19.11.23

Elogio de los ayes

Pienso en la distancia que cubre el hombre desde que gime al nacer hasta que gime al morir. Lo de vivir es un gemido sostenido al que el azar o la intención intercalan sonidos de parecida vocación sentimental. Recurrimos a la interjección por no dar con las palabras, por considerar que no valdrán para el propósito anhelado. Cuentan entonces los sollozos, los suspiros, los lamentos, los ayes. La entera historia de la humanidad se expresa en el hierro caliente de esa voz. Un ay pronunciado lastimosamente denota flaqueza del ánimo o aflicción ante algo que nos ha abatido. Un ay es conmiserativo si la desdicha ajena nos conmueve. Un ay dicho como un susurro es sintomático de susto y su restitución sonora no alarma, pero si se pronuncia con morosidad, alargándola, imponiendo a la voz un patetismo hondo, el ay es desgarrador, no habiendo reemplazo semántico que cumpla con idéntico empeño su cometido. El ay del desasosiego no se confía a la voluntad, no se articula en el pensamiento: se emite orgánicamente, como el que tose o estornuda o pide al brazo que se mueva para que se aleje la mosca que lo importuna. El flamenco lo toma como apertura de mucha de su poética: el cantaor se queja ahí (ay) sin que intermedie ninguna construcción sintáctica, sin que las palabras más elocuentes expliquen las emociones más hondas. Segismundo, en La vida es sueño de Calderón de la Barca, se queja en el imborrable:"¡Ay, mísero de mí! ¡Ay, infelice!". Una madre, al reprender a su hijo, recurre al ay consecutivo y admonitorio: ay, ay, ay. La inmediatez expresiva junto con la contención fónica El ay preconiza el sustrato animal que nos acompaña por nuestra condición más antigua, la del padecimiento y la del alivio posterior al manifestar el pesar, al verbalizarlo. Ayes tímidos, voraces, tremebundos, plañideros o amorosos fueron el principio mismo del lenguaje, aunque su verdadera eclosión sucediera cuando ellos concluyen. No son parte de la oración, pero se adhieren maravillosamente a ella y le añaden la expresividad de la que a veces carece. Hoy me levanté con un ay en la boca al que de pronto presté la mayor de las atenciones. Algo ocupó mi ánimo y lo entristeció. Fue la primera emisión fonética del día. Dijo lo que ni yo entendía del todo. 

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