5.9.24

Intendencia de un soldado

 




Se tiene una idea equivocada sobre la intendencia del soldado, se cree que es fácil cumplir lo ordenado, no salirse del plan que otros urden y él acata, adentrarse en la ceguera de la obediencia, no discrepar, no pensar en si lo encomendado no tiene ni pies ni cabeza o si, bien al contrario, es un prodigio maquinado por una inteligencia mayor que la propia, lo cual no deberá producir que lo ejecute con mayor denuedo. Lo malo en el sacrificado gremio de la soldadesca es que te aposten en una garita en la que no puedes pestañear o rascarte la oreja o abortar con el alma misma una tos sobrevenida o un estornudo imposible de interrumpir. Esa disciplina severísima cuartea el ánimo, lo estraga, lo entrega a los buitres casuales. Lo malo de que se te confíe esa vigilancia (más protocolaria que operativa) es la completa toma de conciencia contigo mismo. De pronto, en la luz de la vigilia o en la oscuridad de la noche, adquieres nociones de tu circunstancia personal que antes ni siquiera vislumbrabas. Eres tú con más hondura que nunca. No mover un músculo, ninguno de los visibles, facilita mover los músculos que no se ven. Tal vez el soldado de esta garita de un edificio administrativo (lindante a un castillo en cuyo dominio se erige una imponente catedral) piense (pensar es una actividad muscular también ) en dejar la milicia (es un honor hacer esa guardia, nos dijeron) o en ver la manera de escalafonar y conseguir un puesto de verdadero mando, no sé ahora exactamente cuál, hace mucho que hice el servicio militar y uno va perdiendo a conveniencia la memoria. Fascina su pose estatuaria, su absoluta entrega al papel que se le ha otorgado. Conforme el mundo avanza y se desquicia, más fascina aún la permanencia de todas estas representaciones de la compostura marcial, podemos llamarla así. No sé si es cosa de otros tiempos lo de las guardias o los habrá hasta que el hombre dé por clausurada su estancia en la bendita tierra. Su fin, avisar sobre la inminencia de un ataque, ha dejado de tener sentido. El enemigo está en casa a veces, a espaldas del buen soldado. El enemigo, cuando se pone grosero y le da por atacar, no lo hace a pecho descubierto, siendo visto, sino con ladino y subrepticio ahínco. Tampoco podría nuestro servicial hombre hacer mucho si el ataque es masivo y las hordas bárbaras (el enemigo siempre es el bárbaro) asedian a cara de perro el edificio que simbólicamente custodia. Queda el soldado, en fin, en artículo de encomienda turística, en recuerdo de una época, en souvenir. Sigo insistiendo en la dificultad del desempeño de este oficio. Estar ahí solo contigo mismo, qué difícil debe ser. Ese ensimismarse que oscila entre lo castrense y lo metafísico.  Este soldado magiar mantuvo el porte. Recuerdo que hubo quien le importunaba. Chiquillos merodeándole. El turista lo cree todo suyo. 



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