23.2.20

Dormir

Dormir a deshoras no contribuye a un clima de modélica felicidad familiar ni a que tengas la mente despejada durante el día. Lees cuentos de Chéjov a las tres de la mañana y te acuestas más feliz, es cierto, pero después te acuerdas de ellos a cada momento y te cuesta hilvanar el traje de las cosas, esa rutina diminuta de asunto irrelevante que, trenzado a otro y a otro, viste la vigilia. El insomnio es un estrago al que se le puede sacar provecho. Sucede incluso que el provecho sea el que provoque el estrago. Como el animal que se alimenta de sí mismo hasta que se vacía. Pienso en Rilke y eso de que todo a lo que se entregaba se hacía rico, dejándole a él pobre. No hay creación a la que uno se entregue que no lo merme. Todo lo que nos enriquece cobra peaje. Cada pequeña cosa que hacemos exige su tasa. Ahora mismo, a poco de salir a la calle, pienso en Chéjov y en el placer que anoche me procuraron nuevamente sus cuentos, en su contar tanto en tan escaso despliegue de medios. Pienso en la derrota de hoy, en el sueño aplazado, en las cosas a las que me entrego y en cómo me desarman, en el trabajo que amo (cada día más, con más fuerza) y en cómo me hace rico y me despoja al mismo tiempo. No quepo en mí de gozo, hago esa declaración para cuando el goce deserte, como empecinadamente suele. Luego (pensado con calma) desechas que puedas ocupar un día entero leyendo. Lo he hecho, quién no, si amas leer. Días de viajes sin mover un pie los de la lectura. También dormir es una invitación a leer o a viajar. Lees los sueños. Ejerces el oficio de escritor y de lector. Cuentas (además ) con el olvido. Era tuya la historia, pero sucumbió, ocupó otro lugar, no tuyo, nunca tuyo. No hay que darle más vueltas.

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