David Cronenberg es un director enfermo que se regodea con los avatares y las peripecias de su enfermedad. Ninguna de sus películas podría haberlas hecho Steven Spielberg, pongo por caso, pero él sí habría realizado, con éxito, no me cabe duda, La Terminal o El imperio del sol. Las habría facturado con ese humor corrosivo suyo, escondido en los flecos menos perceptibles de la historia, solventes siempres.
Con Una historia de violencia, Cronenberg hace una película que, en principio, no era suya. Parecía más un proyecto de Brian de Palma o de Tony Scott. Este material ajeno carece del habitual aparato formal con el que Cronenberg hurga en sus obsesiones y explicita visualmente sus perversiones. No tiene Una historia de violencia absolutamente nada que ver con La mosca o Crash o Vinieron de dentro de...o Spider.... O ya no hablar de Inseparables, joya del cine insano, cult movie y probablemente la mejor interpretación que yo haya visto de la muy notable filmografía de Jeremy Irons, pero bueno, no desbarremos. Una historia de violencia trata de la supervivencia de un estilo de vida y la mutilación, cuando no la eliminación absoluta de la memoria. Tom Stall ( Viggo Mortensen, formidable, comedido y sobrio como siempre ) borra su pasado y comienza una nueva vida. El azar rescata ese pasado y se inicia una cruzada por recuperar su identidad, cosa que, al final, en una imagen portentosa, contenida, se evidencia. Luego está Ed Harris, un actor magnífico al que todavía le falta un bombón absoluto para que la gente lo reconozca por la calle y los estudios le confíen papelones de relumbrón y no, como ahora, como casi siempre, segundones sobresalientes. Lo que merece capítulo aparte es el tratamiento de la violencia en la película.
Al margen del regusto del director por los instintos más bajos del ser humano, la película obvia la violencia de una forma casi cartesiana, pero la extrae del subsuelo del alma de sus personajes cuando las famosas necesidades del guión así lo exigen. Como cuando el destape hispano. " Lo manda el guión ". Y allá iban y venían muslos y pubis hirsutos para encabritar al personal, novato en estas lides icónicas. Aquí se manifiesta la violencia en dosis muy medidas, pero contundentes.
Leí que Cronenberg quería una violencia natural, brutal, del tipo que se ve en la calle, sin elaboración, descontaminada de piruetas, coreografías y toda esa morralla simbólica de gestos innecesarios y patadas falsas a lo Bruce Lee que pueblan las cintas de acción de estos días. Esa visión pura de la violencia, desmaquillada, da al film una inocencia. Quién iba a decirlo tratándose Cronenberg y con un guión de asesinos natos y de venganzas y rencillas hiperbólicas.El metraje, hora y media muy escasa, no enfanga el propósito del director.
Colar media hora más de material irrelevante podría haber distraido al espectador de la función primordial del espectáculo principal, esto es, el destino como una magnum del 32 encañonándonos la sien, aunque pasen los años y no nos demos cuenta de la presión del cañón en la piel.
Eso le pasa a Tom Stall, básicamente. Que ha vivido años prestados y ahora viene la memoria a cobrarse su cuota de pantalla.Al final, no voy a destripar el desenlace, no se preocupen, ganan los buenos, como siempre, pero no sabemos quiénes son. Hoy no voy a recomendarles que abran el armarito de los dvd's y tiren de archivo. Si después de este atracón de violencia, estaría bien colocar en la bandeja del reproductor El hombre tranquilo de John Ford. Y si se fijan, notarán, que en el fondo, en el mismo abrupto y descarnado fondo de siempre, se trata de la misma película. John Ford omite la pornografía inherente a toda violencia y dulcifica el tópico del hombre que no puede abandonar su pasado ( Sin perdón de Clint Eastwood ) con relajadas praderas irlandesas y generosas tabernas que huelen a whisky de malta y lluvia de octubre. En fin.
Somos unos románticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario