28.11.23

La niebla es un cáncer


                                              Fotografía: Beth Hardy

Éramos felices y teníamos los muertos para comprender la niebla. Una vez se hace uno a ella no duele la sangre ni la contemplación de las nubes. 

La niebla habla con la voz de los muertos. La niebla es la carne sin corromper, el sistema linfático de la tierra. La niebla es un cáncer. Avanza a su antojo, ocupa el cuerpo entero.

 Los días en que el sol barre las calles nos quedamos en casa. No es de fiar el sol. Quema la piel, los ojos duelen. Salimos con la bruma, cuando ella lo ocupa todo. 

Hay días en que jugamos a fantasmas, días en que los fantasmas juegan con nosotros. A veces escuchas palabras, percibes un ruido, crees que el juego empieza de verdad. Alguien dice que ha muerto. He muerto. Lo dice como si lo festejara. Se puede morir un rato o el juego entero. Entonces es cuando ves la niebla con nitidez. Ella es la que inventa el juego, ella es la que elige las normas, ella es la que gana siempre. 

Hay dignidad en los perdedores, en los muertos. Cuando alguien gana, no hace alarde. Nunca nos pavoneamos. Tampoco nos lamentamos al perder. Hay una dignidad hermosa en el hecho sencillo de que la niebla nos llame para que comience el juego. Cuando acaba, volvemos a casa en silencio. Nada más cerrar la puerta, se echan las cortinas. Sentado a la mesa, pensando en la niebla, se la echa en falta. A veces es la niebla la que nos echa en falta a nosotros y se cuela en nuestros sueños. Huele a niebla la almohada, se cuela su frío antiguo y nos despertamos tiritando. 

En verano hacemos otros juegos. El sol es un contratiempo cuando has visto lo que puede hacer la niebla por ti. En sueños, si te dejas, aparece. Viene a verte, quiere intimar contigo, contarte qué ha planeado para el otoño.

 A mi padre le oí una vez contar una historia sobre la niebla. Un día vendrá y ya no se irá nunca. Así acababa. No le presté atención, no la suficiente. Luego no quiso repetirla. Ya he hablado bastante, dijo. Los veranos son demasiados largos, algo así. El abuelo se deslengua más, pero ha perdido la memoria. No sabemos si es verdad o lo adorna todo. 

Al acostarnos, cerrábamos los ojos y pedíamos que viniese la niebla. Nunca tardaba mucho. Eran sueños muy buenos, nunca los he tenido mejores. Al despertar, lo recordaba todo. Como si fuese una cosa vivida. Al crecer dejamos de jugar. 

Muchos años más tarde la añoro. Recuerdo su presencia. La niebla nos perturbaba de noche. Danzaba en nuestros sueños, los entenebrecía, hacía que doliesen. Debe estar vengándose. Hoy la he visto merodear una plaza. Los niños no se daban cuenta, pero jugaba con ellos. No saben que están enfermos, no han entendido todavía que son fantasmas. No sé si acercarme y decirles que no deben rebelarse. Por mucho que me empeñe, no me creerán. Les contaría cómo fue entonces y cómo es ahora. Tampoco vale quedarse en casa. No salir no ayuda. La niebla se cuela por las rendijas, hace de tu casa la suya. No hay lugar al que no acceda, ninguno en donde no se presente. La niebla es un cáncer.




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