Últimamente leo más que escribo y escucho más que hablo, tal vez debiera practicar ese ejercicio con más frecuencia, pero por la noche, al clausurar el día, las cosas leídas me piden escribir y las escuchadas, hablar. Se escribe para leer lo que los demás no escriben. Se habla para escuchar lo que los demás no hablan. En cierto modo lo de escribir y hablar, furiosa y descosidamente como lo hago yo, resta tiempo para leer y para escuchar lo que escriben o lo que dicen los otros. Quien no lee y quien no escribe haría bien en hablar y en escuchar cuanto pudiera. Incluso al que lo hace no le sobra ese proceder enfático, esa voluntad de lenguaje puro. Las palabras, las leídas, las escritas, las escuchadas o las dichas, son lo único que tenemos. Todo lo demás puede traducirse con ellas, son ellas las que organizan el caos, el de afuera y el de adentro, pero hay un lenguaje que lo explica todo y con el que todo puede ser expresado. La música es la raíz de todo. Contiene la palabra por decir y la que tiene la inminencia de que se escuche. Ella es la que conmueve con más ardor, la que nos levanta si caemos o la que nos concilia con el mundo cuando no lo comprendemos. Todas las disciplinas artísticas se inclinan ante ella. Cuenta lo que el corazón no alcanza.
15.9.23
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