5.11.19

Poética del corazón / 4



Al corazón se le atribuyen proezas que no siempre cumple. Una es la de ver, milagro en sí mismo, dada su cegada coraza. También la de conducir el amor, empresa que no cuadra con su arquitectura más íntima, pese al rigor con el que se le encomendaron esos altos propósitos. Es un trabajo antiguo el suyo, aplicado y moroso, no de fácil derrumbe ni afectado por la flaqueza o la fatalidad. El corazón es un cazador solitario, dejaron escrito. Un valladar firme de lo más humano, continuamente obstinado en vencer su única liza. La cabeza va por otro lado. No tiene afecto por la poética del corazón, ni atiende a su dulce suplicatorio. Está a lo suyo, sin miramientos, maleducada a veces, airada, combativa. Le doy la audiencia que merece, la mimo con el embeleso que requiere, pero desbarra en ocasiones, se encrespa, parece tener un interruptor que la apaga sin aviso, poniéndome en alerta, en esa incertidumbre dañina que consiste en no saber, en no haber aprendido nada a pesar de los años de camino compartido. El corazón es otra cosa, él pide siempre armonía, concilia lo bueno con lo bueno y se erige ariete y avanza a entero beneficio mío. Mientras uno persevera en su cartesiano discurso, el otro (en ocasiones) flaquea, descuadra su oficio, cae en trampas, hasta muta en lo que no es (cabeza) y reniega de su ardor amoroso. Estamos hecho de esa mutable red de contradicciones. No tenemos propiedad completa de nuestros actos. Descorazonados o descerebrados, según tercie, en ambos hay vaivén y deriva, así sucede el despacho de los días, el fluir de las noches. Hay quien no pesa con el mismo criterio la injerencia de esos dos órganos, quien concede al corazón la parte febril y  a la cabeza la mesurada. Son piezas intercambiables. Una invita a la otra a desmadrarse o a comedirse. Mi corazón busca la bondad en mí, la que hubiera. Mi cabeza no la precisa de igual manera. Podemos trocar los parámetros: la ecuación tiene la misma incógnita. Lo esencial es invisible a los ojos, podrá ser. Quién sabe. Hay días en que no se tiene a mano ninguna certeza. Es la química la que lo gobierna todo. Ni el corazón. Ni la cabeza. Química es el instrumento y alquimia (como su mismo origen, como su semilla) es el loco resultado. Querido Principito, lo esencial es invisible si no lo ilumina la poesía. Alquimia también.

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