27.7.10

Lo que pasa en mi pueblo, lo que pasa en el mundo


No hay bar en A Coruña en donde no haya un periódico a mano. Raro es el que no tiene los dos regionales de cabecera y el deportivo de turno. Los leo con la distancia que me da saber que no van a caer en mis manos en adelante. No sé con qué distancia leo los habituales, pero éstos de ahora confirman algunas certidumbres previas: que la prensa provincial se esmera en lo suyo propio, en contar las historias de adentro, en formular una teoría que haga de lo propio algo compartible, necesario, una especie de red social en la que todos los que leen la crónica de lo que le rodea se hermanan, se solazan de esa verdad íntima, provinciana y perfecta. Yo jamás entro en lo que sucede en Carnota o en Betanzos salvo que el rato del bar se prolongue o confluyan circunstancias extraordinariamente especiales. Hoy, pongo por caso, he caído en una lectura más a fondo de un diario y he entendido, conociendo los asuntos de la comarca, que tampoco éstos difieren en demasía de los de la mía propia. Asuntos que, por otra parte, suelo dejar para el final o, más certeramente, no leer cuando cojo la prensa de mi provincia, que tiene también dos diarios de peso. En uno de ellos, en donde escribí durante un par de años artículos, al modo en que escribo aquí en mi página, descubrí que un buen columnista puede salvar un periódico. Nada que no suceda en la prensa nacional o en la diversa (muy diversa, insisto) que haya en otras regiones y que no he tenido el gusto jamás de abrir. Uno lee literatura siempre. Las columnas buscan el refinamiento estilístico, el apunte personal, todo eso que un buen lector no encuentra en el a veces excesivamente rutinario procesamiento de las noticias de alcance, en donde el periodista, obligado a contar, exento de interpretar lo contado, se debe limitar a ofrecer la información de forma limpia y contrastada, sin aristas, sin toda la contaminación cultural que el buen lector (insisto) desea pillar.
Por eso hay periódicos online que censuran los artículos de opinión y únicamente regalan (es un decir) los titulares, la parte cartesiana de la información. Si alguien quiere gente pringada, kamikazes de la palabra, que pague en el kiosko el euro y pico del papel, vienen a decir. Yo llevo años comprando prensa casi a diario. La oferta digital no me ha frenado en exceso. Incluso llevo la prensa en el móvil y en ocasiones me distraigo buscando al columnista de mi agrado mientras hago cola en el supermercado o sencillamente espero mi turno para entrar en un museo. Un gerifalte del New York Times cuenta esto: que la información, a pesar del casi todo gratis de la Red, va a tener que pagarse, que un lector ocasional va a tener a su disposición las letras brillantes, la información gruesa: el que desee afinamiento, a pagar toca.
Hoy leí uno de esos artículos que hacen que merezca la pena soltar el euro y llevarse bajo el brazo el papel impreso. Lo firma un completo desconocido, al que seguiré por la Red ahora que lo conozco. Me ha bastado un excelente artículo publicado en La Opinión A Coruña. Ánxel Vencé escribe una deliciosa rendición de verdades en estos tiempos del twitter. Lo hace con una escritura fantástica. Me llevo a Andalucía un buen montón de cosas gallegas, pero también en mi ordenador, en la barra de Marcadores del Firefox, unas líneas de texto, uno de esos links, que me llevan a su columna de periódico de provincia. Obviaré, supongo, la parte local, y entraré a gusto en lo universal. Pasa en ocasiones que el buen cronista cuenta lo suyo propio como si fuese del interés de todo el mundo. Shakespeare, pienso ahora, hacía eso continuamente. Ahora lean el artículo del sr. Vencé, por favor


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