8.3.12

A lomos de Moby Dick / Revisión del desorden

Todo sigue felizmente en desorden. El primer impulso es coger unas cajas y meter los libros que ya no leemos y coger más cajas y meter los discos que ya no escuchamos. Una vez que hemos llenado montones de cajas y hemos aliviado el desorden se procede a inventariar meticulosamente el material sobreviviente. Entonces advertimos que la habitación sigue reventando por todas las paredes y ya no tenemos cajas en las que meter más libros ni más discos. El siguiente impulso es cerrar el cuarto con llave y abrir otro cuarto donde comenzar una nueva vida de libros y de discos. Piensa uno en la posibilidad de buscar un piso franco en el que arrumbar el material sobrante. Piensa en uno no necesariamente grande, una especie de picadero libresco, céntrico, con ascensor y una comunidad de vecinos a la que no le incomode un inquilino eventual, poco conversador, centrado casi exclusivamente en hacer continuos portes de cajas y en cuidar en no intimar en exceso con las vecinas curiosas.

El vicio de ir comprando todo lo que nos gusta no sólo rebaja nuestras a veces flacas cuentas sino que crea problemas de espacio. Recuerdo haber alojado libros en prácticamente casi todas las habitaciones de una casa de alquiler que tuve. Había libros en el salón, en el dormitorio, en el cuarto de la plancha, metidos en cajas. Los miraba casi con ternura: los imaginaba dolidos por mi abandono. En cuanto tuve domicilio propio y estable, habilité una habitación en donde colocarlos. Disfruté con la idea de que todos estuvieran allí, en ese refugio simbólico, en esa intimidad cálida y ordenada. Quizá por eso me gustan las películas victorianas en donde un patrón mobiliario exige altas estanterías pobladas de libros, anaqueles lujuriosos con escalera propia. Me gustan de un modo elemental, primario y escasamente elaborado. Observo el orden, aprecio la terquedad del espacio, evalúo la posibilidad de vivir yo en ese búnker idílico, aplastado por Shakespeare, por Milton, por Chesterton, por toda la colección de revistas de cine y por las obras completas de Borges, por los libros de Visor y por los pocos, ay, que compré sobre jazz. Y pienso en el bendito desorden, en la promiscua imprudencia de no estabular y dejar que el azar administre los tesoros allí velados. Comprobar de pronto que a Henry James le hemos colocado de vecino a H.P. Lovecraft sin premeditación, sin percibir el hermanamiento repentino entre los dos volúmenes. Porque hay libros que se contagian y hasta he pensado que las historias que cuentan se entremezclan sin que lo percibamos. Por eso cuando leemos a Bolaño vemos a Cortázar atrincherado en un párrafo. Por eso cuando disfrutamos del verso de Gil de Biedma nos percatamos de que allí está Dámaso Alonso. A nuestra disposición. Qué hermosura. Hay como una corriente de afecto que hermana las cosas que, en principio, no parecen casar. Me pregunto qué batalla íntima, invisible, ocurrirá cuando descanse un libro de Paul Auster con otro de Jorge Bucay. Cualquiera de Paulo Coelho apoyado sobre La conjura de los necios o sobre Moby Dick.


5 comentarios:

Manuel Delgado Fernández dijo...

Yo personalmente desconfiaría de aquel que te presente una biblioteca bien ordenada, por muy altas que sean sus estanterías. En mi casa al menos a los libros les pasa como a los cables de los cargadores de móviles, de los auriculares o de cualquier otro artefacto electrónico. Indefectiblemente tienden a enredar, a desordenarse y a presentarse en los sitios más insospechados, a veces de forma incluso indecente y desvergonzada, en el retrete o entre las sábanas, o en la mesa del pasillo...

Lo que yo creo es que en las estanterías se aburren, y si no quieres que enreden tienes que cambiarlos de sitio de cuando en cuando, para que tengan nuevos compañeros al lado.

Ramón Besonías dijo...

En mi caso, tengo una biblioteca con muchos libros que me miran de soslayo, como queriendo decir ¡a ver cuando te dignas a visitarnos! Y por otro lado, está el e-reader, que cubre algunas necesidades, aún con cierto recelo.

Soy un lector gallináceo. Picoteo varios libros a la vez, y un libro me lleva a otro.

Mucha dijo...

No solo me ha gustado tu blog sino tambien tu plataforma
saludos

Emilio Calvo de Mora dijo...

Da igual cómo esté la biblioteca. El orden aprendió del caos, escribió alguien. En mi casa, Manolo, los cables y los libros, los cachivaches electrónicos y los objetos inesperados poseen una vida autónoma.

No sabemos nunca qué relación tener con nuestras bibliotecas, Ramón. Yo pienso en ella cuando no está y a veces la ignoro cuando la tengo cerca. El amor es lo que tiene.

Blog, plataforma, escribir, leer. Gracias, Mucha de la Torre...

Isabel Huete dijo...

Mis libros son parte esencial de mi mente. Si me los quitaran me quedaría inutilizada para vivir. Son mis neuronas, mis leucocitos, mis proteínas, recorren mis venas y mi sistema inmune. Me ponen. Soy libro-adicta.

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