31.3.18

No hay dos días iguales (y todos los días igual)

Hoy muy de mañana he concebido el plan del día, lo he pensado y le he dado la forma y el fondo propicios, he manejado algunas objeciones, pero finalmente he dado por buena la previsión y he empezado a improvisar como suelo. Hace uno lo que va surgiendo, no sigue un guion, no respeta lo que le pareció correcto, avanza a la buena de Dios, sin más preocupación que ocupar el ahora, no el después, no el fatigoso después. A media tarde, pensando en esto y en lo otro, caí en la cuenta de esa pequeña irresponsabilidad doméstica, no muy importante, hoy he estado en casa la mayor parte del tiempo, así que argüí para mis adentros que no volvería a planear nada, duele más tarde la conciencia, es la palabra que se uno tiene la que flaquea o se cancela sin más argumentos, pero qué placer no saber, ni esperar que nada ocurra, sino verlas venir (suele decirse verlas venir) y, según vengan, actuar, elegir de entre varias posibilidades la que se nos ocurra primero o no hacer nada en particular, nada que otros hicieran, ni nada que tuviese utilidad en adelante, por si en otra ocasión se repiten las circunstancias. Se está ocultando el día, no habrá otro como éste, no se repiten los días, de ahí que valgan tanto y haya que extraer de todo lo mejor, no desaprovechándolo, no arrimándose a la pereza, pero qué placer esa pereza, esa indolencia, esa percepción de que somos dueños de nuestro tiempo. Sucede poco esa propiedad, se nos arrebata, es un oficio complicado tener las ideas claras. Hoy, sin saber bien el porqué, he tenido esa sensación, la de no haber hecho nada en especial y, sin embargo, haber disfrutado muchísimo. Lo decía Rosendo con sus Leño, en los primeros ochenta: "No hay dos días iguales, y todos los días igual". Qué buenos eran los Leño, qué buenas fiestas, qué de brincos habrá uno dado cuando tenía pelo.

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