I
Los sueños compartidos son la vigilia de los que creen no estar dormidos. Borges especulaba con la posibilidad de que Dios soñase esta realidad. Una especie de Dios infinitamente dormido, real mientras escribe el sueño. Luego, caso de que despertara, no recordaría la materia soñada. Esa inocencia le excusa sobre la torpeza de su creación. Nosotros, al recordar un sueño, sólo extraemos fragmentos, escenas deslavazadas, símbolos a los que tratamos de atribuir un significado. Creo que a Christopher Nolan no se le ha escapado que ha filmado una película borgiana. No sé si al maestro argentino le hubiese gustado la parte operativa del film, la parte de la historia en la que sus personajes son hijos de su tiempo, el cinematográfico, al menos, y se enredan en batallas registradas como números de ballet (pienso en Michael Mann, en Heat o en Enemigos públicos). Pero le hubiese encantado el fondo metafísico, la exquisita propuesta intelectual ofrecida por Nolan. En Origen apabulla la acción, pero no aturde: siempre se supedita al interés de la trama, siempre se acoge al supremo arte de escribir una historia.
II
Más Borges: Dios nos sueña y, al tiempo, nosotros lo soñamos. Dios es una invención estrictamente humana. Dios nos inventa a nosotros. En este plano, en este teología laberíntica, funciona Origen: una especie de Ocean's eleven metafísico, un James Bond que razona la naturaleza del tiempo, un espía que cuestiona la esencia misma de la realidad y trabaja en su periferia, en el mundo de los sueños. Como si navegásemos el córtex de la divinidad.
III
La idea que funda el film es ya antológica: unos cuantos mercenarios saquean la conciencia de sus víctimas. Nolan acude a la ciencia-ficción como género puro: en la ciencia-ficción puede instalar esa idea, llevarla a término, crear una cartografía apta en la que desplegar sus piezas. Pero el mapa de contenidos precisa del volumen: es un atlas con varios niveles, es un edificio en cuyos pisos sucede la historia. Lo que Nolan nos cuenta es un viaje a través del laberinto. Incluso se permite incluír a Ariadna, que es el nombre del personaje del arquitecto, interpretado por Ellen Page. El puzzle es fascinante. Catártico. Hipnótico. Cobb (un cada vez eficiente Leonardo Di Caprio) es el agente invasivo: se adentra en los sueños de sus víctimas, sustrae información y sale sin daño aparente. El plus ultra de Origen hace alusión al propio título: Cobb no se va a limitar a robar, va a introducir información. El concepto fundamental de la película es la posibilidad de crear una idea que sea limpia, ajena a contaminación alguna, que no suscite la desconfianza de quien sueña al reconocer que no ha sido implantada, sino que fue generada por sí mismo. Una idea (repiten más de una vez en la cinta) es un parásito formidable: el mejor de todos ellos. Una vez inoculado, ya ingresado e instalado en el cerebro, adquiere trascendencia, se transforma y se convierte en un arma decisiva. A partir de aquí, Nolan regala un espectáculo visual incontenible.
IV
Origen es también una historia de amor, una accidental, imprevisible, funesta, luctuosa: Dominic ama a Mal después de muerta como Edgar Allan Poe amaba a Annabel Lee (hace muchos años en un reino junto al mar...) en la bruma de sus ensoñaciones. La ama a pesar de que ha muerto. Su amor perdido está en el subconsciente al que accede cada vez que le place: Mal arruina sus trabajos porque de alguna forma reclama que regrese al limbo en el que reside. Este amor funerario condiciona la película casi enteramente: Cobb, acusado de la muerte de su esposa, quiere redimirse, alcanzar el perdón de la administración de su país (que no le permite regresar sin pasar por la cárcel) y abrazar a sus hijos, que desatiende y a los que venera.
V
Nolan huye de lo fácil, de lo previsible. Las capas del sueño en las que se va desarrollando la trama posibilitan que justifiquemos un escenario barroco, surrealista, una golosina creativa, pero Nolan se afilia a la razón, prescinde de lo onírico puro y registra paisajes caóticos, pero argumentables desde todos los niveles narrativos. Origen exhibe un vigoroso argumento, muy básico, muy lineal, aunque capaz de sugerir una cantidad absolutamente escandalosa de ideas. Eso debe ser lo que hacen los genios. Esta película es obra de uno. Algunas de esas ideas, a falta de fans incondicionales con los que debatir, las expongo aquí de forma desordenada. Me siento incapaz de escribir con coherencia, respetando un guión. Expreso mi fascinación como puedo, me expreso también hasta donde alcanza mi entusiasmo. Ya he escrito alguna vez que estados absolutos de alegría, de bienestar anímico, rebajan la inspiración. Al menos, rebajan la mía.
VI
Origen no es engolada: no pretende ser una obra maestra, se adscribe al mainstream industrial, se deja querer por el blockbuster veraniego, se presenta como la opción noble del cine de acción que todos (alguna vez, muchas veces, todas las veces) buscamos. El cine, al cabo, busca (ante todo) la conmoción óptica. El buen cine no precisa la complejidad: el arte, al ser expresado con limpieza, sin artificios excesivos, expresa con más contundencia, con más elocuencia, su condición misma. Belleza e inteligencia al tiempo. La película es hermosa, es inteligente, está pensada para durar en el tiempo. La disfruté muchísimo y la disfruto ahora, pensándola, recreándola.
VII/Avispas
Anoche soñé con avispas. Una, en especial, extraordinariamente grande. Estaba quieta, en el suelo. Alguien me la señalaba. Me pedía que la matase. Lo hice sin dudar un instante. Todavía puedo oír el crujido del cuerpo al quebrarse. Lo sorprendente, lo que hace que este volunto mío de contar un sueño quepa en esta resaña cinematográfica, es que recuerdo soñar que la avispa estaba en un sueño y que no podía agredirme. Yo la mataba en un sueño. Me convertía en un héroe porque dentro de los sueños no cabe el dolor. Basta despertarse. Luego admito mi inestabilidad durante el día. No he dejado de pensar en avispas. En sueños.
VIII
Nadie deja de pensar en Matrix al razonar (si es que eso cabe en este caso) Origen, nada más salir de la sala, al cruzar ideas con amigos, pero al tiempo que uno recuerda la defunción de lo real que proponía la historia de los hermanos Wachowski, piensa en que esta inversión de la ortodoxia narrativa (varias capas, varias subcapas, jardínes de senderos que se bifurcan incesantemente) es menos trágica, no reproduce modelos complejos donde el concurso de la ficción científica es fundamental para llevar a la pantalla el argumento, sino que acude a un modelo clásico. Matrix era, por momentos, fría, incongruente, estilísticamente retorcida. Origen es cálida, formula un modelo de la realidad que no es inducido sino que nace de lo íntimo, y cada espectador recrea en su memoria una historia distinta, una conclusión distinta.
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