1.3.10

The lovely bones: Criaturas intrascendentes...




"Me llamo Salmon, como el pez; de nombre, Susie. Tenía catorce años cuando me asesinaron, el 6 de diciembre de 1973..."

En The lovely bones, la primera película de Peter Jackson después del volcado visual de la torrencial narrativa de J.R.R. Tolkien, el director tira de material literario otra vez. En este caso un best-seller de Alice Sebold llamado Desde el cielo que aborda, en clave poética y en clave realista, la vida después de la muerte de los que amamos, sólo que en este relato quien narra es la víctima, una especie de alma en pena que transita el limbo, una intersección de colores que se adaptan a la voluntad del atormentado, entre el cielo y la tierra. Es esa niña, en la novela, en la película, la que sustenta absolutamente la trama. Sebold acomete esta tragedia en un tono menor, evitando la grandilocuencia dramática, sustentando el peso de la obra en la emotividad de Susie Salmon, la adolescente sacrificada por un pervertido rutinario, estándar, al que un sobresaliente Stanley Tucci da vida en la película y es, junto con la propia niña, Saoirse Renan, y una espídica Susan Sarandon, lo mejor (con mucho, desgraciadamente) de este decepcionante film.
Se entiende que a Peter Jackson le fascinara la novela de Alice Sebold por cuanto ésta se arma bajo un precepto muy querido por su parte: la injerencia de lo fantástico en lo real. Lo que falla en The lovely bones es la argamasa que empasta lo irreal y lo tangible. El mundo de Susie tras su muerte, esa geografía hipercromática que, en ocasiones, emociona (los barcos en botellas de cristal destrozándose en la costa) y otras abochorna (todos esos fondos dignos de un papel tapiz de escritorio de Windows 7 con el que el director nos noquea sin miramiento) no atrapa ni aporta lo que en principio debiera. Jackson, al que se le preocupa más dar rienda suelta a sus vicios infográficos que a contar una buena historia sin el concurso de las máquinas, se abona a la blandenguería, a ese estado melifluo de las cosas en el que todo está lejos de perturbar. Una historia como ésta, incluso si la aliñamos con ese vistoso (y lamentablemente casi hueco) espectáculo de colores al que le intuímos un sentido surrealista, metafórico o lírico, necesita de más convicción: apartar los cantos celestiales y el algodón de las nubes y fijar el objetivo en unos personajes nítidos (sí) pero desvaídos, que no exhiben el dolor más allá de las exigencias del guión y que, excepción hecha de Tucci, está ya dicho, no se involucran, no se sienten arrastrados por la tragedia que su director malcuenta más por inocencia que por desinterés.
The lovely bones se desmorona a medida que avanza: ese ágil arranque, en donde se dibuja con pasmosa eficacia el tipo de familia de esos convulsos primeros setenta en los Estados Unidos, se diluye igual que la preclara inquietud intelectual de la madre de Susie se va también perdiendo, vemos que lee en la cama a Camus en las primeras escenas, al que luego abandona para empaparse de cursos de cocina y de manuales de madres estresadas.
A la deriva, sin asideros fiables sobre los que depositar el consuelo o la fragilidad de todos esos personajes varados, la cinta produce una extraña sensación de zozobra: no percibimos el cielo como un recurso estilístico ni tampoco apreciamos como verosímil el trasunto detectivesco, la parte meramente policiaca de la trama. El empeño de Jackson en perfilarnos (muy sobriamente, anclado en clichés, pero de forma bastante convincente) la figura del asesino no engancha con el resto de los episodios: no hay ensamblaje, se pierden detalles que suponemos de interés y se introducen algunos prescindibles (la fuga sentimental de la madre y su posterior regreso, que en nada contribuye al sostenimiento de lo narrado ni aporta información relevante para finiquitarlo).
Peter Jackson, que es ya a estas alturas un zorro viejo y sabe de las artes ladinas del cine, se esmera en crear un producto plásticamente irreprocable, pero incapaz de transmitir esa sensación cristalina y pura de film acabado, limpio de grumos argumentales, y en un lugar de todo eso, y a pesar de que a los mandos figure un director solvente, capacitado, The lovely bones queda en un esforzado y exhibicionista film sin trascendencia, que apenas eriza la piel. Y bien pudiera.

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2 comentarios:

Ramón Besonías dijo...

El sentido común me lleva sin duda alguna a comulgar contigo, Emilio. Pero mucho me temo que el universo fílmico está fabricado no sólo de argumentos. A menudo detalles, escenas, un diálogo fugaz, o quizá una mirada en segundo plano, puedan -como lo hace en un incendio el olor a comida recién hecha-, sobrevivir a la ruina del producto mirado en conjunto.

Siguiendo la lógica de estos detalles, de "The lovely bones" me sugirió cómo la crueldad de la vida en directo, sin red, ni ángeles que la rediman, puede necesitar de la imaginación -aquí ubicada fuera de lo terrenal, en un espacio ensoñado y sin tiempos que la aprisionen en su ir y venir- como abrigo que la resguarde de volverse loca, de un mullido colchón que mitigue el dolor por una pérdida.

Lo que se le puede reprochar a Jackon es que el espectador, sin poder evitarlo, queda fascinado por la aciaga crueldad del más acá, y debe soportar sin crédito la naïf recreación de un más allá pintado de anuncio de compresas.

En fin, la realidad se impone, por muy jodía que sea.

Saludos desde Extremadura.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Efectivamente, Ramón, hay indicios que sobrevuelan sobre la planicie mortal de algunas películas y hasta pueden salvarla. Detalles, diálogos fugaces, eso que escribes. Las lecturas que provoca The lovely bones son muchas, y buenas. El material es excelente; no así su plasmación en imágenes. Imágenes con palabras, he ahí el cine. La realidad y la ficción van parejas, inexcusablemente. Ninguna sin la otra. Lo malo de Jackson, a mi entender, es que no sabe casar ambos planos y uno fricciona el otro hasta que lo hiere. Están los dos planos tocados, dañados, no hay verdad en ninguno de los dos. Ignoro las causas. No llego a tanto. Sé, no obstante, qué sentí, anoche, al verla. La fascinación quedó en un plano muy menguado. Y juro que fui con ganas y que no tenía información alguna de la crítica. Llegué, digamos, limpio, sin contaminar. Lo de lo naïf recreando un mundo de anuncio de compresas es una genialidad. Saludos andaluces, amigo.

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