27.7.10

Catedrales



Hoy no se construiría ni una sola catedral. En lugar de catedrales, se construyen Ikeas a las puertas de las ciudades, se levantan parques temáticos, se izan templos consagrados a la liturgia del comercio, que tienen sus misales, su altar con su coro, su crucero, su piedra solemne arrullada de siglos. A falta de fe, hay cámaras reflex. Mientras yo vaciaba mi asombro echando fotos aquí y allá, una señora muy mayor, sentada con un recato infinito, me miraba con atención. Yo era un intruso. En los planes de la eternidad, caso de que los haya y de que estén a disposición de quien los busque, no está la visita turística. Un templo de la fe como souvenir. El intruso disfrutó con la catedral de Lugo. Umbría, silenciosa, deliberadamente oscura, hipnótica como pocas. La fotografía que más me gustó fue ésta. Registra el silencio. Lo expone modestamente. Porque allí el silencio era sólido como las piedras severas que la sostienen. Al salir, al pisar la calle, recibí la llamada de un buen amigo. Hablamos de marcas de cerveza, del colesterol, de los veinte grados de más que él respiraba en Córdoba y de cómo las piscinas públicas y los aires acondicionados aliviaban esos rigores. Nada que no supiera. Lo que me costó fue saber regresar al siglo XXI. De alguna forma, mi alma (en las catedrales uno de pronto se da cuenta de la existencia del alma) estaba en ese pasillo estricto, mirando con prudencia a la señora muy mayor que rezaba frente a la capilla.
Hoy, a falta de catedrales, se construyen Ikeas a las puertas de la ciudad, macizas instalaciones de disipación, que diría mi amigo K. Antes el común de los mortales, a falta de Ikeas, se disipaba en otros asuntos, se perdía en la majestuosa presencia de las catedrales, que servían para hacer al hombre muy pequeño y hacer a Dios muy grande. Ese Dios grande de la catedral de Lugo me acompañó treinta minutos, que fue el rato (arriba o abajo) que estuve dentro de su casa. Una vez pisé la calle, descreído como soy, volví a mis vicios relativistas y confirmé que la belleza está en algún lugar secreto y que nos pasamos la vida entera buscándola. Como sabe mi amigo Pedro admiro sinceramente a quienes entran en una catedral y, aparte de la turbación artística, encuentran la otra, la emocional, la que está en ese alma a la que yo tuve acceso durante treinta minutos. Juan Carlos, con el que he compartido cerveza, amistad y conversaciones sobre la religión, sabe que disfruté. Yo me acorde él. Lo quise allí, conmigo, celebrando la belleza absoluta de la piedra. Luego saldríamos a la calle y buscaríamos alguna tasca en la que, a noble pie de barra, festejar el asombro. Hay las suficientes en Lugo, a la vera de su catedral, como para aturdirnos sin esfuerzo.


11 comentarios:

Javier Salgado dijo...

Usando tus palabras, yo me dejaría aturdir bien contento después de ver una catedral y verla con los ojos con los que tú has sabido verla. Qué buen comentario, caballero.

Pedrodel dijo...

Vamos bien, Emilio, vamos bien.
Andamos buenos caminos.
El 30 de abril, con atención, escuchaste hablar de lo divino durante 60 minutos. El otro día te abrazaste al Apóstol y hoy has disfrutado del alma otros 30 minutos.
¿Qué está pasando?...
ja, ja, ja.
Disfruta, Emilio, disfruta, del alma y del cuerpo; de las tascas y los ricos caldos gallegos.
Y de la temperatura. Aquí hoy 40º
Un abrazo.

Emilio Calvo de Mora dijo...

No es complicado, Javier. Se deja ver sola, sin predisponer ninguna óptica concreta. Saludos, caballero.

Vamos estupendamente, Pedro. Los caminos, sin están pisados a conciencia, son buenos casi siempre. Éste es magnífico, de verdad. No pisé Santoxo, como dijiste, pero estamos a tiempos. En lo demás, ya sabes, gastronomía, aire fresco, piedra, caminos.
Lo del 30 de abril fue especial. Era un amigo el que hablabla y me agradó acompañarle. En mitad de tanta gente, pero acompañándolo. Y ya te hablé de la forma en que me gustó. Lo divino sonó, es cierto. 60 minutos, no lo dudo. No está pasando nada especial en cuanto a lo demás. Se abraza al apóstol igual que se bebe orujo. Forma parte del pack. Se deja uno llevar. Me pareció curioso, no obstante, ese gesto. Yo soy muy iconoclasta en lo religioso. No me emociona la Semana Santa, por ejemplo, pero igual el apóstolo galego me llena, no sé. Disfruto del alma y del cuerpo. Esas cosas van también en el mismo pack. Los 23 grados máxima de hoy, la más alta en muchos días, me ha parecido una barbaridad. Mañana prometen bajar un par de grados. Será malo volver, pregunto. ¿Me quedo aquí? Un abrazo grande, amigo. Ya hablaremos...

josé casas dijo...

Yo hice de joven una ruta catedralicia y hoy la estoy echando de menos. Mérito tuyo.

Ramón Besonías dijo...

Pese a que una catedral pueda verse como un mero edificio antiguo, un signo mayestático del poder espiritual en la tierra o un punto más en la ruta cultural de unos turistas, entrar en ese espacio solemne deja en el espectador accidental (o voluntario) unas sensaciones que no puede obviar. A unos les maravilla, a otros les serena, quizá algunos se deleiten un detalles, pero la mayoría reconocen que merece entrar y probar la experiencia.

A mí últimamente me van más las iglesias sencillas, de un románico primigenio, sin mucho pespunte y filigrana arquitectónica. Me recuerdan a esas tascas, ya en desuso y en peligro de extinción, donde uno entraba y podía, fressquito, serenar el alma y humedecer el gaznate.

Saludos, Emilio. ¿Cómo llevas la sauna natural? Aquí, de regreso a Badajoz, se lleva con estoicismo.

josé casas dijo...

Me encanta tu blog. Recomendable 100%. Lo comento.

Alfonso Benítez dijo...

La catedral es un monumento a la eternidad como bien dices, y la iglesia tiene mano en ellas pero también es un monumento a la divinidad, a lo que no conocemos, a la realidad que no está a nuestro alcance. Fui sacerdote y dejé de serlo y ahora veo las cosas con ojos más completos. Sigo creyendo en las cosas de Dios sin la intervención de la Iglesia y cuando entro en una catedral, siento, lo primero, paz, la paz que no encuentor en ningún otro lugar, y luego recapacito sobre todo lo que no podría recapacitar fuera de la catedral. He hablado de la fe muchas veces en templos pequeños, en iglesias de barrio, pero no he sentido el peso de la piedra Milenaria sobre la palabra de Dios que pronuncia mi boca. Soy un creyente y soy un creyente dentro de una catedral también. Asombra tu capacidad para contar lo que sólo podría contar un creyente, y si dices no serlo... admiro tu capacidad de escritura, tus sentimientos. Gracias por la

sensibilidad-

Anónimo dijo...

He visto pocas, pero recuerdo un par de ellas con admiración y eso que hace ya mucho, mucho tiempo que estuve en ellas. Son las de Salamanca y la de Burgos. No conozco la de Lugo, ni la de León, ni la de Santiago y tantas otras. Está bien la idea de hacer una ruta "catedralicia", como si hicieses un Camino como el de Santiago. No andando, claro... Si sales y luego buscas "tascas" para enjuagar el gaznate, pues mejor todavía.
Opino como otros lectores. Buen lugar este para leer.
Eso es lo importante.
Saludos.
Ignacio Castellar

Emilio Calvo de Mora dijo...

Mérito de la catedral, sin duda. Inspiradora, José.

Si podemos encontrar, en envase pequeño, esta majestuosidad, casi lo prefiero, Ramón. He visto pocas iglesias pequeñas que hayan despertado ese interés, pero sé que están por un amigo, que me habla de ellas y que suele visitarlas casi peregrinamente. La sauna natural, Ramón, lleva dos semanas largas sustituídas por el fresquito galego. Otra dimensión para quien ha vivido toda su vida bajo la canícula en el estío. Me he muerto en verano muchas veces y he resucitado otras tantas. Aquí no estás ni herido siquiera. Abrazos, múltiples.
Tendré que buscar un hueco, gozoso, y hacer de lo David, ya sabes.
Abrazos repetidos, amigo.

Habiendo sido sacerdote, tendrás mucho que contar, imagino. Tu visión (necesariamente) será distinta, muy interesante, Alfonso. Yo no fui un creyente dentro de la catedral, pero durante media hora pensé en la posibilidad de que serlo,a la luz de esa vela, podría darme más felicidad que quebrantos. Saludos, gracias por el comentario. Por la sensibilidad.

La ruta de las catedrales. Tendrá que haber hasta libros sobre eso, ¿verdad, Ignacio? En todo caso, el gaznate aliviado después de la mística es sencillamente místico también.

Nicolas dijo...

Si del hombre y las catedrales se trata, entonces en esta visita obligada: http://www.platige.com/index.php?lng=en&tu=27, encontrarás "La Catedral" de Tomek Baginski"
Si no la conoces, regálate esta joya. Visualmente es una extraña maravilla; pesa poco en megabytes pero su densidad conceptual te deja en el asombro de las intuiciones superiores. Me
encantaría conocer tu comentario.
Saludos

Emilio Calvo de Mora dijo...

Lo veo, Nicolás, ahora mismo. Y luego te comento, por supuesto. Saludos.

Pensar la fe