22.3.24

Un caballo que agoniza en la nieve


  Un caballo en la nieve es el preludio de la muerte. Sus ojos son un atrevimiento blanco. Su lengua, el ala de un pájaro que agoniza. Las nubes precipitan una tragedia. Huele a escombro el aire.  No haber dormido esta noche, tener la cabeza ocupada en dar con la puerta del sueño y, una vez encontrada, no tener con qué abrirla. Algunas noches no es una única puerta. Se ven muchas. Avanzo hacia ellas con paso firme, me envalentono, creo saber cómo franquearla, pero no cruzo el umbral, me quedo mirándola y sé qué hay detrás. Está la paz y está la muerte. Me quiero morir desde que supe que no sé dormir. Hay quien cree que el sueño sucede sin que se le emplace, pero la vigilia es el infierno cercano.  Llevo una hora escribiendo sin parar. Escribo sin levantar las manos del teclado. Sin pensar casi lo que escribo. Sin filtrar nada. No es así. Siempre hay una criba. Uno elige unas palabras, no otras. Filtra la cabeza, filtro yo, sin saberlo. Cuando uno escribe, es lector y es escritor. Soy mi principal censor. Quizá por eso no releo nunca lo que escribo. Debiera. Me lo dicen amigos que escriben con más hondura y proyección que yo. Hoy no busco hondura. Busco vértigo, busco éxtasis, busco caballos muertos en la nieve. Es la primera en que acabo exhausto. Tengo la cabeza embotada. Se me ha ocurrido que ya no tengo nada más que decir. Como si hubiera desangelado el primor de las palabras. Siempre he tenido buen trato con ellas. Me han asistido y confortado. Creo dar con las que preciso. Nunca necesité mucho desde donde empezar. Una vez que la primera frase irrumpe (un caballo en la nieve es el preludio de la muerte) todo lo demás acude con invariable prontitud. No se sabe cómo entra el caballo y más adelante la nieve. O es la nieve y se conviene que un caballo la ocupe. A veces me sorprendo escribiendo sin verdadera conciencia de que lo esté haciendo. Tengo esa súbita perplejidad, no es otra cosa. El hecho de que en este momento (es viernes, estamos esperando unas pizzas, hoy comencé mis vacaciones, he visto dos películas esta tarde, me siento inusitadamente asistido por la gracia de la armonía) escriba no es comprensible. Nunca lo es. No hay actividad más solitaria que la de escribir. Está uno consigo mismo y no hay hospitalidad más afectuosa. La soledad es untuosa, te abraza, intina contigo como una novia promiscua. Cuando el texto ha finalizado, en ese momento epifánico, como de flor recién libada, sopeso no reincidir, abandonar este vicio (no es otra cosa) y consagrar mi molicie (cómo amo esa palabra) a menesteres que zahieran menos. Lo de zaherir es gozoso en ocasiones, no crean. Es uno el que se lastima adrede. Todo a lo que me entrego se hace rico y a mí me deja pobre, sentenció Rilke. Tengo sueño. 

1 comentario:

Aviator dijo...

Estoy agradecido por la autenticidad y sinceridad que se reflejan en cada palabra de tu artículo. ¡Gracias por ser real y humano! Descubre las claves para el éxito en el juego Aviator en nuestro sitio web.

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