1.12.08

Novelas

Llevo toda la vida con una novela a cuestas. A fecha de hoy sólo posee título y un par de cientos de folios de merodeos argumentales. Pensé cuando la arranqué que saldría sola, pero he notado que requiere una parte considerable de mi tiempo. A ser posible, todo. No le importa que sea padre y esposo, obrero más o menos cualificado y consumidor convulsivo de mis vicios (muchos, créanme). La novela me vampiriza, me estruja hasta que no tengo ojos para nada más. Por eso nunca la escribiré. Mi hija acaba de comenzar una. No consiente que sea un relato. Ni siquiera uno largo. Ella quiere escribir una novela. Como lee mucho más que yo, no dudo que su voluntad adolescente le consienta el tiempo del que yo no dispongo. A su edad también yo hice mis pinitos. Por algún lado anda un amago de novela, unos folios mecanografiados (Olivetti Lettera 32) de historias que no acababan de ensamblarse. Era otra edad y era hasta yo otro muy distinto al yo de hoy que apenas tampoco conozco.
Las novelas son como pequeños trozos de vida que, al final, engarzan, se acoplan, fijan un destino y se amoldan a ese vértice sin desmayo. Las buenas novelas son las que son una extensión de la vida. Quizá por eso precisen autores cuya vida esté cuajada o, en cierto modo, bien provista de experiencias que más tarde puedan ser conducidas al hilo de la trama. Borges nunca escribió novelas. Le agradaba más el territorio selectivo del cuento, su precisión matemática, ese calor semántico en el que las cosas tienen un peso absolutamente crucial y nada está manejado con descuido ni dejado al socaire de los vaivenes fortuitos de la historia. La vida, de hecho, se asemeja a la ficción novelada por cuanto incluye en sus pasajes trozos prescindibles, episodios meramente accidentales que aportan escasos o nulos datos a la gran trama principal. De todas formas abro mi cajón y observo las páginas a medio terminar, el hecho fundamental de tener una novela a cuestas y no dar con la tecla que pulse su gesta definitiva. En ello estamos. Mientras sucede el prodigio de la inspiración, tiramos de narrativa breve, de entradas superficiales en este blog cada vez más íntimo...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay novelas que han tardado 40 años y más en escribirse, Emilio. No te preocupes por que se diluya su gestación. Cuando llega el momento de continuarla eres el único legitimado para ello. Y hay tipos que han publicado libros basados en sus posteos en blogs. Bien sabes que el relato breve (el cuento) es un género tan difícil o más que la novela. Orgulloso estoy de que uno de esos cuentos naciese en mi Antártida y terminase impreso en un libro.

Ayuda a tu niña aunque ella no te lo pida. Cuando tenía esa edad también escribía y me perdía con frecuencia. Tienes claro el destino pero no el camino.

Isabel Huete dijo...

Llevo gestando una novela desde hace diez años, y varios relatos cortos que nunca acabo de rematar... No soy disciplinada, no busco gloria alguna, no pierdo el sueño con mi abandono, no me arrepiento de ser tan dispersa.
Mi tiempo me ha engllido y ya no tengo ganas de batirme en duelo con él.
Si estás convencido, no desesperes.
Un beso grande.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Álex, es muy difícil mantener un hilo. Y eso que es un hilo. Conste que lo he intentado, pero de un amago de novelas salen siempre trozos de relatos que luego, con suerte, son relatos. Algunos del libro del astronauta (2, al menos) vienen de intentos de novelas. El primero, Coco, era una novela que venía de Charles Laughton y unas escaleras en una peli estupenda de nuestro amigo Dios, digo, Billy.

A Sara la ayudo poco. Estoy en que lea comprándole libros. Luego, una vez comprados, ella entra sin empujones. Siempre fue así. Escribe con una facilidad asombrosa. Y le gusta, que es al cabo lo que verdaderamente importa. Yo me veo en ella. Ella, cuando me ve a mí en la página, en cosas de escritura, se ve a sí misma. Es un extraño ejercicio de mimetismo. Nos gusta a los dos.

Isabel, te digo lo que a álex. Escribir una novela requiere esfuerzos que no puedo realizar ahora. Igual llega. Mientras me conformo manuscribiendo cositas, textos para la página. El Espejo de los sueños me satisface por eso. Porque escribo. Porque se lee. Eso es mucho ya.

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  Por mero ejercicio inútil tañe el aire el don de la sombra, cincela un eco en el tumulto de la sangre. Crees no dar con qué talar el aire ...