2.12.19
Los cuentos rotos
Algún día todos los cuentos se contarán con las costuras vueltas, se buscará lo que no se dijo, se dejarán de leer con los ojos de la costumbre. Ocurrirá que Blancanieves acaba colgándose de la viga de la casita del bosque. El lobo se zampará a Caperucita nada más verla, sin que intermedie diálogo ni adorno narrativo. La meterá en tuppers y se la servirá cada noche mientras sueña cómo ganarse la confianza de los Tres Cerditos. La Bella Durmiente no despertará jamás. No habrá príncipes. Ninguno podrá besarla. Dormirá eternamente una especie de coma hermosísimo. Peter Pan traicionará a los niños perdidos. Se los entregará al Capitán Garfio. No pedirá nada a cambio. Se dedicará a volar los tejados de Londres en busca de las ventanas abiertas que le permitan ver todos los dormitorios de todas las niñas que se parezcan a Wendy. Tal vez sean otros nuestros niños cuando crezcan si leen otros cuentos. Está comprobado que los de toda la vida (todos los de Perrault y los hermanos Grimm) no les hicieron mejores personas. Sólo hay que ver la prensa a diario. Todos los que cometen las barbaries que nos cuentan fueron los niños que se sabían de memoria los nombres de los enanitos y deseaban que el Príncipe besara a la Bella Durmiente y cancelara con amor el encantamiento. Es cosa de cambiar la trama. Sólo por ver qué pasa. Si no funciona, volvemos a contarlos como antaño y comeremos perdices. Es por probar. De verdad que no perdemos nada. Se acabó endulzar las cosas, hacerlas bonitas, escuchar el gorjeo de los pájaros en los títulos de crédito de las películas de Walt Disney. A los niños hay que decirles siempre la verdad. Lo decían Les Luthiers, unos genios. No hay que engañarles con juegos florales ni con finales amorosos. Viene luego la vida y pone cada cosa en su sitio. De todas formas, qué felices fuimos, con qué ternura abríamos el corazón cuando alguien decía "Érase una vez...". Creo que todo eso se está acabando. No es que las niñas ya no quieran ser princesas, sino que nadie va a besarlas cuando se queden dormidas ni va a sentir pequeñito el corazón cuando den las doce en el reloj y Cenicienta tenga que volver a sus labores.
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