BBV o que levantes las faldas a las mozas. La moralidad, en estos tiempos, es un mejunje tan escasamente prestigioso que hay quien la esquiva por temor a que su noble materia se le quede demasiado hondo; hay quien, insisto, lampa por tener dentro voces que se atrevan más de lo que se atreven ellos. Es la versión moderna (post Freud) del ángel encaramado a un hombro y el diablito escalado al otro. Ojalá hubiese yo tenido alguna voz convincente en mi adolescencia, una que me guiara por fiestas y antros, aconsejándome, encendiendo la bombillita del encanto personal de la que entonces adolecía y que hoy todavía acude en muy contadas ocasiones. O una que te permita sortear las trabas que la vida te va colocando y prosperar o como sea eso, pero un juez que tenga voces (regreso al hilo bautismal del post) en la cabeza es asunto de más delicado tratamiento y a veces hasta sería recomendable exigir que no las tengan.
Pensemos que el juez de marras, el que administra las sentencias y escribe la ley con letras de oro. Habrá (imagino) jueces de ferrea disciplina católica, severos parroquianos y obreros estrictos de los mandamientos de la ley de Dios, que exigirán al vulgo juzgable, en su fuero más hondo, que adorne sus procederes con fiel compromiso a esa ley. Habrá quienes militen en lo laico y abominen de que la moral cristiana (una entre muchas morales) pespunte las sentencias y les de cuerpo teocrático cuando son, en probidad, palabra del hombre para el hombre, sin que en ese campo tan resbaladizo pueda inmiscuirse la religión o (incluso) su ausencia. Pensemos, oh dilecto lector, en eutanasias, abortos, fecundaciones asistidas y educación sin crucifijos en las escuelas.
Y qué alegría le da a este cronista de sus vicios que la sociedad del progreso, la que avanza al margen de la cultura del espíritu religioso y se enrosca con la pluralidad y con la moralidad de la ética, vaya alcanzando (peldaño a peldaño) logros gigantescos, hitos...pero cuando la voz dentro de la cabeza irrumpe se desmorona (con estrépito) el edificio de la judicatura.
4 comentarios:
Lo malo es, Emilio, que las voces se impongan a la Voz y entonces no tengamos ni idea del que habla. Eso pasa en muchos sitios. Pasa en los políticos y en los jueces y hasta un vecino mío tiene voces ahora que lo pienso. De todas formas, ocurrente como siempre y muy bien llevado el asunto. Como dices, tenga usted una feliz navidad. Nos vemos en el próximo año. Rafa
Lo de las voces va a traer cola. Ya tengo un amigo que me cuenta que tiene la voz de Quentin Tarantino en la cabeza y que le salen diálogos que no controla y tienes que verlo enrrollarse de mala manera en cuanto te descuidas. Por escrito, hablando.
Que nos veamos (como sea) el año que viene, Rafa. Felices días.
Yo tuve muchos años un Pepito Grillo metido en mi oreja izquierda, pero en vez de aconsejarme y/o manipularme, me insultaba. Alguna vez le oí un ¡Soooo! de arriero, pero no le hice caso... Quizá sea por eso que me h ido así.
En fin, que ahora lo siento en mi oreja derecha pero no distingo demasiado bien lo que murmura, no sé si es que se está haciendo viejo o es que yo, con la edad, me estoy quedando sorda...
¡Que le den, como al juez!
Feliz Navidad, amigo mío.
Y un besazo
Nunca nos va del todo mal; siempre hay un momento lúcido en el caos. Siempre hay uno de caos en la lucidez. Y las voces van y vienen. Como las horas. Como los recuerdos. En fin. Buenas noches, my friend.
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