En todo lo demás, me declaro dueño de mi existencia, prefiero ser yo el que manuscriba sobre ella y no conformarme con que otros la legislen y decidan sobre lo que no les incumbe lo más mínimo. Soy propiedad mía, tengo opinión y decisión sobre lo que me afecta. Deseo tener voluntad sobre mi vida cuando el dolor la embargue y no haya nada que lo rebaje. Reclamo dignidad en mi partida. No tiene sentido que alguien ajeno a ella elabore un documento que la gobierne. No es una cuestión meramente ideológica, ni debe arrimarse a ella la presencia de la fe. Bien está que quien la tenga obre a criterio suyo y se obstine en hacerla durar, sin recabar paliativos (habrá quien crea que el dolor es un pasaporte a la salvación eterna) y sin que se le pueda asistir en su muerte, esto es, no emborronar su última voluntad (no tendremos que repetir que no hay más de uno que ese deseo póstumo) e impedirle cerrar a su privado capricho la vida que se le ha enquistado y lo está haciendo padecer indeciblemente. Consiento los matices, no es una barra libre. Concurrirá un padecimiento insoportable (físico o mental) que solo pueda aliviarse con un suicidio asistido. Debe mediar esa petición expresa, no podrá inferirse de las circunstancias visibles cuando el que la padece no pueda expresarla, aunque si hay una evidencia absoluta de que el desenlace esté próximo o su duración sea crónica (dolorosa, insostenible) podría (al menos) despenalizarse, no convertir en delito lo que es un acto de hermosa humanidad. Varias cosas a tener en cuenta: cautelas, controles, objeción de conciencia del facultativo que no desee contribuir a ayudar a morir. Siempre habrá quien lo haga con respeto y eficacia. Siempre habrá también quien desee proseguir, no interrumpir el viaje, ni interferir en las arcanas leyes de la naturaleza. No son sujetos que se enconen en un litigio que los enfrente. Lo que uno decida no afecta al otro. Como el que va a misa y el que ni la pisa. Como el que se casa con uno de su mismo sexo y que lo hace con uno del contrario. La injerencia del Estado no puede inmiscuirse en todo. Que existamos no es un regalo, no es un don que se nos ha dado: es un simple hecho natural. No pedimos venir al mundo, pero nos pertenece la facultad de irnos.
21.2.20
Morir
En todo lo demás, me declaro dueño de mi existencia, prefiero ser yo el que manuscriba sobre ella y no conformarme con que otros la legislen y decidan sobre lo que no les incumbe lo más mínimo. Soy propiedad mía, tengo opinión y decisión sobre lo que me afecta. Deseo tener voluntad sobre mi vida cuando el dolor la embargue y no haya nada que lo rebaje. Reclamo dignidad en mi partida. No tiene sentido que alguien ajeno a ella elabore un documento que la gobierne. No es una cuestión meramente ideológica, ni debe arrimarse a ella la presencia de la fe. Bien está que quien la tenga obre a criterio suyo y se obstine en hacerla durar, sin recabar paliativos (habrá quien crea que el dolor es un pasaporte a la salvación eterna) y sin que se le pueda asistir en su muerte, esto es, no emborronar su última voluntad (no tendremos que repetir que no hay más de uno que ese deseo póstumo) e impedirle cerrar a su privado capricho la vida que se le ha enquistado y lo está haciendo padecer indeciblemente. Consiento los matices, no es una barra libre. Concurrirá un padecimiento insoportable (físico o mental) que solo pueda aliviarse con un suicidio asistido. Debe mediar esa petición expresa, no podrá inferirse de las circunstancias visibles cuando el que la padece no pueda expresarla, aunque si hay una evidencia absoluta de que el desenlace esté próximo o su duración sea crónica (dolorosa, insostenible) podría (al menos) despenalizarse, no convertir en delito lo que es un acto de hermosa humanidad. Varias cosas a tener en cuenta: cautelas, controles, objeción de conciencia del facultativo que no desee contribuir a ayudar a morir. Siempre habrá quien lo haga con respeto y eficacia. Siempre habrá también quien desee proseguir, no interrumpir el viaje, ni interferir en las arcanas leyes de la naturaleza. No son sujetos que se enconen en un litigio que los enfrente. Lo que uno decida no afecta al otro. Como el que va a misa y el que ni la pisa. Como el que se casa con uno de su mismo sexo y que lo hace con uno del contrario. La injerencia del Estado no puede inmiscuirse en todo. Que existamos no es un regalo, no es un don que se nos ha dado: es un simple hecho natural. No pedimos venir al mundo, pero nos pertenece la facultad de irnos.
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1 comentario:
Hermosamente expresado. Coincido.
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