27.3.24

Una pesadilla

 



"Por lo tanto no veo nada malo en cabalgar sobre la pesadilla esta noche. Me llama relinchando desde las copas de los árboles que se mecen, desde el viento que aúlla. La atraparé y cabalgaré sobre ella en este aire terrible. Árboles y arbustos por igual tiran de sus raíces, como si deseasen volar con nosotros hasta la luna, como aquel toro salvaje y enamorado cuya cría es el cuarto creciente. Nos alzaremos hasta ese loco infinito donde no existe arriba ni abajo, la elevada confusión de los cielos. Cabalgare sobre la pesadilla pero llevare las riendas".


(La pesadilla, Gilbert Keith Chesterton)



Ayer


En La pesadilla, artículo aparecido en el Daily News hacia 1.900, Chesterton sostiene que un cuerdo puede intimar con la locura, pero no es recomendable dejar jugar al loco con la cordura. Defiende la fascinación de cabalgar sobre las pesadillas, divisar en la bruma del sueño escandaloso al monstruo tenaz, saberlo juguete de nuestro desvarío y volver después a lo real, contento de fantasía, extasiado por la visión del extravío puro aunque aliviado al descubrir su carácter falso, fingido, montado en un escenario que no existe, arrimado al desorden. 


Nightmare, pesadilla en inglés, obedece desde la propia entidad lingüística a ese carácter poético de lo vivido en los sueños. Palabra formada por dos: night, noche, y mare, yegua. El cuerdo puede vivir el delirio del sueño, pero el loco no puede soportar la realidad. Lo real desquicia. Podemos ver bestias extraídas del mismo infierno a nuestra vera, en la ficción consentida, en la literatura, en la religión, en el tapiz del cine, pero nuestro espíritu no es capaz de enfrentarse a un perro al incidente de un perro atropellado por un coche delante nuestra. Puede ese espíritu, vuelvo a Chesterton, contemplar el horror siempre que no sucumba a la fascinación de adolarlo. Los débiles (sostiene) son los que veneran a dioses temibles y desconcertantes. 


Hoy


Los dioses que se veneran hoy son franquicias. El terror de hoy en día es frívolo. Lo anticipaba Chesterton a principios del siglo XX. En la frivolidad, en lo vacuo o en lo simple, el terror es un elemento de la tragedia, un ingrediente que acelera o retrasa la trama, que la afecta y la concluye o la deforma, pero no es el músculo que la hace vivir. El dios al que hoy se hace reverencia es un dios inalámbrico, uno inofensivo, carente de los atributos de las deidades de antaño, incapaz de cumplir las expectativas metafísicas del usuario. El cielo bendito con el que se pactaba el trato de la fe es ahora un Iphone. En lo tecnológico, en ese seguro territorio de verdades lo suficientemente débiles como para no luchar siquiera cuando se las reprueba con otras verdades igual de sacrificables, se edifica la moral de la plebe. Al hombre del hoy se le ilumina la inteligencia con hipervínculos, con llaves que abren mil puertas tras las que hay otras puertas que llevan a dependencias que están vacías. Todo es invitación a una invitación, un sueño plácido dentro de otro, un camino que se alarga ad nauseam sin que se advierte término, descanso para quien lo transita. El dios al que se rinden tributos está en dentro del algoritmo del Google. Si Chesterton levantara la cabeza, apesadumbrado, reaccionaría con estupor. Tendría miedo, no sé si terror puro. Y sería un pánico atroz, sí, pero sutilísimo porque la naturaleza de estos demonios es enteramente fantasmal. No son gárgolas ni son pavorosas criaturas descritas por un Lovecraft comido de opio: son códigos binarios, son espacios virtuales, son los reinos de las redes sociales o de la IA, es todo ese fango infinito en donde las pesadillas se solapan, se entrecruzan, se lastiman y se retiran para que entren otras a beneficio del mercado. Ese es el dios único y plenipotenciario: el Mercado. Pero Chesterton, el tunante, el ladino, creo que ya sabía todo esto.


Mañana


Mañana el caos será patrocinado por una empresa de cosméticos emocionales. Venderán odio y lujuria y paz. El mundo de los sentimientos, el que gobierna la forma en que compramos, en que nos relacionamos con el mercado, habrá sido rediseñado a nivel neuronal. Es la culminación de la doblegación absoluta del deseo. Los libros de autoayuda habrán desaparecido por completo. Lo siento por los nietos de Coelho Bucay, de verdad. La gente se limitará a someterse a una sesión de optimismo o de genio o de mansedumbre y bastará un pago en un terminal virtual incrustado en su córtex cerebral para que el tránsito de un estado emocional a otro sea satisfactorio. Chesterton, caso de que levante por segunda vez la cabeza, buscaría una taberna del Soho y se metería una pinta de cerveza y luego otra más. Buscaría a su dios en el fondo de su alma y se dejaría mecer por los vapores vivíficos del alcohol. En el sueño, en ese país sin gobierno, buscaría un caballo bien sano. Lo montaría y se alejaría por la bruma. Libre. Buscando monstruos. Sintiendo en el pecho la libertad de poder batallar al mal en su propia casa. Cuerdo en la locura. No al contrario.



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