Estar atento a toda novedad, no perderse las relevantes, ni las de relleno, las que ocupan más atención en los medios y las que solo se citan a modo de compromiso, pero no prestar atención a uno mismo, me dijo K. anoche. No ver dentro, remarcó. No saber ver dentro, concluyó. Apesadumbrado, me confesó que no podía manejar esa observación personal de un modo eficiente. Habrá cosas a las que no alcance, Emilio. Asuntos míos que no sabré administrar. En cierto modo serán ellos los que me administren a mí. Ellos programarán qué haré durante el día y a qué encomendarme en las noches. Siempre acaba sacrificada la intimidad, siempre se la expone o se vende. Lo privado es la mercancía, la vida interior es la que interesa, con la que se negocia y a la que rebajamos. Se cree que no es indispensable su reserva, que quizá se pueda salir y entrar, ir por ahí y volver a casa de forma impune una vez que se ha entregado, no sabemos bien a qué precio. K. se deja llevar, conversa sin que parezca que hay dolor en lo que dice, pero el dolor se advierte en el tono, en el sonido que las palabras hacen, en el modo en que las pronuncia, esmerándose en que suenen bien, como si la una fonética precisa pudiera ayudar a lo que no alcanzan las palabras. No tenemos forma de decir lo que nos afecta. Cuanto más lo hace, menos estamos capacitados para expresarlo. El verdadero dolor es siempre silencioso. Los días van persiguiéndose, las noches invitan a no pensar, le digo. Los días se repiten. No saben hacer otra cosa. A un día viene otro y unos van borrando las huellas de los que quedan atrás. A lo mejor así no es excesivo el peso del tiempo. Como si a cada jornada inventáramos una vida nueva y la viviésemos y a su término naciese la nueva, brillante, completa, alta y noble. Todo es muy sencillo, me dice K. Pero las cosas demasiado elementales se terminan escapando, son las que poseen más valor y en las que menor interés ponemos. Mañana les voy a contar a mis alumnos un cuento de un rey gordo y de una reina gorda. Sé que no habrá espejos. Sé que tengo que ir pensándolo esta noche. Será sencillo. El rey gordo, la reina gorda y un pueblo feliz que pasea las calles, planta lechugas en los huertos y escucha el ruido que hace la lluvia en las ventanas. Hay que prestar atención, hay que aprender a oírla.
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2 comentarios:
Karmelo?
Karmelo?
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