Tierra no es un buen documental y, a su modo, es el mejor que yo haya visto jamás: tiende al subrayado de lo espectacular, censura todo tipo de lógica narrativa y hasta se afilia, sin pudor, al espectáculo sonoro apabullante de violínes que rasgan el aire tenso de la noche en el Kalahari o el periplo épico de la ballena jorobada desde los trópicos hasta la Antártida. Con todo, Tierra es una obra maestra que combina la didáctica de colegio y la concienciación adulta salpimentada con (probablemente) la más hermosa y limpia filmación de la respiración de un planeta que se haya hecho nunca.
Por otro lado, es un documental fácilmente desmontable: todo aquí es esplendor, pirotecnica visual de muchísima calidad, alta definición cromática... Lo que hace que no sea una experiencia mística es su tránsito especulativo, su aroma a pedagogía post-Al Gore, su verdad política por encima de su bondad estética. Y no será este cronista de sus vicios el que aquí desmonte el tinglado ecológico: hay tanta belleza en las imágenes que cualquier consideración coyuntural al hilo de estos tiempos brumosos de catecismos verdes que nos han tocado malvivir puede quedarse en la recámara sintáctica, en el limbo de los pensamientos necesarios, pero imprudentes.
No es un panfleto ambiental, pero se lleva todas las papeletas para que así lo mastiquemos, al salir del cine, a poco que la cabeza borre la sofisticada belleza del Amazonas o la ternura infinita de un oso polar recién salido de su guarida invernal. Para que sea un panfleto político perfecto le hace falta un condimento más contundente de mandamientos ecológicos. La historia de las tres tozudas y abnegadas madres (una ballena jorobada, una elefanta y una osa polar) va desgranando el capítulo sangrante de desgracias y miserias que asolan el planeta feliz, el perfecto, el afortunado islote de luz y de gorjeos cantarines de la vía láctea. Al final de la emisión, uno consiente que el corazoncito se le reblandezca y se plantea (con la cabeza en ebullición, seriamente concienciada) cómo colaborar para que la milonga del calentamiento global (exageran, no exageran, mienten, no mienten, buscan intereses particulares, no los buscan) sea menos milonga y se convierta en una verdadera cruzada global cuyo fin es detener (frenar, al menos) el desastre.
Lo bueno, a la contra de lo hasta aquí reflexionado, es que uno se manifiesta inevitablemente sensible y se queda narcotizado por la belleza: los noventa minutos de naturaleza operística, de estampas soberbias y de masas orquestales divinas (y ruidos naturales increíbles también) pasan sin notarlo. Querría el espectador una sesión extra, otro cañonazo de peregrinaciones, de cascadas imperiales y bloques de hielo del tamaño del Calderón. Haber visto Una verdad incómoda, la cinta de Al Gore, hace que la visión de Tierra sea muy crítica. Únicamente al final aparecen, sobre el logo de la página http://www.loveearth.com/, frases contundentes, máximas de obligado aprendizaje que abren, a las claras, el capítulo de culpas y redenciones. ¿Qué he hecho yo para que lleguemos a esto? ¿Qué puedo hacer para remediarlo?
2 comentarios:
Sí, es verdad, es pedagogía con´violines y con focas y con ballenas y con la tierra misma latiendo como un corazón, y la estamos maltratando hasta que diga basta... Es politica la pelicula, pero debe serlo para que la oigan.
Salvador
Demasiados violines, demasiada intenciónde hacer militancia ecológica, pero se acepta porque igual hasta hace falta esa militancia si queremos salir adelante.
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