Es difícil saber a quién le asiste la razón o si le asiste a tiempo completo y no hay materia a la que no le aplique la intendencia más alta y sobre la que no se permita vacilación o zozobra. He conocido yo gente muy preparada, gente de resoluciones expeditivas, gente que no se vienen abajo en la adversidad y a todo saben encontrarle una vía o un acceso limpio. Tienen la madera de la que uno carece y se prestigian más si no la airean, si no caen en presumir de ella y en hacer que a todo acuda y a todo le dé su pequeña o grande versión de los hechos. Son gente que admiro sinceramente. No porque sepa que no tengo los recursos que manejan -aunque alguno tendré y útil en labores que ellos ni alcanzan - sino porque entiendo que el mundo depende en parte de que existan y de que se involucren en las cosas y las gobiernen y no escatimen nada para que ese gobierno luzca, sea útil, No creo que se tenga razón a tiempo completo, como decía, algo debe salirse del tablero en la administración de un asunto tan enorme como un país, algo que afecte a un bloque de vecinos o a un pueblo entero. Lo que a unos resulta ventajoso es a ojos de otro un dislate, un metedura de pata descomunal o una tragedia. En lo privado, en el ámbito estrictamente personal, aplicamos la misma voluble ley: lo que a mis ojos es un proceder recto es en ojos ajenos un error o un delito o un pecado. Quizá la razón sea la que no sirva, digo el medir con ella, el pasar por su criterio las obras y los gestos, las palabras y las acciones. Pero si no es la razón, ¿qué? A K. le incomoda que todo se impregne de ella o deba impregnarse: prefiere la poesía que es el hacer, en su deriva etimológica, en su griego nativo. Hacer poesía, decir justamente lo que no se espera decir, obrar sin que se vea venir lo obrado, hacer que el camino más hermoso entre dos puntos no sea jamás la línea recta. Claro, que no podemos permitir un mundo en el que solo habiten poetas. Sería un modo insoportable. Tanta lírica debe malograrlo todo. He conocido gente con un sentido poético altísimo, sensibles hasta el desmayo, a los que se les ha puesto muy cuesta arriba sobrellevar las cosas mundanas, los trabajos domésticos, todo ese trasegar con la rutina que consiste en hacer la cama, fregar unos platos y llevar al día las cuentas de la casa. Asuntos etéreos, ésos son los más míos, me confesó un poeta, K. Me lo dijo como si estuviese liberado de esas diligencias laborales y otros, menos líricos, se encargasen de hacerlas por él, manumitido por alguna extraña conjunción estelar, cáscara de huevo aristocrático casi. Los poetas somos gente extraña, sin duda. Me he metido por alguna poesía de la que me haya sentido particularmente orgulloso. Al menos justo después de escribirla. No sé si se puede ser poeta a tiempo completo. Tal vez sí y el mundo gire por esa dedicación absoluta. Si Dios existiera debería separar a los poetas del resto de los mortales, se les debería conceder el paraíso y la salvación y la revelación de los secretos que siempre persiguieron. Si no es la razón, si no lo es de verdad, tendrá que ser la poesía. Ojalá sea ella. Es difícil saber nada. Igual no sabemos nada y todo son aproximaciones, incursiones muy cortas en un asunto que nos viene muy grande.
28.2.15
23.2.15
Así empieza lo malo / Una manera de novelar la vida
En las novelas de Javier Marías, en Los enamoramientos y en Así empezó lo malo muy marcadamente, hay una propiedad de la lentitud que entusiasma. Parece que la trama no avanza y que el texto, que no es en esencia la misma trama, enmaraña ese avance, adquiriendo el conjunto un incómodo (en ocasiones muy incómodo) lastre semántico o sintáctico, del que no se zafa y del que paradójicamente se vale para obrar el milagro de la narración, que luego es espléndida y muy amena en su lectura. Sostienen los que lo rebajan que es precisamente ésta la tara que lo marca y, al tiempo, es esa misma tara la que, reconvertida en virtud, le facilita el elogio de otros. Ando yo en un fascinado término medio: admiro la excelencia narrativa, ese alambicar las frases, estirándolas a veces incomprensiblemente, pero alcanzando un punto narrativo óptimo, en donde todo se compacta y se entiende; admiro su precisión en el tono, ese ir hacia adelante morosamente, pero sin detraer una pizca de interés en el lector, aunque la ambición principal, lo que se cuenta y lo que importa, ande rezagado o parezca que vaya así, un poco desmadejado, impreciso, como si al autor se le hubiese ido de las manos y se explayara en las periferia, en contar lo que pareciera no aportar nada, pero sí aporta, claro que aporta, aporta mucho y Marías lo sabe y lo explota. Lo que ahora me trae ahora un poco intrigado, si es que es intriga lo que tengo, es si Marías narra su novela al modo en que la vida se va sucediendo, de modo que no se plantea, más allá de lo razonable, cortar lo superfluo, anular lo que en principio no procede, sino que se deja llevar y no omite nada o lo hace muy levemente, añadiendo excursos, imbricando, alambicando, llevando la trama a los laterales o haciendo que los laterales, la promisión de exteriores, influya en el meollo, en la cosa principal, en la sucesión de sucesos (déjenme, estoy lanzado) que van ofreciendo todo lo necesario para que el lector obtenga una visión perfecta, no una parcial, ni una fragmentada, no: hablo de la visión, de la gran visión, del mundo considerado como una espiral, algo así. Es tarde, quizá no sea el momento para que yo, después de un día verdaderamente largo, me mete en estos menesteres novelescos. No tengo cabeza. Me quedan las ochenta últimas páginas de Así empezó lo malo. Y es muy bueno.
22.2.15
Un bucle
No, no está el domingo especialmente creativo, aunque a las siete en punto encendí el ordenador, di rápidamente con una carpeta con el nombre provisional del proyecto, preparé la mesa de trabajo y dispuse los folios en sucio, las hojas manuscritas, los cuadros en los que se perfilan los personajes y todo lo que se me va ocurriendo, esparcido con primor, pero recogido después -no mucho después, la verdad - con un poco de tristeza. La que da no dar con el tono que haga discurrir fluidamente todo lo demás. Escribir una novela, la largamente aplazada novela, requiere que yo aplace todo lo demás, imagino. Incluyo familia, trabajo y hasta una parte de mí mismo que uno no está dispuesto a dejarse arrebatar. Y no es posible tal cosa. No, al menos, ahora. Y si ahora no se puede, por las causas sospechables y por las que barajo yo solo, no sabría decir cuándo. Tengo un par de amigos - P. y A. - que sostienen que nunca voy a escribirla y razono que llevan razón. No porque quizá no sepa y yo me haya convencido de lo contrario. Pensé anoche que hoy sería el día uno, ese día fundacional, que luego se recordase, y me levanté con entusiasmo. Puse a Bill Evans, me preparé un café y consideré cómo poner a funcionar la trama, desde dónde abrirla, y ahí quedó prácticamente todo. Lo cuento para que no ocurra de nuevo. Las ilusiones sirven para tener otras, quizá solo para eso. Mientras se tienen, el mundo gira y hay un plan que hacer y hay un país que conquistar.
21.2.15
La vida contada con un dronie
Pasmo, incredulidad, perplejidad, más: está dronie, que es el palabro con el que se define la fotografía que se hace uno mismo desde un artilugio aéreo no tripulado. No creo que me haga nunca un dronie. Sí que he caído en la frivolidad de disparar desde el móvil y registrar mi cara, sin que ese registro tenga un objeto, sin que haya necesidad de hacer trascender lo que está tan a mano. De la moda del selfie se extrae con facilidad un signo de los tiempos en los que vivimos: la incontestable supremacía del yo, la injerencia del yo en todos los ámbitos, el volcado entusiasta del yo. La novela clásica, la decimonónica muy especialmente, censuraba ese volcado y le daba la mayor de las importancias a la tercera persona del verbo. La actual no es ni novela siquiera, o lo es de un modo disperso, parcial, más entusiasmado en el formato o en la técnica que en el entramado narrativo. Se cuentan menos cosas, pero se cuentan más alegremente, con una más abundante logística. Es el dron el que cuenta los avatares, las circunstancias, sin que exista constancia de que se pringue en lo contado, sin bajar y dejarse contaminar por lo observado. Puedo contar mi vida, podemos decir, sin estar muy cerca de mí. He aquí yo mismo, pero contemplado desde lejos, contado sin roce ni afecto alguno. Esta especie de metaliteratura -aséptica, fría - irá a más y disfrutaremos mucho. No está herida la literatura: no deja de ser un episodio, uno muy interesante, al cabo, en el que la tecnología prorrumpe con fuerza en todos los cánones, en todas las formas de contar el cuento y se adueña del cuento mismo, apartándolo, considerando que lo importante no es la historia sino la puesta de largo de los instrumentos que han permitido su difusión. Mi profesor Luis Sánchez Corral habría disfrutado estos tiempos. Echo en falta tenerlo en la barra de un bar - El Platanín, calle Jaén, Córdoba - poniendo a caldo todas estas banalidades de la industria.
19.2.15
Árboles versus coelhos
La novela da cuenta del mundo, lo indaga, le da cuerda, lo abarca entero y, en ocasiones, lo invalida. Las mejores novelas son las que invalidan al mundo. Las que solo dan cuenta del mundo no lo salvarán. Las que perdurarán son las que lo transforman: las que lo cuestionan. Incluso estoy por dar la razón a un amigo mío que me dijo una vez que las novelas son los sueños de un dios. La novela como epifanía teológica. Pero los novelistas no lo saben. Creen que escriben ellos, pero las tramas se las dicta o se las confía el azar. No podré nunca charlar de todo esto con G.K. Chesterton. Me hubiese encantado. No desdeño a Borges. Todos los árboles sacrificados para que puedan ser leídas las novelas de Coelho o de Bucay duelen en el alma. Me duele un árbol. Seré quien los defienda a partir de ahora. Me duelen los árboles sacrificados inútilmente.Vale más un árbol, uno irrelevante, solo en un páramo lejano, sin afecto del sol, condenado a refugiar animales que solicitan su amable sombra, que la obra completa de un bucay o de un coelho, pero el negocio es el que manda, ah el negocio; el negocio infame, el negocio convertido en la religión que hace moverse al mundo. Ya no son los poemas de amor los que lo mueven, ya lo saben. Es el negocio, es el mercado, es un coelho cualquiera repartiendo frases contundentes, pastillitas para amenizar el caos. Tampoco esto que ahora suelto por aquí sirve para mucho, no crean. Otras pastillitas, otras distracciones. El caos nos ignora. Yo sigo a lo mío. Obstinadamente a veces.
17.2.15
Viajar
Viajar solo sirve para ir descubriendo uno el paisaje de adentro. No importa el trayecto, lo lejos a donde vayas, los sitios formidables que visites: a lo que aspira secretamente el viaje es a descubrirte la geografía interior. Como si lo de afuera te abriera lo de adentro. Como si ir muy lejos sirviera para acceder a lo que tienes más cerca. No hay ningún viaje más espléndido que ése. Ninguno al que se le pueda sacar más provecho. Hay quien prescinde del viaje físico, quien (movido por la obligación o determinado por la voluntad) no se desplaza más allá de la comarca en donde nace. Quien, a lo sumo, hace un par de viajes más o menos relevantes. Bach, al parecer, no salió de su pueblo. No concurrió para la forja de su talento ninguna circunstancia que proviniese de contemplar la vida de los otros, de asistir a la ceremonia riquísima de las costumbres ajenas. Todo le vino por derivación natural, digamos. Hay quien, bien al contrario, viajando, no recibe esos dones del espíritu y se queda a medias o no accede siquiera a sí mismo, al paisaje interior. Turistas, mas que viajeros, gente sin interés en lo que ve. Como quien, leyendo, no captura la esencia de lo leído y solo pasa las palabras y se las va contando, sin caer en la cuenta de lo que las palabras dicen, pronunciándolas sonoramente, vocalizando con esmero, pero sin ahondar en el paisaje que esconden. En esencia, la vida es un trasegar de la periferia al interior, y viceversa. En el ir y en el venir, los años nos van curtiendo, nos van dibujando. Al final, cuando el viaje concluye, proseguimos de alguna forma en los demás, en lo que les dejamos, en las palabras que les dijimos, en los gestos con los que nos mostramos. No se muere definitivamente, aunque a uno se le pare el corazón y el aire y la sangre dejen de discurrir por sus vasos y sus huecos. Lo que pasa es que no sabemos qué viene después, y eso es lo que duele: no saber qué viene después, no tener ni siquiera una sospecha de lo que pasará cuando ya no estemos. En cierto modo, la religión nace de esta voluntad un poco curiosa. Creemos porque queremos seguir creyendo para siempre. Y en ese plan...
16.2.15
Fin
Quisiera uno no involucrarse, no ofrecerse, no incurrir en nada que lo delate y le dibuje con precisión frente a los otros, pero no es posible, no hay manera de que todo se maneje en esa tibieza incómoda, por lo que sale a la calle envalentonado, ofrecido, si se puede decir así, dispuesto a no pasar desapercibido y a tomar partido y a registrarlo todo minuciosamente, sin que nada quede afuera, sin que no percibamos que estamos dentro de la trama y que nuestro trasegar por ella la modifica, aunque sea de forma poco perceptible y no se percate nadie. En el deseo que a uno lo acucia está la voluntad de que no se extienda y lo anule, de que tampoco desaparezca. Lo difícil es saber convivir con los propios vicios. Hay quien se esmera en domeñarlas; quien, en la creencia de que le está minando, se obceca en refrenarlos; quien, entusiasmado por lo que le dan, los agasaja, los acaricia, les concede el mayor de los créditos y la más grande de las atenciones. No sé a qué conduce una cosa o la otra; no es posible andarse en medianías, quizá. Es mejor escorarse arriba o escorarse abajo, pero estar en un lado, dejarse ver en una posición, hacer acto de presencia en una esquina de la calle, bien a la vista, aunque no esté bien visto, quién sabe: no podemos contentar a todo el mundo. Seguro que si no estamos, alguien lo dirá y difundirá la idea de que debiéramos haber estado. De estar, alguien opinará lo contrario: sostendrá que no debimos acercarnos, que no era ése, en modo alguno, nuestro sitio, pero cuál es nuestro sitio, no hay manera de saber en dónde estamos realmente. Y acaba el lunes. No ha sido uno especialmente bondadoso en alegrías. Ha ido uno dando tumbos, sin saber bien a qué atenerse, recorriendo un camino y volviendo después hacia atrás, como buscando el bache en donde tropezó y del que no supo rehacerse. Ya se sabe: hay días que valen por muchos, días que pesan como muchos días juntos. Nada que mañana no se aclare con la luz del día empeñada en limpiar el paisaje.
Otro lunes
Siempre hay una manera de distanciarse de lo que se apodera de uno, hay una vía de alejamiento, pero lo que duele es que algo de lo evitado, de lo abandonado en la distancia, resida dentro, esté ahí, a resguardo, a la espera de un momento de debilidad, pensando en todos los huecos disponibles. No nos desembarazamos del todo de lo que nos hace daño. De algún modo perverso y obstinado el mal nos puebla. Pensamos que estamos a salvo, pero no es cierto. Al mal, a esa porción que nos ha capturado, lo alimentamos igual que al bien. Andan los dos en alegre comandita, por ahí adentro, en el alma. Nunca sabemos qué es el alma. No hay una información fiable. Todas son huidizas, todas bordean el asunto, todas flaquean. Sabemos muy poco y hasta ese poco que sabemos se antoja en ocasiones irrelevante, baladí, como una nube en una tormenta. Sabemos que no hay libro que la explique; ni conversación en la que alcancemos a entenderla, pero la cuidamos, bien sabemos eso: la mimamos a veces. Pensamos que no es el cuerpo el que duele, sino ella, ah la muy dañina, es ella la que nos empuja al bien o al mal o a ir pasando las horas sin ser bueno ni tampoco malo, y eso es peor. Mirado con detalle, es peor no posicionarse en esas cosas. Que el lunes no les aturda mucho.
12.2.15
Días sin suerte (II) / Un cuento a muchas bandas / Barra Libre
Uno tarda a veces una vida entera en comprender que la vida no vale nada, pero hay días a los que los ilumina una especie de resplandor maravilloso. Quienes lo han percibido alguna vez refieren que es muy frágil y que no tarda en difuminarse, en perderse, en hacer que dudemos sobre si ha existido realmente o ha sido una impresión fugaz, falsa, sostenida por el cansancio o por la idea de que la fantasía, tan abandonada en ocasiones, solicita incoporarse a nuestra vida y gobernarla. Por eso me incliné a no pensar, por eso olvidé quién era y qué podía perder si las llamas me devoraban. Porque se dice así: las llamas devoran, como si fuesen un animal de presa y hubiesen encontrado su pieza y la estuviesen descuartizando. Todo lo que vino después, lo que aconteció en el fuego, es lo que no recuerdo. Salí indemne, sí, pero no puedo asegurar nada, porque mi memoria, la muy frágil, se deshizo allí dentro, decidió no participar en la trama, quiso perderse el resto de la historia, y ahora vivo de lo que me van contando, de lo que unos y otros me confiesan cuando vienen a visitarme, y yo les dejo, porque deseo saber y aspiro a que entre todos conformen una historia que yo pueda contarme, y saber si valió la pena y si las vidas que dicen que pude salvar están ahora descarriadas o, por el contrario, aprovechan los días juntamente con sus noches, y pasean las avenidas y por la noche la madre y el hijo de corta edad se abrazan y ríen, celebrando la vida que ahora yo poseo a medias.
Sigue en Barra Libre
8.2.15
El pájaro de fuego
Libros que compra uno en la creencia de que va a leerlos más de una vez, discos que reposan en las baldas y a los que no se acude, ni se miran siquiera, ni se cae en la cuenta de que una vez nos entusiasmaron y los poníamos con frecuencia, películas que no se van a volver a ver jamás, aunque se tenga la idea de que es posible, en fin, en una tarde invernal de brasero y de café, mientras afuera se obstina en invitarnos a que lo olvidemos y no pisemos la calle, ni haya vida más allá de la mesa camilla y de la pantalla de la televisión o del libro al que acariciamos el lomo y vemos con amorosa pasión la cubierta o el disco que suena de fondo, a un volumen muy discreto, pero tangible y cercano o amigos que hace años que no tratamos y de los que ya no poseemos nada más que recuerdos. Quizá la vida se pueda contar con lo que hacemos y con lo que no, con lo que decimos y con lo que callamos, con todo lo que una vez nos llenó y luego no volvió a rozarnos. Anoche volví a ver, en una balda que roza el techo, un libro de cuentos de Stevenson que me regalaron y del que, a trozos, disfruté mucho un verano. Lo bajé y leí, de pie, una de sus historias. No me senté siquiera. Pensé después en todos los cuentos - necesariamente cortos - que he leído de pie, en las librerías, en las bibliotecas. Curiosamente fue así como entré en Cortázar y en Borges. La literatura empieza de pie y luego, en ocasiones, ay, va muriendo de pie también. Razono a qué vendrá que lea ahora menos que antes, que vea menos cine o que escuche menos música. No es cosa que deba preocuparme. Sigo disfrutando cuando leo o veo cine o escucho música. Lo que lamento y a lo que no encuentro explicación es a que no sea el consumo masivo de antaño. Cosas de la edad, no sé. O de las ocupaciones, probablemente. Hoy, sin embargo, trasteando en el archivo antológico del Spotify he dado con Stravinski. Y la mañana, despachando cosas del trabajo, ha ido mejor. Se trata de que lo que pueda ir mejor, vaya. No es otra cosa.
4.2.15
La realidad es poca / Un sueño recurrente
Anoché soñé que la cara de Blancanieves, la que compuso algún dibujante de Disney, suplantaba la cara de todas las mujeres en todos los cuadros de todas las pinacotecas. Puede que no soñara exactamente eso, pero al despertar me agradó esa versión desmesurada de mi sueño o de una parte de él. O incluso puede que sea enteramente falso el sueño y haya creído, de forma falaz y terrible, soñarlo. Me preocupa pensar que no es la primera vez que mi sueño recurre a Blancanieves. Está también la posibilidad de que haya encontrado esta imagen y la haya hecho mía de un modo brutal. Hay cosas de las que uno se aprovisiona y que parecen no haber venido del exterior. Como si las hubiese parido el alma propia. La mía estaba llena de Blancanieves anoche, en un sueño. No sé si iba desnuda, pero se miraba a un espejo, como siempre. Este enanito no desentona del todo. La vida está llena de enanitos que no desentonan del todo. La idea de que una sola cara se repite en todas las caras posibles me parece ahora mucho más terrible de lo que fue al despertar, en donde sólo sentí una punzada, una especie de deslumbramiento narrativo, el constatar que la cabeza va a lo suyo y escribe a su manera. Será que no deja uno nunca de cambiar el relato de las cosas y no se conforma con lo que hay, como si no fuese suficiente. La realidad es poca, lo dejó escrito alguien, yo lo he leído, no tengo ahora ganas de ir buscando en san google el dueño de la máxima. Es hora de ir abriendo el día. No va a ser corto.
1.2.15
De lo que importa todavía o de lo que ya no importa nada
Poseo el suficiente desconocimiento de mí mismo como para no estar seguro de si lo que acabo de afirmar se ajusta enteramente a la verdad. Sé, no obstante, que cuanto más creo conocerme, más constato que no me conozco en absoluto. En ese tira y afloja ontológico, subsisto, progreso y finalmente declino toda responsabilidad de que nada de cuanto yo haya pensado. Pareciera, a la luz de estas reflexiones, que no hablara uno de uno mismo, perrmítanme la duplicidad en la primera persona. ¿Y de qué va a hablar si no?, me sugiere K. No hay nada que nos concierna más, le respondo, nada de lo que dispongamos de más información, nada de lo que tengamos la certeza que va a salir alguien más molesto o indignado. Mientras que se asientan estos voluntos en los adentros, el mundo sigue girando, que decía mi abuela: pierde el Córdoba en Vigo, Podemos llena Madrid, muere Lara el de los libros, Dylan saca un disco de versiones de Sinatra y TVE emite una cosa infame en la que Robert de Niro se pone unas tetas de plástico para que un bebé no eche mucho de menos a su madre a la hora de comer. Pasan tantas cosas y pasan tan aprisa que nada importa. Ni siquiera lo importante importa. O importa de un modo poco relevante, en todo caso. Importa como evidencia de que la razón sigue siendo la única religión fiable o como manifestación sensible de que todavía es posible la salvación y no todo está perdido. Porque vamos camino de que sea pierda todo. A poco que uno lo piensa, vamos camino de que se vaya todo a la mierda, con perdón. K. sostiene que no es tan grave el estado de las cosas, que hemos estado así antes y hemos salido. Bien, no le discuto, no poseo los argumentos suficientes o los tengo de una manera tan endeble que no me atrevo a contrariarle. A K. le debo esas cosas. Son muchos años a mi vera, soportando mis caídas de tono, todas esas gimnasias mentales mías que merodean el sentido común, penetran en ocasiones en su interior, se alojan adentro y salen disparadas, sin mirar atrás, deseosas de no volver. No sabe uno, en fin, si importa decir, cuando el decir no dice, en el fondo, mucho. Se desahoga el genio ocioso, como dijo Hume, el filósofo. No está ya la cosa para filosofías. Es tarde. Ha sido un día largo, no malo en ninguna circunstancias, pero largo. Tampoco entiendo que desee los cortos, los días que vienen y pasan en un vuelo, como si estuviesen achispados y corriesen para no que se notase que están. Ya digo que está todo en una fragilidad narrativa pasmosa. No saber, no querer saber incluso, no decir o no querer decir también. Buenas las noches. Coda final: yo creo que lo peor del día - siempre hay algo que viene a la cabeza cuando está ya echando las cancelas el día - ha sido ver a Robert de Niro en una de esas películas insoportables. Con lo que ha echo ese hombre y los ratos que nos ha regalado. Y Hume, no nos olvidemos de David, otro de la lista de los grandes nombres. Me levanté esta mañana pensando en Hume, en un amigo - Antonio - que repetía eso de las afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias y acabo con Hume. Nada que no se pase mañana.
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