28.2.18

Andar

A veces tiene uno ganas de pasear, dejar la casa, exponerse al azar de las calles, no saber a qué plaza se acabará yendo, con qué imprevistos amigos haremos balance del día. Andar es uno de esas cosas a las que no se da importancia, teniendo la máxima. No es el hecho de que el cuerpo se beneficie del esfuerzo. Se recurre siempre a la salud, pero es la cabeza la que sale victoriosa del trayecto. Vuelve nueva, vuelve limpia. Al pasear se asiste a una pequeña proyección de cine privado. No hay butaca desde donde observar, no está ese refugio un poco uterino del confort del asiento, pero el efecto es el mismo. El esplendor del paisaje, la elocuencia de las calles, el barullo de la gente, la luminosa certeza de que la vida comparece ante nosotros sin pedirnos nada a cambio. Toda esa belleza imprevista, la que el azar del camino nos regala, vuelve a voluntad, irrumpe a veces sin que se la llame. Hace que no ando con la frecuencia que solía y ni siquiera andaba mucho. Hay quien lo hace a diario, se fuerza a pasear, circunvala el pueblo, repite un ritual. No dudo que seré uno de ellos. Los veo yendo sin ir a ningún lado, haciendo que el tiempo se detenga, siendo (tal vez) dueños de sí mismos. 

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