La maquinaria de Hollywood no tiene piedad con la sangre de sus hijos. Cuando asistimos, perturbados, conmocionados, al ataque terrorista al World Trade Center, sabíamos que no tardaría en aparecer una película que narrase, entre el comedimiento que merece el respeto a las víctimas y cierta osadía para hacerle los debidos guiños a la taquilla, los avatares de los gravísimos acontecimientos a bordo de los aviones.
Han tardado, pero aquí está, junto al proyecto 11-s, Word Trade Center, parido por Oliver Stone, tan excesivo siempre con la Historia de su país, Platoon, JFK, Nixon, aunque en este caso, ya lo hemos dicho, comido por una mansedumbre inusual, limpio en las aristas y sincero, objetivo casi, en el discurso narrativo.
La difícil golosina de abordar esta película se entrega a Paul Greengrass, director del blockbuster El mito de Bourne, pero también artífice de films de más calado social como Omagh o Bloody Sunday, films que narraban también hechos reales acaecidos en la Irlanda más violenta.
Han tardado, pero aquí está, junto al proyecto 11-s, Word Trade Center, parido por Oliver Stone, tan excesivo siempre con la Historia de su país, Platoon, JFK, Nixon, aunque en este caso, ya lo hemos dicho, comido por una mansedumbre inusual, limpio en las aristas y sincero, objetivo casi, en el discurso narrativo.
La difícil golosina de abordar esta película se entrega a Paul Greengrass, director del blockbuster El mito de Bourne, pero también artífice de films de más calado social como Omagh o Bloody Sunday, films que narraban también hechos reales acaecidos en la Irlanda más violenta.
Lo que sí obvia Greengrass es el panfleto: no cae en ningún dogmatismo, no busca la lágrima fácil, no insiste en la brutalidad de los terroristas. Lo que hace y, en mi opinión, muy certeramente, es un bodegón vivísimo de las víctimas, cuyo trágico final sabemos nada más apagarse las luces de la sala de proyección.
El vuelo 93 de la United Airlines se convertía en el cuarto avión siniestrado en el 11-s. Nada sabemos con seguridad sobre la vivencia de sus ocupantes. Hay conversaciones telefónicas salidas ahora a la luz, pero nada que pueda considerarse verídico.
Greengrass, guionista del asunto, rueda un documental digno. El suculento filón catastrofista levantado por el cine americano en las últimas tres décadas tiene, sin quererlo, un triste hito en este United 93, aunque bien estaría que no fuese así y el espectáculo al que asistimos no sea sino ficción pura, narración figurada. De guión conciso, Greengrass tira de un elenco de actores prácticamente desconocidos. Esa descontaminación cultural conviene a su mensaje: que lo que vemos es un crudo brochazo de la reciente Historia, quizá de la menos asumible por el pueblo americano.
Quienes busquen emociones fuertes, tienen en este film su película. Una de ellas: una sustentada en argumentos que nos son muy directamente propios, aunque el vuelo sea americano y todos sepamos que Hollywood, cuando le tocan su fibra sensible, es una escuela de cine mayúscula.
Cine meticuloso, preciso, desalambicado de guiños a su eficacia comercial, pero necesario.
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