26.9.16

Que los lunes no son tan malos...

Quizá sea cierto que no se fracasa en lo que no se desea tener éxito.
Que las cosas que nos importan verdaderamente no son las que hacemos de forma impuesta. Que hay mañanas en las que sólo deseamos apostar el cuerpo en una sombra de un jardín y fatigar la mañana con un libro.
Que los días andan persiguiéndose y los hay limpios y también ásperos y fatales. Que las noches nos hacen pensar en lo que somos, en lo que hemos hecho y en lo que podemos hacer todavía antes de que se cancele la trama.
Que amamos porque estamos hechos para amar, aunque haya quien desoiga el corazón y se envenene con cualquier cosa y a todo le ponga obstáculo y cárcel.
Que la memoria es lo que único que tenemos y, aún así, no podemos fiarnos de ella, ni confiar en que restituya con esmero lo que ya no es posible que regrese.
Que hay momentos en la vida en los que te sientes inconsolablemente feliz, en armonía con los cosmos y con todos los dioses de los tiempos primeros y que, al ser preguntado, cuando te piden que expliques la razón de esa felicidad absoluta, no sabes expresarla con palabras, ni con gestos, tan sólo la posees, únicamente tienes la certeza de que te ha pertenecido durante una brizna maravillosa de tiempo.
Que se tienen amigos para no estar sólo cuando el alma se viene abajo o cuando está muy arriba.
Que no se tienen para los tiempos medios, sino para los mejores o para los peores.
Que la poesía explica el mundo más que los algoritmos de la ciencia.
Que nada es de un color o que hay cosas que exhiben muchos colores.
Que la belleza es lo único que verdaderamente merece la pena en este mundo y es convulsa o no es belleza.
Que la filosofía es el asidero de los que tenemos fe a la que asirnos.
Que la cultura exige constancia y que los demonios que la apartan tienen los brazos fuertes y el gesto hosco.
Que en ocasiones uno desea ser otro, ser otro sin permanencia, un poco traviesamente, aunque sea para observarnos a nosotros mismos desde el afuera que nunca se nos concede.
Que no es posible conocer a nadie, ni siquiera a quienes amamos. Que en todo caso poseemos una idea más fiable que los demás, pero sin ahondar, sin albergar las certidumbres previsibles. Que uno mismo es un secreto. Que en esa tesitura, cómo pedir ir más allá, cómo creer que podemos tener de los otros una idea más firme de la que tenemos de nosotros mismos.
Que fascina lo furtivo y lo turbio.
Que el bien es un material excesivamente sensible y propenso a la mediocridad. Que el mal ocupa más páginas en los libros y en los sueños.
Que vivir es ir administrando los venenos que se nos ponen a mano.
Que la religión es una rama de la literatura fantástica, pero no la más lúdica.
Que se hace uno a todo y en todo encuentra consuelo, que es la manera en que se interioriza el "no hay mal que cien años dure".
Que la edad adulta es casi siempre un inconveniente.
Que los ojos en ocasiones adquieren su más contenida eficacia cuando se entornan o incluso cerrados.
Que hay palabras que duelen y otras que sanan y nos tiramos la vida entera manejando ese diccionario secreto sin dominarlo satisfactoriamente nunca.
Que duele más el corazón cuando lo ignoran que cuando lo hieren.
Que levantarse y ponerse uno a escribir hace que el día fluya mejor, brille más, dure más incluso.
Que los lunes no son tan malos. Que no.
De verdad que no.

2 comentarios:

Adolfo López dijo...

ABSOLUTAMENTE BRILLANTE, EMILIO.

impersonem dijo...

Amén y gracias.

Saludos.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.