1.5.15

Somos lo que se nos cuenta / Cuentos de Prospect Park


Prospect Park, Brooklyn, New York


Creo que no podría vivir sin escuchar historias o sin contarlas. No sé con certeza qué me hace sentir mejor, si recibirlas o si darlas, si leer o si escribir. Quien escribe, en el acto de escribir, es lector también. Quien habla, en el acto de hablar, se escucha también. Obligado a elegir, escogería que me las contasen, pero no tendré que llegar a ese extremo, no me sentiré forzado a renunciar a una. Cuando el otro día me invitaron a ir a un instituto de Secundaria de mi localidad y hablar a los alumnos sobre lecturas y sobre escrituras, les expliqué lo afortunado que me sentía escuchando historias o contándolas. Alguno me hizo improvisar una. No tengo problema en eso, en improvisar, en no saber qué va a venir después o en el riesgo de que nada de lo que venga prospere, ancle su trama y recabe la atención del otro. Siempre hay un otro, un yo alojado afuera, un receptor famélico, el que sólo desea que se le abastezca. La realidad es la que abastece: ocupa el terreno vacío y lo preña.

En Prospect Park, en Nueva York, las historias se pueden registrar, hay quien pide que te pares y compartas de forma anónima. Es muy importante lo del anonimato. En realidad no importa quién firma la trama, no importa saber un nombre, airear un nombre: lo único relevante es el hecho mismo de la trama, la composición narrativa, el empezar a contar por un lado y avanzar por otro, a ciegas o con linternas, a plena luz del día o a ráfagas de colores y de oscuridad, para llegar a un sitio y hacer creer que no hay nada más detrás. Siempre hay cosas que encontrar detrás. En Prospect Park también puedes decir hola y preguntar para qué. Yo estaría encantado de que se meur  encomendara el relato del para qué. No creo que sean cosas que se encomienden: uno coge sus bártulos, los pocos bártulos quizá, y se aposta en un pequeño promontorio del terreno o en un meandro del camino y deja que los curiosos se acerquen. Son ellos, los curiosos, los que hacen que la literatura no muera. No la escrita, la literatura transmisible en los libros, la estudiada en las universidades y la adorada o vapuleada por la crítica. Es la literatura de naturaleza oral, el relato de las cosas que nos suceden, ese volcado mágico de impresiones o de sucesos. El propósito final de este blog es el mismo que el del famélico registrador de historias del parque de Brooklyn. Hacemos la misma asombrosa cosa. Contar y ser contados. De un modo que no sabemos bien cómo explicar se nos cuenta a cada cuento que escuchamos. Nos entendemos en la historias de los demás, en las que nosotros urdimos. Somos lo que se nos cuenta.



2 comentarios:

Ana María Sánchez Toro dijo...

Considera que tienes en mí a una lectora devota. Tu trabajo está cumplido y yo soy alimentada. Por ello, Emilio, gracias de corazón. Muchas gracias.

Setefilla Almenara J. dijo...

Absolutamente.Gracias por darnos, a tus lectores,alimento.
(véase un banco de forja en la umbría, al amparo de un parque en el que conviven trino y fronda, en un pueblo llamado Peligros y que visito por primera vez. El primero de mayo, aires de dominical sin serlo, calle arriba, calle abajo,todo está visto.Me he hecho con una bolsa de chips,(que diría uno en P. Park), también con una botella de agua.Me siento, te leo. Me dan ganas de juntar letras, como casi siempre que te leo.
Tú consigues, Emilo.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.