25.12.08

El intercambio: Fría, calculadora, ejemplar...




Charlaba animadamente con un amigo acerca de la contribución del cine al modelado de la ficción que cada uno lleva dentro para soportar la realidad, que a veces se embrutece de rutina y mutila el entusiasmo sencillo de las historias bien contadas y bien oídas, las historias de amor y de fe, de cordura y de desquicio. Lo que importaba (decíamos) era la envoltura del regalo, el desprecintado lento de su contenido y luego, al final, paladeando, sintiendo su cercanía y su asombro, el cuento puro.
Las películas de Clint Eastwood han estado casi siempre muy sobriamente contadas. Tiene el maestro Eastwood ese noble arte academicista, de mecanismos narrativos clásicos. Incluso cuando cae en la rutina y se dedica a copiar lo que ha aprendido (cuántos lo hacen) el maestro Eastwood es un zorro de la camada de los zorros listos que conoce con precisión la forma en que el espectador mira una película. Sabe qué darle, qué caminos recorrer y cómo hacer el recorrido para que la impresión de la travesía sea, a primera instancia, buena. El público menos versado en sus trucos y en sus razonables bajonazos de talento no aprecia que El intercambio es un ejercicio enciclopédico de cine. El maestro Eastwood coge la letra A y luego la B y más tarde la C y va cogiendo de cada letra lo más granado y lo más eficaz para que El intercambio, la película de estas navidades, sea cine de altura, entretenido como pocos, pero íntimamente deshuesado, desafectado de esa sensibilidad primaria que enfocaba a sus protagonistas (Bird, Sin perdón: mis favoritas) con complicidad y los aureolaba del encanto épico de los seres que estaban (en el fondo) por encima de las historias en las que su autor los había abandonado.
La madre-coraje Collins/Jolie (convincente, aunque excesiva) se acoge más al sensacionalismo de tabloide, en su versión estilizada y glamurosa, que a la investigación sentimental, la que exhibe la moralidad y la verdad, pero Eastwood conduce con oficio, filma sin estridencias y termina entregando al fiel público una obra menor, que no ha sabido o no ha querido convertir en una cosa de más peso, limitándose a resolver una ecuación y no a despejar con su habitual maestría (y conocimiento y arte, en definitiva) las incógnitas. Éstas que aquí se despliegan (la corrupción del cuerpo policial, la abnegada terquedad de una madre violentada y anulada, la oscura trama política) carecen por completo de poesía. Y antes, en muchas obras del zorro Eastwood, había poesía a cañonazos. La había en Mystic River, tan seca, tan amiga de la elipsis y de la complicidad intelectual de un espectador motivado y esforzado en aprehender detalles clarificadores, símbolos de la naturaleza lírica del cine que este venerable anciano de manos febriles y cerebro todavía iluminado ha hecho en las últimas dos decadas. Toda esa tosquedad visible de sus historias tutelaba ternura, celaba un amor infinito por el género humano y por cuestiones universales como la culpa, la redención o el fatalismo.
Nada de eso hay en El intercambio, y a pesar de que pocas cosas nos remitan al buen Eastwood de antaño, encontramos una película que devoramos en un suspiro, a pesar de sus dos horas y media; una del tipo que no veremos en mucho tiempo pero que recomendamos a quien pillamos a la salida del cine, pero a mí me sigue gustando mucho más el cine que busca historias más retorcidas, donde el desequilibrio y la sordidez (la que le falta a El intercambio, que a veces se relama en soluciones dramáticas de saldo, como el drama carcelario) sostenga el edificio narrativo, aunque luego el director esté en la bendita obligación de conmovernos con otras armas, a pesar de que lo expuesto, lo que nos ofrece, nos hiera en algún lugar de nuestra ya anestesiada alma. Eastwood se involucra más en cuanto tiene en el horizonte limpio de su cámara una escena que le satisface verdaderamente: en este caso el ajusticiado en el cadalso, el cimbreo del cuerpo, la lastimosa evidencia de su culpa. Pero afuera, en el resto del metraje, el director se escabulle, se escapa a territorios que domina y que no exigen ni la solidaridad ni su intimidad como ser humano. Eso, aquí, falta.
La contribución de Eastwood está salvada, pero esta película no engrosará ninguna nómina de prodigios...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me alegra comprobar que has conseguido romper tu bloqueo, Emilio. Coincido plenamente contigo, como ya hablamos ayer, ya lo hicimos mucho sobre la última película del tío Clint. Es perfecta en su gran imperfección. Sin emoción pero emotiva. No es una joya que proteger ni es desdeñable. Una obra menor, sí, que de ser dirigida por otro sería seguramente mayor.

No puedo con la Jolie desde hace años. Su divismo metafísico me supera. Y qué pena que John Malkovich no sea más que una anomalía en su metraje. Su personaje valía más.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Y hay otros personajes perdidos, mal cosidos al metraje. Está el estupendo policía corrupto, que sale poco y lleva un peso en la trama. Y está el asesino en serie, del que se cuenta poco y se cuenta muy mal. Y encima le sobran (dijimos, es cierto) treinta minutos. Entonces no sé qué podrían haber hecho. No somos, menos mal, cineastas. Pero nos encanta el cine, ¿verdad? ¿El bloqueo? Roto. Tal vez sí. Me parece que el año 2.009 el espejo de los sueños volverá a ser lo que quería ser al principio: un rincón de películas pensadas y explicadas a mí mismo, que no era otra cosa al principio. Busca el segundo bota en cuanto puedas. Mi suegro me confirmó que es perfecto para iniciarse.

Anónimo dijo...

No es para tanto, hombre. Tiene sus altibajos y no puedes estar siempre comparando toda la obra de Clint Eastwood con Sin perdón. Es como si todo Cervantes quisiésemos que fuese el puto Quijote, jeje. Felicidades, y que penetres 2.009 bien provisto de placeres. Rafa

El Miope Muñoz dijo...

Una película desasgradable, de texturas muy siniestras, de una pobrísima representación del realismo (Eastwood va de mal en peor, después de ese "YohevistoaOzú" llamado Letters from Iwo Jima y no debería repetir sus scores cada quince minutos), una historia que no es capaz de evocar nada y que ralla en la parodia en muchos momentos.

El guión es, directamente, indigente con flecos mal cosidos, personajes desdibujados (ese doctor malvado que maltrata a la prota) y situaciones que debían ser escenas eliminadas de Inocencia Interrumpida. Todo muy oscarizable, sí, pero nada de cine.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.