30.12.19
La penúltima siesta del año
Queda a consideración del que decide la pertinencia de su elección. La pesa y mide, observa si le satisface enteramente o si no conviene y cundirá el arrepentimiento. Hay pocas zozobras más lacerantes. Se arrepiente uno a diario, aprende a componérselas y remontar esa pequeña o grande fractura del espíritu. Hay veces en que el error en lo elegido obra a beneficio de quien marra y le depara más tarde, una vez remendado el roto, la fortuna a la que anhelaba, toda esa rendición de festejos y de alborozo de la que tanto se depende para no caer en el tedio ni en la desdicha. Elegir es siempre un asunto al que se le da escaso predicamento en la literatura al uso. No hay prontuarios, ni teorías de los que saben que nos ilustren y allanen el camino. Las instrucciones las elige uno, he ahí el primer escollo, la paradoja. A fuerza de haber elegido equivocadamente en más ocasiones de las deseadas, termina uno por confiar la elección al azar, sin que intermedie el pensamiento medido, la cartesiana elocuencia de la razón. Suele funcionar, qué quieren que les diga. Cosas que no se piensan salen muy bien y las pensadas y pesadas y medidas descarrilan, se aturullan, confunden al que las idea y acaban malogrando toda posibilidad de éxito. No se precisa que el asunto sobre el que se decide sea de fuste y trascendencia. En ocasiones son elecciones irrelevantes, asuntos de una futilidad extrema, pero ay, cómo duele tener que decantarse, matizar el escrutinio, decir este cuando lo que de verdad deberíamos haber dicho es aquel. Da igual que sea un libro que regalar (son ahora días de eso, yo hoy he sopesado esa elección y he sufrido lo indecible hasta que me he inclinado por uno, da igual cuál) o la cantidad de mascarpone que comprar para para hacer una tarta. Todo se bifurca y expande, a todo se le puede asignar un tamaño desmesurado, por pequeño que parezca o certeramente por pequeño que sea. La cosa de menos importancia cobra la importancia mayor y, a la reversa, la de sustancia más trascendente, según irrumpa, adquiere una nombradía menor. Somos así, no hay que darle más vueltas, no tenemos enmienda o la tenemos a toro pasado, que se dice, cuando caemos en la cuenta de que no debió ser esa la manera de hacer las cosas o que pudimos haber hecho lo correcto, quién sabe qué es lo correcto. Ando ahora en la duda de si elegir dormir la siesta (falta hace, anoche caí en el trance bendito del sueño a muy tardías horas) o aplicarme en propósitos de más importancia. Me concederé el beneficio de la siesta. Es un momento dulcísimo, absolutamente recomendable para quien no lo haya probado lo bastante. En fin. Como y me voy.
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